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El alacrán que picaba en el Valle vuelve a caer

La recaptura de Henry Loaiza, devela la historia de horror que se vivió en Trujilo durante 6 años.

  • La primera vez que fue requerido por las autoridades en 1995, Henry Loaiza Ceballos, “El Alacrán”, se entregó a la justicia. Fue condenado a 20 años de prisión y quedó libre en 2017. FOTOS Archivo El Colombiano y Colrensa
    La primera vez que fue requerido por las autoridades en 1995, Henry Loaiza Ceballos, “El Alacrán”, se entregó a la justicia. Fue condenado a 20 años de prisión y quedó libre en 2017. FOTOS Archivo El Colombiano y Colrensa
  • Henry Loaiza Ceballos, “El Alacrán”
    Henry Loaiza Ceballos, “El Alacrán”
01 de julio de 2019
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El cuerpo mutilado del padre Tiberio Fernández Mafla flotaba en el río Cauca, en cercanías a Roldanillo, Valle del Cauca, en una mañana de mayo de 1990, cuando un campesino de la zona logró avistarlo y lo recuperó de las aguas. Fernández, quien era párroco y lider comunitario en el municipio de Trujillo, había sido torturado y castrado. El campesino que rescató su cadáver también encontró la muerte días después a manos armadas.

18 años más tarde, en enero de 2008, como si la violencia insistiera en ensañarse con él, la tumba del padre Tiberio fue profanada, según reporta un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica. Ese hombre de fe, víctima de los hechos conocidos como la masacre de Trujillo,no pudo descansar en paz.

Por eso no deja de ser por lo menos curioso que, biblia en mano, en un pequeño pedazo de papel, el 5 de octubre de 2016 Henry Loaiza Ceballos, conocido como El Alacrán, uno de los probados perpetradores de la masacre, redactó desde la cárcel de Palmira una nota en la que pedía perdón a las víctimas. Por primera vez en casi dos décadas, Loaiza mostraba alguna señal de arrepentimiento.

“Me comprometo con Dios, con la sociedad y con nuestra patria a no volver a cometer ningún acto delictivo”, dijo El Alacrán en ese entonces, en un inusual tono religioso que empezó a usar de ahí en adelante. Pero esa promesa no perduró. Dos años y medio después de haber recobrado su libertad, las autoridades lo recapturaron en Puerto Asís, Putumayo, el pasado 26 de junio. ¿Qué hacía Loaiza en ese municipio? Según los hechos por los que lo acusa la Fiscalía, de todo, menos actos de contrición.

Un horror de no acabar

El historial delictivo de Henry Loaiza se remonta a los años 80, cuando incursionó en el narcotráfico en el Putumayo. En ese entonces, la zona era controlada por el grupo paramilitar Los Masetos, al mando de Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano.

De la sevicia de su actuar en esa época da cuenta el testimonio de un hombre anónimo de 42 años que fue recogido por el Grupo de Memoria Histórica (GMH), equipo investigador que posteriormente se transformó en el Centro Nacional de Memoria Histórica: “El Alacrán era un cotero (ayudante de bus). Un día se fue para Puerto Asís, en el Putumayo, y llegó lleno de plata. Empezó a comprar tierras y tierras y cogió poder. Conoce de armas. Conoce muchas cosas. Por ejemplo, yendo para El Naranjal hay tres cruces, el el calvario de tres hermanos. Resulta que él tuvo un problema con esos tres hermanos en un bus cuando él iba como cotero, no sé si fue que uno no le pagó o qué, en todo caso tuvo una discusión, pero él dijo que algún día se la iban a pagar. Cuando él volvió cargado de plata, lo primero que hizo fue buscar a los hermanos y los mató en el mismo lugar donde tuvieron el problema”.

Hacia el final de la década, ya con cierto poder económico consolidado y con contactos en las mafias, El Alacrán se unió al Cartel del Norte del Valle. Con esa organización criminal, de la que llegó a ser cabecilla y que disputaba con el Eln el control territorial en varios pueblos, emprendió en 1988 una oleada de terror y muerte en los municipios de Trujillo, Bolívar y Riofrío, que se prolongó por 6 años. A esos hechos se les conoce como la masacre de Trujillo.

“A finales de la década del 80, era posible rastrear en el escenario local, de una parte, proyectos expansivos y superpuestos de actores como la guerrilla del Eln, y de organizaciones del narcotráfico, encabezadas por Diego Montoya, alias Don Diego, y Henry Loaiza, alias El Alacrán, en cuya finca Villa Paola fueron cometidos muchos de los crímenes”, reseña el Centro de Memoria en el informe “Trujillo, una tragedia que no cesa”, publicado en 2008.

Esa escalada de violencia dejó un total de 245 víctimas. Al terrible escenario se sumaron las acciones de un grupo paramilitar que empezó a operar en la zona, para contrarrestar la presencia del Eln.

En medio de las confrontciones, la población campesina se sentía cada vez más vulnerada. Las comunidades programaron una marcha y una concentración en la plaza de Trujillo el 29 de abril de 1990, sin calcular que esa sería la génesis de la época de mayor recrudecimiento de la violencia.

Testimonios de sobrevivientes coinciden en afirmar que la protesta era pacífica. Había una programación cultural, que incluia teatro y danza folclórica. Sin embargo, tan pronto inició la concentración, los campesinos fueron tildados de guerrilleros y el Ejército se desplegó en la plaza. Los uniformados impedían que los manifestantes se dispersaran pero se desató un aguacero, por lo que el padre Tiberio Fernández le ofreció a la gente refugio en la iglesia. Ese fue su error fatal pues inmediatamente fue señalado de auxiliador de la guerrilla.

Según recoge el informe del Centro de Memoria, además de coordinar la red de narcotráfico en Trujillo, El Alacrán fue un torturador sanguinario. Sobre la muerte de Daniel Arcila, en un primer momento cómplice y testigo de la masacre, y en un segundo momento denunciante de dichos crímenes ante las autoridades, el documento menciona que “lo que se afirma es que fue torturado en la hacienda Villa Paola por el propio Alacrán y que él mismo le cortó las orejas, las fritó y se las comió”.

Con testimonios de la comunidad y documentos judiciales, las atrocidades de El Alacrán están ampliamente documentadas. Para vengarse, Jesús María Gómez, un amigo personal del padre Tiberio, quiso infiltrarse en la red delincuencial y logró grabar varios audios en los que narraba las torturas y homicidios de los que empezó a ser testigo. Meses después también fue asesinado.

Cuando la intensidad del terror disminuyó, el capo continuó liderando la red de narcotraficantes. Las autoridades ofrecían en la época una recompensa de hasta 500 millones de pesos por información que permitiera su captura.

Semilla de más violencia

Hacia 1995 las autoridades iban cerrando cada vez más el cerco sobre El Alacrán, al punto que en junio de ese año, cuando se había convertido en uno de los criminales más buscados del país, se entregó voluntariamente en Cali.

Pero su detención no mengüó la violencia en Trujillo y sus municipios aledaños. La contienda entre bandas rivales de narcotraficantes se extendió en el tiempo y aún hoy, la semilla del terror en la región no ha podido ser extirpada por completo. Según datos recopilados por el Departamento Nacional de Planeación, entre 1984 y 2017 fueron desplazadas de Trujillo 6.308 personas y en 2016, último dato disponible, la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes era de 49,9.

El Alacrán fue condenado como autor de 43 homicidios y 22 secuestros a 22 años de prisión. No obstante, durante 20 años negó su responsabilidad en la masacre de Trujillo e incluso llegó a afirmar públicamente que había logrado perdonar a quienes lo “acusaron injustamente”.

Por eso, para sus víctimas, reunidas en la Asociación de Familiares de las Víctimas de la Masacre de Trujillo (Afavit), la nota manuscrita con la que pidió perdón en 2016 fue tan significativa. “Creo que este es un gesto noble, cristiano, del señor Henry Loaiza que aceptamos”, dijo Nelson Fernández, quien para entonces era presidente de la asociación.

Regreso al Putumayo

El Alacrán recuperó su libertad en enero de 2017 por orden del Juzgado Segundo de Ejecución de Penas de Palmira, tras haber pagado sus deudas con la justicia. Pero en lugar de radicarse de nuevo en el Valle del Cauca, viajó a mediados de junio de 2018 a Puerto Asís, municipio donde arrendó a su nombre una casa de dos pisos en el barrio La Floresta.

Una vez allí, según revelaron las investigaciones de la Fiscalía, su discurso volvió a ser el de antes: aseguraba a los pobladores que él nada había tenido que ver con la masacre de Trujillo ni con redes de narcotráfico y que había sido condenado injustamente. Incluso, llegó a decir que estaba en Puerto Asís porque quería construir una iglesia para la comunidad. En la calle lo veían caminar con una Biblia bajo el brazo derecho y hablar de varios de sus pasajes.

De hecho, además de una finca y varias cabezas de ganado, Loaiza pretendía comprar una emisora comunitaria, según dijo a varios comerciantes, para difundir la palabra de Dios. En Puerto Asís lo veían como un hombre que quería concentrarse en la legalidad y refugiarse en la fe.

Pero había señales que no encajaban en ese halo de espiritualidad. Para los vecinos era habitual que personas desconocidas llegaran a casa de El Alacrán a cualquier hora del día, a bordo de ruidosas motos de alto cilindraje y vehículos de alta gama. Dados los antecedentes de Loaiza, las autoridades empezaron a sospechar que algo más estaría ocurriendo de puertas para adentro.

Luego de cerca de un año de atar cabos y seguir pistas, la Fiscalía estableció que el regreso de Loaiza al Putumayo habría estado motivado por su relación con la banda criminal “La Constru”. En un amplio operativo desplegado el pasado 26 de junio en Putumayo y Cundinamarca, en el que fueron capturadas 15 personas señaladas de ser integrantes de dicha banda, la Fiscalía y la Policía detuvieron a El Alacrán.

Otro de los capturados de la operación fue Miguel Antonio Bastidas, alias Gárgola, quien al momento en que fue cercado por las autoridades, se desplazaba por las vías de Soacha en un vehículo oficial del Ejército junto al coronel activo Elkin Alonso Argote. El coronel no fue capturado pues no existía ninguna orden en su contra, sin embargo, las autoridades investigan por qué estaba en compañía de La Gárgola en un vehículo oficial.

En cuando a El Alacrán, fue presentado ante un juez de Control de Garantías en Neiva. Sus víctimas en el Valle del Cauca esperan quesea procesado y que su ponzoña de miedo y dolor no vuelva a picar jamás

245
personas fallecieron durante los hechos conocidos como la masacre de Trujillo.
20
años de prisión pagó El Alacrán, antes de recuperar su libertad en 2017.
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