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“Doloroso privilegio” es la expresión que escogió el fiscal Julio César Strassera al comienzo de su alegato de acusación en el juicio al grupo de militares que impusieron una dictadura en Argentina de 1976 a 1983, al referirse a su tarea. Su labor para llegar a ese punto del juicio con las pruebas suficientes que permitieran asegurar una condena es lo que narra con aplomo, con resonancias del cine clásico estadounidense y con un mínimo de artificios, Santiago Mitre en “Argentina, 1985”, película que estrenó Amazon Prime en Colombia hace unos pocos días y que tristemente no pudimos ver en nuestras salas de cine.
La expresión también funciona para describir a esta cinta que logra contarle a una generación posterior de latinoamericanos, que no vivimos los hechos siendo adultos, la trascendencia de un juicio que tendría que servirle de ejemplo a un continente en varios sentidos. Mitre, con una producción impecable en la reconstrucción de época, prefiere poner en segundo plano sus búsquedas autorales (aunque la reflexión de la cinta sobre los mecanismos del poder y la justicia sea plenamente coherente con su obra anterior) en beneficio de una historia que necesitaba esa transparencia narrativa para aumentar su alcance popular, pero también como una muestra de respeto por el público, sabiendo que está haciendo una de esas películas que se convierten en recuerdos nacionales.
Hay un gran trabajo en la escritura por parte de los guionistas para lograr dibujar las vidas y los conflictos de los personajes protagónicos en un par de escenas. Logran decirnos que Strassera no es ese fiscal sabelotodo que hemos visto tantas veces en el cine, cuando lo vemos pidiéndole perdón a su hija por extralimitarse en su celo paternal, pero allí también nos hablan de esa generación de jóvenes en Argentina que esperaba que le pidieran perdón por lo que habían dejado que pasara. Apelan a la familia de Luis Moreno Ocampo, el fiscal adjunto, para explicar el contexto social y las opiniones que buena parte de la sociedad argentina había mantenido, incluso cuando se supieron los crímenes, y la importancia que tuvo para ellos la transmisión del juicio. Jamás pierden el foco de la narración, ni evaden la mención de las crueldades que se juzgaban en aquella sala, pero como pasa siempre en el mejor cine argentino, el humor aparece en el momento justo para permitirnos respirar.
Por supuesto que un guion así de preciso necesita interpretaciones sobresalientes. Nada menos entrega el reparto encabezado por Ricardo Darín, que esconde su magnetismo natural detrás de las gafas del fiscal Strassera, para buscar la dignidad del personaje incluso cuando el enojo lo saca de su aparente calma. Tanto Peter Lanzani, como Moreno Ocampo, y Alejandra Flechner, como Silvia, la esposa del fiscal, están a su altura en las escenas que comparten y que componen las dos principales líneas argumentales: lo íntimo y lo público en la difícil tarea de hacer lo correcto. El doloroso privilegio de, como lo sugiere la canción de Charly García al final, plasmar en imágenes el inconsciente colectivo.