Este jueves 2 de octubre, a poco más de un mes de que se cumplan 40 años de la toma del Palacio de Justicia, se estrena en la salas de cine del país, NOVIEMBRE, un película que vuelve sobre esos hechos, pero que los muestra como pocas veces los hemos visto, desde adentro.
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La película, la primera del director colombiano Tomás Corredor, transcurre casi por completo en uno de los baños del edificio, y se cuenta a través de la angustia y el desamparo de los protagonistas. Eso era lo que pretendía Corredor, hacer sentir a los espectadores, protagonistas para poner de presente que hechos violentos como esos le podían pasar a cualquiera –el 80% de las víctimas del conflicto fueron civiles no combatientes–.
NOVIEMBRE es una co-producción entre Colombia, México y Brasil, y es protagonizada por Natalia Reyes, Santiago Alarcón y Juan Prada. Antes de estrenarse en Colombia fue seleccionada para participar en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) 2025, uno de los festivales de clase A más reconocidos del mundo y el principal mercado de cine independiente en norte América, allí fue incluida por el medio Forreel entre los 6 estrenos mundiales imperdibles. A propósito de su estreno EL COLOMBIANO habló con el director Tomás Corredor.
¿Por qué decidió hacer su primera película sobre el Palacio de Justicia?
“Yo estudié cine y siempre quise hacerlo, pero por cosas de la vida terminé haciendo comerciales de televisión y siendo profesor, entonces tenía esta deuda y en el momento en que empecé a pensar seriamente en hacer una película automáticamente pensé en esto. Yo tenía nueve años cuando pasó y desde eso ha sido una obsesión porque me puso en una situación de empezar a tener una conciencia política y construir una identidad política. El palacio siempre ha sido la forma de entender el país en el que vivo”.
Si o si esta iba a ser su primera película...
“Sí, porque yo creo que cuando tú vives en un país que ha pasado por un conflicto como el nuestro, cuando atraviesas guerras y traumas colectivos, uno tiene una vuelta terapéutica al germen del trauma, uno tiene que hablar de eso, y por ese lado la película funcionó, realmente me llevó a un lugar de sanación y ojalá se preste para lo mismo entre mucha gente”.
¿Cómo vivió la toma del Palacio de Justicia?
“Me acuerdo estar llegando del colegio, sentarme a ver televisión y en vez de los programas que veía, estaban dando la toma del palacio en todos los noticieros. En ese momento no había adultos a mi lado ni nadie que me explicara la magnitud de lo que estaba pasando,
una cosa absurda que uno no sabe cómo asimilar y digerir. Yo creo que eso me llevó a investigar ese tema y ahí surge la película y la forma de contarla”.
La película sucede en uno de los baños del palacio, es una manera de contar desde adentro lo que siempre hemos visto desde afuera ¿por qué?
“Lo primero es que el baño a mí me parece como un símil de la Colombia de esa época que no es muy diferente a la de ahora. Ahí se puede ver una Colombia de hombres blancos, altos, poderosos, con puestos jerárquicos, unos más importantes que otros, una diversidad sociocultural y económica que pone a las mujeres a hacer oficio, a cuidar, una diversidad indígena, afro, que termina yéndose a la guerrilla. Un poco de todo, entonces no era necesario irse del baño, porque ahí uno siente el desamparo de estas personas, entiende la brutalidad de la retoma, la irresponsabilidad infinita del M-19, la forma en que los medios fueron censurados. Todo se entiende desde ese lugar”.
Pero está también el uso de archivo...
“Hicimos una búsqueda de cosas que no se hubieran visto en la televisión colombiana, con agencias de prensa extranjeras. Y realmente logramos, me parece a mí, un diálogo muy interesante entre el adentro y el afuera. Todo lo que pasa en el baño obedece al sonido de afuera. Lo que yo quería era hablar de la gente que vive la guerra y no de cómo se ve la guerra”.
¿Qué le dejó la película? ¿Cómo se relaciona con esos hechos del Palacio ahora?
“Yo nunca quise contar esto desde el lugar de la verdad, porque yo no soy ni historiador, ni periodista, ni abogado, ni juez. Simplemente soy una persona más que a través del arte quiere transformar un dolor para hacerlo visible desde una forma simbólica diferente. Creo que desde ahí se establece un diálogo, y me parece importante que sigamos hablando del Palacio, tenemos que hacernos preguntas sobre esto, tenemos que desenredarlo como nación. Es como una herida que cerramos mal, se nos infectó y nos toca quitar esos puntos malos y empezar a quitar tejidos que nos sirven y ver la herida de frente y empezar a sanar, y yo creo que la película es como un dispositivo para generar ese diálogo, más que para rendir cuentas. Es una película sobre una nación, no sobre los actores, y te increpa desde el principio que te pone ese lugar, en esa situación. Siempre pensé que la sensación tenía que ser de identificación, no de condescendencia, porque yo sí creo que esto, lo digo casi como un eslogan, no le pasó a los que estaban allá, nos pasó a todos como nación”.