El juez que dio su vida por derribar el mito de escobar

Gustavo Zuluaga Serna fue asesinado el 30 de octubre de 1986 por orden de Pablo Escobar. Tres años antes, el jurista pidió la detención del capo y le arrebató su investidura parlamentaria.

El hecho

El hombre que le arrebató el disfraz de “Robin Hood” a Pablo Escobar Gaviria sabía que por ello podía morir, pero quizás guardaba la esperanza de que el Estado pudiera defender su vida. Gustavo Zuluaga Serna, que en septiembre de 1983 oficiaba como Juez Décimo Superior de Medellín, firmó el primer auto de detención contra el capo y su primo Gustavo Gaviria.

Desde ese día, Escobar no solo perdió su investidura parlamentaria, sino que la máscara de benefactor de los humildes se destrozó cuando comenzó a destaparse su prontuario criminal.El auto de detención firmado por Zuluaga Serna, y apoyado por el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, tenía que ver con el homicidio de dos agentes del DAS que investigaban a Escobar por narcotráfico desde 1976.

Luego de esto, enfrentó amenazas constantes. En una ocasión a la esposa del magistrado, Carmelita Valencia, unos sujetos la abordaron cerca a la plaza de La Macarena, la bajaron del carro, le pegaron un cachazo en la cabeza y tiraron el vehículo por un barranco. Hasta los guardaespaldas del jurista recibían intimidaciones. Carlos Mario, hijo de Zuluaga Serna, reveló que la nobleza de su padre era tal que, tras el asesinato de Lara Bonilla en abril de 1984, temiendo por la vida de sus escoltas les dijo que ya no requería más de sus servicios.

Más que una resignación, en esa decisión pesó más el hecho de no querer que nadie fuera arrastrado junto a él, si la violencia lo alcanzaba algún día.Y eso ocurrió tres años después de que el capo entrara a la clandestinidad: ordenó la ejecución del hombre que había puesto el foco de la justicia sobre él y sobre su ejercicio como representante suplente a la Cámara. El magistrado fue sorprendido por una ráfaga de balas que impactó contra él y su esposa Carmelita, cuando quedaron atascados en una congestión a la altura de la avenida Bolivariana con calle 34.

Era el mediodía del 30 de octubre de 1986. “Ese día mi mamá alcanzó a ver por el espejo retrovisor cuando dos hombres armados se acercaban a la camioneta. Le dijo a mi papá que los iban a matar y la reacción de él fue tumbarse sobre ella para cubrirle el vientre, porque ella estaba embarazada de Ángela María. Aún así la alcanzaron algunas balas, pero ese era el carácter de mi padre”, contó.El 31 de octubre de 1986, la primera página de EL COLOMBIANO, el mismo día de sus exequias a las que asistió el ministro de Justicia Eduardo Suescún Monroy y el procurador general Carlos Mauro Hoyos que, el 25 de enero de 1988, se convirtió en otra víctima de Escobar.Ni la muerte del magistrado acabó con las amenazas contra la familia Zuluaga Valencia.

Carmelita tuvo que gritar a los cuatro vientos que no querían saber nada más de Escobar y con entereza levantó a sus cuatro hijos, que crecieron sin la presencia del padre, pero sí con las enseñanzas que ella se encargó de transmitirles sobre la rectitud y la valentía con las que él asumió y entregó su vida.


ÁNGELA MARÍA TAMBIÉN SE SALVÓ
Carmelita Valencia, la esposa del magistrado, estuvo en estado de shock desde el día del atentado hasta diciembre de ese año, cuando nació Ángela María, quien también sobrevivió al atentado en el vientre de su madre. Carlos Mario, su hermano, expresó que ella conoció a su padre por las historias de valor que acompañaron la vida del magistrado. Hoy ella es docente universitaria de fotografía y periodismo.

EL HÉROE
Carlos Mario Zuluaga Valencia

Carlos Mario Zuluaga Valencia escuchó las ráfagas cuando estaba terminando clases, en el colegio de la UPB. Sus compañeros, que se arrimaron a las rejas que daban a la calle para ver qué había pasado, gritaban que habían matado a un juez. Como su padre ya era magistrado, Carlos descartó que se tratara de él. Al llegar a la casa, los vecinos estaban asomados en los balcones y uno de ellos le dio la fatal noticia. A sus 16 años la violencia de Medellín le arrebató a su padre, Gustavo Zuluaga Serna. Carmelita Valencia, la esposa del magistrado, fue trasladada ese 30 de octubre de 1986 desde el sitio del atentado a la Clínica Conquistadores. “Le sacaron tres balas y le quedó una, porque sacarla es muy riesgoso. Mi mamá es la verdadera heroína porque era quien llevaba a mi papá a todos lados. Él sufría de polio y ya no podía conducir”, contó. Aquel muchacho, que al día siguiente del atentado fue registrado con semblante serio en una fotografía durante las exequias, no se detuvo y junto a su familia tuvo la serenidad para seguir sin olvidar. Estudió algunos semestres de diferentes carreras, pero al final se formó como un comerciante empírico y hoy trabaja en exportación de alimentos. Gracias a Carmelita, quien asumió las riendas del hogar, la partida del magistrado se convirtió en un ejemplo de que los buenos valores no se negocian. Hoy sus tres hijos siguen con sus vidas (otro murió en 1990) y en las reuniones familiares cuentan con orgullo a sus nietos que el abuelo, siendo juez, fue quien se atrevió a desafiar al mayor símbolo de la violencia en Colombia.