¡Mamá, yo quiero un violín!, dijo el pequeño David con solo ocho años mientras le señalaba en el televisor el programa producido por la Orquesta Filarmónica de Bogotá, Música para todos. En él, vio a un violinista hacer su actuación protagónica, y asombrado, sin entender qué instrumento era ese, y cómo un palo podía hacer sonar una madera, le gritó a su mamá a la distancia un pedido que no llegó, pero que le cambiaría la vida por completo.
De niño siempre quiso ser músico. Empezó con un violín prestado por la Universidad de Antioquia y luego, su maestra de vida, una judía alemana que interpretaba el violín de manera prodigiosa, le preguntó, “¿te gusta este violín?”.
El niño impactado asintió con vergüenza, pensando que no tendría con qué pagarlo, y ella, como adivinando lo que pasaba por la mente del pequeño estudiante y dándole la espalda, le dijo, “pues bueno, estudie, no se preocupe por nada más, ese violín es suyo”.
Y así lo hizo, como un mandato divino, como una deuda con su estricta maestra y consigo mismo. Su primera canción en este instrumento de más de 100 años de antigüedad fue una ronda infantil llamada Estrellita dónde estás: “Estrellita dónde estás, me pregunto qué serás. En el cielo o en el mar, un diamante de verdad. Estrellita dónde estás, me pregunto quién serás”. Un clásico infantil.
A David lo criaron con bambucos y pasillos. Sus padres, Alonso Rivera y Blanca Velásquez se habían encontrado en la vida gracias a la música y conformaban un dueto de sonidos colombianos que llenaba la casa de ensayos no programados.
El selecto gusto musical de su padre alternaba en casa grandes compositores colombianos con el glamour de las piezas clásicas de Beethoven, Mozart y Bach.
A los 11 años se acercó al rock, con la banda sonora de Flashdance, y en el colegio, a los 12, cuando era 1984, conoció las primeras bandas de metal, ese sonido estridente, rápido y juvenil que le cambió la vida.
Metallica, Slayer, Venom, Iron Maiden y Barón Rojo fueron las primeras bandas sonoras que musicalizaron esos momentos de exploración.
Un recorrido hacia la música
Desde ese momento, David se convirtió en un hijo de dos mundos musicales. El metal y la música clásica fueron su universo, su manera de respirar, su paso obligatorio por el sentir de su corazón y su estación para darle vida a Tenebrarum, una agrupación que se convirtió no solo en sus recuerdos de juventud, sino en su escuela, en su pasado, en su presente y en su legado para el mundo.
El violín ha sido la llave que ha abierto todas las puertas de su vida. Ha pasado por la Orquesta Sinfónica de Antioquia, por la Sinfónica Juvenil de Antioquia y por la Filarmónica de Medellín. Ha tocado acompañando artistas en disímiles géneros musicales como Diego Torres, Julio Nava, Arkangel de Venezuela, Whiplash de Estados Unidos, Orphaned Land de Israel, entre muchas otros.
Su sueño sonoro lo cumple cada que sube a un escenario con su violín y cabecea con los ojos cerrados mientras en su interior, la música alimenta a su espíritu.
En concierto, su ritual es vestirse siempre de negro, de pies a cabeza, y tener una buena colonia encima.
Su acorde preferido es Mi mayor, por su sonoridad, y su nota es la, por ser el punto de partida y de llegada de cualquier manifestación musical.
Su sueño de vida es seguir encontrándose con sus padres y sus hermanos Julián y Juanito y, entre todos, en el bajo, en la guitarra, en el saxofón, en el violín y en la voz, seguir construyendo la banda sonora de música colombiana que complementa su sentir sincero desde el rock.
Para el día de su muerte, David tiene dos canciones, Fade to Black, de Metallica, y Air, del compositor clásico Johann Sebastian Bach, y espera que lleguen cuando la colofonia de su violín haya acabado.