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Sin una mano amiga, la cárcel tiene puerta giratoria en Medellín

Los reincidentes llegaron a 23.759 en el país (2019), el mayor número desde 2013. Salir a la calle a hacer nada es otra condena para el hombre libre.

  • María Rosalba ha luchado por la resocialización de los presos de Medellín. FOTO carlos velásquez
    María Rosalba ha luchado por la resocialización de los presos de Medellín. FOTO carlos velásquez
16 de noviembre de 2020
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23.759
presos son clasificados como reincidentes entre 2013 y 2019, según el Inpec.

Dejar la cárcel y no contar con una mano amiga, una estrategia de acompañamiento, pública o privada, que ayude a los reos a cruzar el puente de regreso a la sociedad es abandonarlos a su ya menguada suerte. Sin ese apoyo la vida para quien deja la prisión no será más que una sombra, un eterno divagar invocando una segunda oportunidad, un perdón o un empleo que pocos están dispuestos a conceder en una sociedad que cierra puertas y no cree en lágrimas ni arrepentimientos.

El pasado carcelario es una segunda condena, una marca imborrable que cierra toda puerta, dice María Rosalba Osorio de Jaramillo, quien ha hecho de su vida un apostolado por la resocialización de los presos y sus familias en Medellín y Antioquia. María Rosalba, “nuestra madre” como la reconocen los reos de Bellavista, lidera la Fundación Jesús Preso, una de las pocas experiencias humanitarias de la ciudad, si no la única, reconocida en los penales.

Volver a prisión

Las cifras de la reincidencia carcelaria, en buena parte debido a una política criminal que es letra muerta, no dejan de crecer desde 2013, de acuerdo con el más reciente estudio del Inpec.

En 2013 los reincidentes fueron 14 %; en 2014, 15,6 %; 2015, 17,3 %; 2016, 18,3 %; 2017, 19,6 %; 2018, 20,5 % y 2019, 22,3 %. Teniendo en cuenta que la población intramural llegó a 123.802 personas en 2019, los reincidentes llegaron a 23.759, el mayor número de los últimos ocho años. El 77,5 % (18.425) está intramuros; con domiciliaria está el 19,6% (4.649); y con vigilancia electrónica, el 2,9 % (685).

Los delitos que registran el mayor número de casos de reincidencia son el hurto (22, 6 %) y el tráfico o posesión de estupefacientes (14 %), la mayoría de este porcentaje son adictos, según las sentencias.

El adiós de Carlos Iván

Se llamó Carlos Iván*, purgó larga condena en Bellavista por narcotráfico. En el penal aprendió a confeccionar zapatos, oficio en el que halló escape a los sufrimientos del penal. Soñaba con volver a la libertad, montar su propio taller, reencontrarse con su familia y alejarse de la adicción a las drogas, de los odios barriales y la criminalidad.

Era asiduo asistente a las cátedras de perdón, paz y reconciliación de la Fundación Jesús Preso y la Pastoral Penitenciaria de la Arquidiócesis de Medellín en Bellavista. Quienes lo conocieron dicen que tras las rejas se transformó en un hombre bueno y bondadoso. Un día le llegó su boleta de libertad. Sin dar crédito al mensaje abandonó su celda, se dirigió al taller de confección de prendas de vestir y calzado, donde abrazó al dragoneante que lo dirigía. El funcionario (pidió omitir su nombre) pensó que algo terrible le había sucedido. “Temblaba como un pajarito, sudaba, su rostro se veía pálido y desencajado. Me dijo, ‘mi dragoneante, recibí la boleta de libertad, pero no me puedo ir de aquí, perdí todo contacto con mi familia, solo me espera la calle. Este taller es lo único valioso que me queda en la vida, me hace sentir útil y vivir como persona’, e irrumpió en un llanto infantil”.

El taller, montado por la Fundación gracias al apoyo de “gente de buen corazón, empresarios, Iglesia, directores del penal y otros milagros”, dice doña Rosalba, es una de las pocas opciones con las que cuentan los reos para sentirse útiles y reducir sus penas.

El dragoneante le explicó a Carlos Iván el porqué no podía quedarse, lo acompañó a empacar sus “lujos” como presidiario: imágenes sagradas, las fotos de personas amadas de un pasado lejano e inexistente y algunas prendas de vestir.

A la calle regresó por la puerta de la vida, la giratoria, aquella que conduce al rebusque, al dinero fácil, a los azarosos golpes de la suerte y, si esta no acompaña, finalmente al frío calabozo o a la morgue.

De nada le valió presentarse como “maestro” en el arte del calzado con título avalado en Bellavista. La única profesión que le reconocieron fue la de ser exconvicto, la cual le daba ventajas para ser parte de los grupos criminales.

Su destino estaba marcado, cayó como jíbaro o vendedor de marihuana por puchos. La justicia fue implacable. Antes de que se dispararan las alertas por el coronavirus, Carlos Iván terminó sus días en Bellavista y en este mundo debido a una afección pulmonar. Doña Rosalba, otros miembros de la Fundación y el dragoneante, que se convirtió en su gran amigo en prisión, sumaron ruegos a Dios para despedirlo en su paso al más allá y desearle paz en su tumba. De su familia solo se tuvo noticia el día de su deceso.

Jesús Preso

El relato de Carlos Iván es solo uno de los cientos de casos de personas que recuperan su libertad, pero que no logran romper la cadena de la prisionalización, dice el exdragoneante (pensionado) José Yasid Villamizar, vicepresidente de la Fundación Jesús Preso.

Doña Rosalba o la “madre de los presos”, quien llegó a las cárceles detrás de un hijo que erró su camino impresionado por un supuesto proyecto de “libertad y justicia social” desde la violencia, se multiplica por toda la ciudad, instituciones y estratos sociales, tratando de buscar la mano amiga que le permita fortalecer la fundación para apoyar a los presos y sus familias.

Por su edad, 73 años, la covid-19 le cerró las puertas de los penales, pero desde la calle les dice a los presos que confíen que la fundación y las “personas de buen corazón no los abandonarán”.

No falla cada mes dejando en las prisiones kits de aseo, medicamentos y otros elementos como la moringa, planta milagrosa en las cárceles para combatir el coronavirus. Solo en Bellavista auxilia a 200 presos con kits de aseo. Igual extiende su mano y sus ruegos para brindarles mercados a las familias de los reos más necesitadas.

Aquellos que salen de Bellavista y han perdido todo contacto con el mundo exterior saben que hallarán a doña Rosalba y su equipo de Jesús Preso (25 personas, la mayoría voluntarios) tratando de buscarles la forma de reintegrarlos a la sociedad con dignidad.

Taller para el empleo

El dinamismo de “Rosalbita” resulta inquebrantable, en plena pandemia, cuando todo el mundo se encerró, ella logró crear un taller de confecciones, “gracias a María Santísima” y alguno de sus apoyos terrenales: la Congregación Mariana, el canal de televisión Tele VID y empresarios, que prefieren dejar sus nombres en reserva. El taller de confección genera 26 puestos de trabajo para pospenados, (personas que recuperan su libertad) e incluso para aquellos que terminan de cumplir la condena impuesta en sus hogares.

Funciona en un salón del barrio El Playón, extremo de la comuna nororiental, cedido por el sacerdote, José Roberto Arango. Tienen la esperanza de que una vez despegue el proyecto, otras instituciones se sumen para ampliar esta empresa social y humanitaria para los pospenados.

En la inauguración del taller, la última semana de octubre, “Rosalbita” rogó por la creación de otros programas de empleo como panadería, “pues son muchos los presos que se capacitan en este oficio, asados y jardinería”. Muestra orgullosa la primera máquina podadora de plantas que seguramente salvará del hambre y la prisión a algunos exconvictos.

Tocando puertas

Para dar cuenta y ampliar el trabajo de Jesús Preso, Rosalba, espera que alguien le abra puertas con el gobernador Aníbal Gaviria y el alcalde de Medellín, Daniel Quintero.

“No se trata de criticar, pero los recursos del Estado bien direccionados, apoyando a presos y pospenados harían milagros por la vida digna de estos muchachos”, dice doña Rosalba, receptora de las quejas de aquellos que salen de prisión y ven frustrados sus sueños de reinserción social cuando acuden en busca de apoyo oficial.

“Muchas clases de sicología, pero nada de empleo”, dice Alberto Suárez, exconvicto.

Durante los días del reportaje, EL COLOMBIANO fue testigo de los esfuerzos de doña Rosalba, Olimpo Herrera Escobar, secretario de Jesús Preso y demás miembros del grupo humanitario para tratar de dejar en un lugar digno hasta terminar sus días al expresidiario José Ángel Martínez, de 70 años, oxígeno dependiente, reducido a una camilla y con un pasado tan complejo, que los familiares contactados temieron visitarlo.

A este señor se suman más de 60 adultos mayores que se niegan a salir de la cárcel “porque no tenemos dónde caer muertos”, expresión de uno de ellos, y “solo esta señora santa puede brindarnos algún apoyo”.

Desde la cárcel El Pedregal entra una llamada. “Rosalbita, podría encargarse de una muchacha que tuvo un hijo en prisión, él bebé está en el Hospital Infantil y necesita que su mamá lo amamante. Nosotros no tenemos forma de trasladarla. Por favor consígale algún espacio que ella no se le va a volar. Tampoco podemos mandarla para la casa porque no tiene (...)” Luego aparece otro rosario de desafíos que les llegan desde ese “estado de cosas inconstitucionales”, como define la Corte Constitucional a las prisiones.

Nada desanima a Rosalbita: “Mis muchachos (presos) no pierdan la esperanza. Resistan que Dios no desampara a nadie y, tarde que temprano, habrá un gobierno que de verdad se preocupe por ustedes y sus familias, para el bien de toda la sociedad”, dice esta mujer de pequeña estatura, teóloga de la UPB, con voz de mando y total acatamiento dentro de los penales, a un grupo de ancianos presos, que la llaman madre, a la entrada de la puerta giratoria de la Cárcel Nacional de Bellavista.

$ 12
billones valdría resolver la crisis carcelaria, según Minjusticia (dato 2019).
22 %
de los reos reincidentes en Colombia están relacionados con el delito de hurto.
El empleo que busca está a un clic

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