El hecho
Se dirigía a un consejo de seguridad matutino un martes después del puente festivo. Eran las siete de la mañana del 4 de julio de 1989 y en su maletín llevaba el discurso que iba a pronunciar ese día. “El derecho a la vida es el derecho fundamental del hombre, pero la violencia irracional sigue mancillando cada día ese sagrado derecho. Razón tenía Héctor Abad Gómez cuando anotaba que no es matando guerrilleros, soldados, hombres de bien, como vamos a salvar a Colombia. Es matando la pobreza, la ignorancia y el fanatismo, como podemos mejorar el país”, decía la cuartilla que nunca se alcanzó a leer.
Nacido en Briceño (norte) en 1946, Antonio Roldán Betancur cursó su educación básica en el Liceo Antioqueño. Se graduó como médico y cirujano en la Universidad de Antioquia en 1971 y cumplió parte de su vida laboral en Urabá donde fue galeno, alcalde y concejal de Apartadó, dirigente deportivo y gerente de Corpourabá. Antes de ser gobernador se desempeñó como gerente de la FLA y jefe seccional de Salud. Esa mañana, apenas a 200 metros de su vivienda en el barrio Florida Nueva, en el carril de descenso de la calle Pichincha, después de la carrera 73, criminales del cartel de Medellín activaron a control remoto dinamita que estaba dentro de una camioneta Chevrolet Luv. La explosión despedazó la caravana oficial.
“Pero la violencia sigue haciendo estragos, creando sobresaltos, apagando el aliento vital de inocentes víctimas, ahuyentando el sueño de la paloma de la paz”, continuaba el discurso.
En declaraciones entregadas a la Fiscalía, en 1993, testigos protegidos señalaron que el atentado con carrobomba iba dirigido al coronel Valdemar Franklin Quintero, comandante de la Policía Antioquia, asesinado de forma posterior, el 18 de agosto de 1989, cerca al sitio donde se perpetró el primer ataque.
Frustrado quedó su proyecto político de llevar desarrollo sostenible a las subregiones, de aprovechar el potencial energético del departamento y de forjar en Urabá el polo económico de Antioquia. Su calidad humana y su sencillez le valieron su reconocimiento en la esfera pública. Por eso su asesinato generó una ola de repudio en la ciudad y el país.
En su funeral, que tuvo lugar en Campos de Paz, el presidente Virgilio Barco manifestó que el crimen era un acto de barbarie contra la vida y la institucionalidad. “Quienes lo conocimos, sabemos que él (Roldán) representaba las virtudes de los ciudadanos que queremos fomentar en nuestra patria. Un hombre honesto y trabajador, dedicado a cumplir con su deber, enamorado de su departamento”, dijo.
Fue despedido entre aplausos, pañuelos, banderas verdes y blancas, flores y pancartas en las que se reclamaba el derecho a la vida. “Su muerte no tiene explicación, estamos ante un hecho absurdo y sin sentido. No es posible entender por qué muere un hombre justo”, anotó en la homilía monseñor Eladio Acosta. “Antioquia desolada”, tituló EL COLOMBIANO, el día que el departamento quedó huérfano.