La Tierra tiene los días contados. Así lo sugieren nuevos estudios y simulaciones astronómicas recientes que modelan el destino del planeta tanto por la evolución del Sol como por inestabilidades gravitacionales que podrían expulsarnos del sistema solar o llevarnos a una colisión.
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Según la investigación, liderada por la Nasa y la Universidad de Warwick, nuestra estrella central morirá dentro de unos 5.000 millones de años. Para entonces, el Sol habrá agotado el hidrógeno que alimenta sus reacciones nucleares, se expandirá de forma descomunal y se convertirá en una gigante roja. “Durante esa fase, la radiación solar será tan intensa que evaporará los océanos, eliminará la atmósfera y volverá la Tierra completamente inhabitable”, advierten los científicos. El proceso culminará con la formación de una enana blanca, un remanente estelar extremadamente denso e incapaz de sostener vida en su entorno.
Pero la amenaza no es solo solar. Un equipo internacional de investigadores del Instituto de Ciencias Planetarias y de la Universidad de Burdeos, tras analizar 2.000 simulaciones por computador con datos de la Nasa, encontró que la gravedad de estrellas cercanas podría desestabilizar la órbita de los planetas del sistema solar, incluyendo la de la Tierra. Estas alteraciones, aunque improbables, podrían desencadenar colisiones o expulsiones planetarias.
“Encontramos una probabilidad del 0,2 % de que la Tierra sea expulsada o colisione con otro planeta durante los próximos 5.000 millones de años”, explicaron los autores en la revista Icarus. Aunque parezca un riesgo lejano, es cientos de veces mayor que estimaciones anteriores. En este tipo de escenarios, la Tierra podría acabar siendo arrojada hacia el espacio interestelar o directamente embestida contra el Sol.
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La estabilidad del sistema solar, según los modelos actuales, es más frágil de lo que se creía. Mercurio, con una órbita ya inestable, sería el primer planeta en verse afectado por estas perturbaciones. Si su trayectoria se descontrola, podría alterar las de Venus, Marte o incluso de la propia Tierra. Cualquiera de estos cambios tendría efectos catastróficos para la vida en el planeta.
Y aunque el fin del Sol se sitúa en una escala temporal inmensa, la habitabilidad terrestre podría deteriorarse mucho antes. Según los astrónomos, en apenas 1.000 millones de años el incremento natural de la luminosidad solar hará que la Tierra pierda su capacidad de albergar vida. El calor extremo evaporará el agua y erosionará lentamente las condiciones que hoy permiten nuestra existencia.
Ante este panorama, la exploración espacial y la búsqueda de planetas habitables se vuelve más urgente que nunca. Muchos científicos apuestan por Marte como destino intermedio, aunque también destacan la importancia de detectar exoplanetas en otros sistemas solares. Así que la colonización interestelar ya no es solo una cuestión de curiosidad, sino una posible estrategia de supervivencia a largo plazo.
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Finalmente, los expertos recuerdan que, si bien estos procesos son inevitables, la acción humana sobre el clima podría acelerar la pérdida de condiciones habitables mucho antes de que el Sol alcance su ocaso. “Preservar los ecosistemas, reducir emisiones y apostar por la tecnología limpia son medidas que debemos tomar ahora mismo”, concluyen los investigadores.