Lara, la voz de la justicia que la muerte no apagó

El 30 de abril de 1984 fue asesinado el ministro Rodrigo Lara, quien con sus denuncias fue el primero en intentar frenar el poder del narcotraficante Pablo Escobar.

El hecho

Rodrigo Lara Bonilla dedicó su último día a pensar en la muerte. A las 7:30 de la mañana del 30 de abril de 1984, el entonces ministro de Justicia recibió una llamada en la que los mandos militares le advertían que había un plan para asesinarlo y que debía cambiar su rutina. Durante sus 8 meses en el gobierno de Belisario Betancur, Lara se convirtió en el mayor obstáculo del narcotráfico; esa “nueva forma delictiva”, como la llamaban los periódicos, cuya influencia llegaba hasta los equipos de fútbol, el sector de la salud y el poder político. Todos los hilos confluían en un representante a la Cámara por Antioquia llamado Pablo Escobar Gaviria.


Lara logró expulsarlo del Congreso y comenzó a destapar sus negocios. La respuesta de Escobar fue una campaña de desprestigio en la que intentó vincular al ministro con dinero del narcotráfico y, luego, una serie de amenazas, que llegaban en llamadas anónimas y dibujos que representaban la forma en la que lo matarían a él y a su familia. Aun así, hasta ese momento, el asesinato de un ministro parecía un límite imposible de transgredir. El propio Lara, que ese 30 de abril pasó el día intranquilo “pensaba que no se atreverían”, relata su ahijado Francisco García.

Sus últimos minutos luego de salir de su oficina a las 6:50 de la tarde se han tornado más confusos con el paso de los años. La primera versión de lo ocurrido es descriptiva: Lara murió sorprendido en la mitad de una lectura dentro del Mercedes blanco que lo transportaba, en el cruce de la calle 127 con la autopista Norte de Bogotá, cuando dos sicarios en moto emboscaron el vehículo por la derecha y, el parrillero, Iván Darío Guisado disparó su ametralladora Irga, acertando 7 de 22 tiros.

La historia, contada al día siguiente por el chofer de Lara, Guillermo Velásquez, fue aceptada sin reparos y reproducida en crónicas de la época. Solo 11 años después, la sospecha de un médico patólogo que presenció la necropsia llegó al periodista Alberto Donadío y, tras un dictamen del exdirector de Medicina Legal, Máximo Duque, se descubrió, entre otras cosas, que el cuerpo del ministro tenía la nariz rota y un disparo que, por su trayectoria, tuvo que provenir del lado izquierdo y desde adentro del carro. Estos hallazgos, que en 2016 llevaron a la exhumación de los restos de Lara, no alcanzan para completar la historia. Son solo piezas. Dejan abiertas preguntas que, según Donadío, la Fiscalía aún no ha formulado a los escoltas que quedan vivos:“¿Quién hizo el disparo desde el lado izquierdo? ¿Por qué la versión inicial no coincide con los hechos? ¿Lara murió tras forcejear intentando salvar su vida?”.

Hay muchas más, agrega, todas inconclusas. Sin embargo, sobre la muerte de Lara, como dice su hijo Jorge, “lo difícil no es encontrar las respuestas, sino aceptarlas”.

El primer enemigo del cartel
Como señala el periodista Alberto Donadío, autor del libro El asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, el ministro de Justicia fue el primer gran enemigo de Pablo Escobar que fue asesinado. Para Francisco García, su ahijado, las clases altas le dieron la espalda porque no entendían el peligro que representaba el narcotráfico. Según estima la Alcaldía de Medellín, entre 1983 y 1993, 46.612 personas murieron por causa del “narcoterrorismo”, entre ellas cuatro candidatos a la Presidencia.

EL HÉROE

Jorge Lara tenía 7 años la noche del 30 de abril de 1984, cuando soltó sus carros de juguete para mirar quién había llamado a la puerta de su casa en Bogotá. Allí vio a su padre, el ministro de justicia Rodrigo Lara, manchado de sangre y tendido en la parte trasera de su carro. Tardó hasta el día del entierro en Neiva para entender lo que había sucedido. 5 años después, estando exiliado en Suiza, escuchó que en una ciudad cercana había otro niño colombiano, que como él huía de la guerra del narcotráfico. Su apellido, le dijeron, era Escobar. Jorge quiso vengarse. Empacó junto a los cuadernos para el colegio un martillo y después de clase fue a la estación de tren que llevaba de la ciudad de Friburgo a Lusana. No tenía dinero para el pasaje y, de alguna forma, eso los salvó a los dos. Para cuando vio por primera vez a Juan Pablo Escobar, rebautizado como Sebastián Marroquín, ambos tenían 32 años.

Solo entonces, Jorge conoció su historia: en la noche del 30 de abril de 1984, a 400 kilómetros de su casa en Bogotá, el hijo del narcotraficante más buscado de Colombia también sostenía carros de juguete cuando su madre, llorando, entró a la habitación y le dijo que era el hijo de un asesino. Jorge Lara supo que aquel de quien quiso vengarse siendo un niño era, como él, una víctima que no eligió su apellido. También entendió , luego de muchos años, las palabras de su padre cuando lo llevaba de pequeño a visitar las cárceles: “Hay humanos detrás de las rejas. La línea entre buenos y malos es solo una decisión”. La suya fue retomar esas visitas para contar su historia, que también es la de Sebastián. Con él comparte, además de una amistad que los reúne para hablar del pasado, la vocación por recordarlo para que –como ellos– Colombia encuentre en ese relato de muerte un espacio para la vida.