En Colombia no había manera de hacer diseños de proyectos constructivos con materiales colombianos. Las aplicaciones tecnológicas utilizadas por los arquitectos y constructores venían con estándares internacionales, que se aproximaban a nuestra realidad, pero no había forma de saber a ciencia cierta cuántos ladrillos, cemento o hierro eran necesarios para construir un edificio.
Y ni qué decir de las condiciones técnicas de los materiales, era necesario hacer muchos cálculos matemáticos y proyecciones para saber si soportarían el peso de la estructura y si durarían los años necesarios, o cuál era el mantenimiento requerido una vez entregado, lo que hacía que los proyectos tuvieran sobrecostos y desfases preocupantes.
Para solucionar esos problemas, en el área de abastecimiento de Conconcreto crearon una unidad de negocio, la meta era que los recursos fueran invertidos de forma eficiente, agilizando los procesos, mitigando los sobrecostos y garantizando la disponibilidad de materiales para cada momento de la obra.
“Nos fuimos con papel y lápiz a preguntar en cada área qué les dolía, y nos dimos cuenta que habían muchos problemas e ineficiencias. Y que muchas de esas dificultades ya estaban automatizadas en otras industrias, pero la construcción seguía estancada en un modelo muy viejo, lo que en Estados Unidos llaman old fashion”, cuenta Juan Alejandro Saldarriaga, entonces líder de abastecimiento estratégico de Conconcreto.
Lo que encontraron, inicialmente, era que la empresa planeaba muy bien la construcción pero no la compra de los materiales, por lo cual muchas veces se presentaban retrasos por desabastecimiento, o la obra se encarecía por no haberlos comprado con anterioridad.
“Encontramos que había unos patrones de consumo que se habían desconocido, los edificios de viviendas por lo general requerían los mismos materiales, los centros comerciales también tenían similitudes, así como las vías”, detalla. Así que por ahí arrancaron, calculando unos estimativos por metro cuadrado a construir.
Y entonces se decidieron a crear aun merketplace que juntara la oferta de todos los proveedores de Conconcreto, para que, una vez conociendo en detalle cuáles materiales eran necesarios y en qué momento de la obra, se hicieran las licitaciones de forma rápida y segura. “Lo que antes tardaba cinco días, hoy se demora cinco minutos”.
Todo este andamiaje costó un millón de dólares, aunque inicialmente calculaban que costaría 300 millones de pesos. Saldarriaga reconoce que cometieron muchos errores, entre ellos tercerizar el desarrollo tecnológico en dos oportunidades y en ambos intentos fracasaron. Así que decidieron llevar el talento a Conconcreto y hacer la plataforma in house.
Ese primer año lograron un 10% de margen, cerca de 5.000 millones de pesos solo por esa innovación. El experimento fue tan exitoso que esa unidad de negocio se convirtió en Bimbau, una empresa independiente que atiende a las principales constructoras del país, acercándolas de forma transparente a los proveedores.
“Viajamos a Perú, a Estados Unidos y México y vimos que este era un dolor global en el sector de la construcción, entonces pensamos en construir una empresa aparte, porque ya entendíamos lo que había qué hacer y sabíamos hacerlo, pero los directivos de Conconcreto decidieron que nuestra idea valía mucho y que podían invertir en nosotros, así que nos financiaron”, agrega Saldarriaga.