Después de escuchar —apenas— la superficie de la historia, le digo sorprendido:
—Entonces, es como si una especie extinta hubiera vuelto a la vida...
Don Rubén Darío Agudelo celebra con el rostro y las manos la comparación. La aprueba con un manotazo afectuoso sobre su mesa de trabajo y una sonrisa satisfecha. Y es que así fue, lo que hizo junto a su familia fue traer de la extinción no una especie sino una artesanía clasificada como desaparecida desde hace más de medio siglo, una variedad de carriel perdida en el tiempo que gracias a él y su familia volvió a reproducirse en 2018 y este año finalmente regresó a su ‘hábitat’.
Esta historia comenzó en 2017, cuando a Carrielarte, la tienda de las hijas de Rubén Darío, Alejandra y Carolina, ubicada en una esquina del municipio de Jericó, llegó un cliente portando un carriel rarísimo. Cuando le contaron a su papá, éste supo que se trataba de un carriel particular vinculado a San Pedro de los Milagros, un tipo de guarniel diferente al antioqueño que se ha conocido desde siempre y cuya fama cruzó fronteras. Entonces la curiosidad que tenía contenida hacía años se reactivó. Rubén Darío había heredado una de estas rarezas de su padre, Darío Agudelo Bermúdez, y sabía un par de cosas de oídas, pero el resto era misterio.
La familia Agudelo es la única actualmente en el país que tiene tres generaciones ininterrumpidas dedicadas a la fabricación del carriel antioqueño. La dinastía comenzó en los 50 con don Darío, quien recibió en 1987 el Premio Nacional a la Maestría Artesanal; siguió con sus hijos John Jairo, Saulo y Rubén Darío, quien también recibió en 2016 el reconocimiento que logró su padre; y continuó con las hijas de Rubén. Las manos de los Agudelo han creado los carrieles que han recibido en visitas de Estado los últimos papas, así como reyes y presidentes de todo el mundo.
A finales de 2017 Rubén Darío y su familia se embarcaron en el difícil proyecto de desentrañar los misterios del carriel sampedreño al corroborar que prácticamente no existía rastro sobre éste. El maestro guarnielero comenzó escrutando el propio carriel que le legó su papá y a partir de ahí comenzó un largo proceso de investigación en búsqueda de restos y vestigios de carrieles y moldes y de retazos de la historia para reconstruir la artesanía.
Pronto se toparon con un problema. No solo había dejado de fabricarse sino que el conocimiento sobre esta pieza en su propia tierra era escaso y hasta los carrieles o vestigios de éstos eran difíciles de hallar.
Artesanías de Colombia y la propia primera dama María Clemencia Rodríguez se reunieron con la familia y los alentaron a continuar con la tarea, entendiendo que para la riqueza artesanal del país el rescate del carriel sampedreño era un hecho histórico.
Armando de a poco ese rompecabezas, en 2018 el proyecto de Recuperación del Guarniel de San Pedro fue galardonado por Antójate de Antioquia, programa de la Secretaría de Productividad y Competividad de la Gobernación.
La búsqueda fue prolífica: encontró dos nombres fundamentales, el de Luis Enrique Piedrahita Tobón, el último integrante de una familia que dominó totalmente la fabricación del carriel sampedreño y cuyos guarnieles pueden rastrearse desde 1865 aproximadamente; y el de Alfonso Muñoz Arango, discípulo de Luis Enrique y cuyas manos fabricaron los últimos carrieles, con él había desaparecido la tradición.
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Mientras que decenas de familias regaron la tradición de la fabricación del carriel antioqueño en Jericó, otros pueblos del Suroeste y Envigado, en San Pedro el monopolio de la familia y el desinterés de las nuevas generaciones jugó en contra de su preservación.
La investigación encontró que el guarniel del Norte de Antioquia dejó de fabricarse de manera continua desde inicios de los 60, salvo en breves momentos en los que don Alfonso logró sobreponerse de sus problemas de salud y elaborar algunos.
En 2018, entonces, en el taller Rubén Darío, el carriel sampedreño volvió a ser fabricado con sus marcadas diferencias respecto al jericoano, el que todos conocen: una lengua mucho más pronunciada, una forma más dominada por curvas y armonía frente a cierta rigidez del jericoano; sus orejas cosidas, la combinación de los colores rojo, café, verde y amarillo; sus hebillas más pequeñas, su riata más ancha y, sobre todo, el emblemático bordado vegetal hecho a mano en la mora, un detalle majestuoso que se revela al abrir la tapa.
A pesar del grado de detalle que logró, Rubén Darío reconoció que alcanzó una reproducción del 90 por ciento del guarniel sampedreño ponderando la perfección de la pieza que se logró por última vez en manos de Alfonso Muñoz.
Rubén Darío dio vida nuevamente no solo al carriel sino que reconstruyó los moldes, que son mucho más que moldes. Por ejemplo, el más pequeño marcaba el paso de la niñez a la adolescencia, el que recibían los muchachos después de la primera comunión; el número dos, era para los arrieros y hombres de negocios; el tres, se usaba para lucir las mejores pintas en matrimonios y eventos.
Pero aun valorando el esfuerzo y el resultado alcanzado, Rubén Darío siempre fue consciente de que la ‘desextinción’ del guarniel sampedreño no estaba terminada. Para que una artesanía tenga declaratoria de vigente tiene que mantenerse viva y fecunda en el lugar donde tuvo origen. Aquí es cuando aparece la otra gran protagonista de esta historia.
El ‘regreso’ a San Pedro
Ocho años después de ese rescate, el San Pedro por fin espabilaron. Un grupo de concejales organizó una comisión en mayo para viajar a conocer el carriel sampedreño, su propia artesanía, a 180 kilómetros, en el taller de Rubén Darío, en Jericó.
El maestro guarnielero les abrió de par en par su taller y su conocimiento. Se puso a disposición para servir de puente para que el sampedreño volviera a casa. La concejala Daniela Múnera publicó en Instagram un mensaje afuera del taller de Rubén Darío luciendo un sampedreño fabricado por él y con un mensaje entusiasta que anunciaba el inicio de “la aventura” para que San Pedro recuperara su guarniel. En realidad, reconoce la concejala, no había ningún plan, solo la emoción y el deseo y, a lo sumo, la proyección de que si comenzaban este año tal vez en cinco años podrían volver a ver un carriel fabricado por manos sampedreñas. Pero Ángela Milena Pérez Múnera tenía otros planes.
Ángela Milena llegó al mundo del cuero hace trece años casi por azar, mientras se recuperaba de una cirugía por una hernia. Un día, por la radio, escuchó el anuncio sobre un curso de marroquinería en el Sena de San Pedro. Sin pensarlo dos veces, vio en ese espacio la oportunidad de salir del agobio de la quietud, así que apoyada en sus dos muletas y su mochila en hombros tomó el curso de tres meses en el que descubrió un talento oculto para dominar el cuero.
Cuando Milena se graduó, Orlando Jaramillo, su esposo, la apoyó con el primer plante, 20.000 pesos con los que ella hizo magia.
— Con eso me fui para Medellín a comprar cuero por retazos, compré bolsadas, kilos de retazos. Y luego me puse a hacer carteritas con esos pedacitos de cuero, salí a vendérselos a mis amigas, compañeros, me fui a tocar puertas. Esos 20.000 pesos los convertí en un millón.
Y desde entonces no paró. Las clientas comenzaron a buscarla por la calidad de las carteras, bolsos y correas hechas a mano en el taller que organizó en último piso de su casa. Montó su marca: Corinta, inspirada en el apodo que heredó de su papá Francisco Ángel, a quien todo el mundo llamaba Corinto.
Las lágrimas del primer carriel
El 25 de julio pasado, en una antigua y conservada casa de San Pedro, decenas de sampedreños se reunieron para escuchar cómo Rubén Darío trajo de la extinción al carriel sampedreño. Allí entre el público estaba Ángela Milena, quien semanas atrás, tan pronto había visto la publicación de la concejala Múnera le había escrito, a pesar de que ni siquiera la conocía, para decirle que estaba dispuesta a meterse de cabezas en el proyecto de fabricar nuevamente el guarniel en el municipio.
Hacía tiempo que la idea de fabricar un guarniel le danzaba en la cabeza, impulsada por dos amigos, Jorge Alberto y Rubén Múnera, que intentaban convencerla de que tenía el talento para lograrlo. Pero a pesar del espíritu osado de Ángela varias cosas la frenaban, entre otras cosas, la falta de insumos como los moldes para trabajarlo pues los carrieles de muestra no abundaban y la posibilidad de dañar alguno guarniel antiguo que cayera prestado en sus manos le atemorizaba, empezando por el propio carriel de su abuelo, una pieza del siglo XIX que fue uno de los primeros fabricados en la historia.
Esa noche, después de escuchar al maestro jericoano salió convencida. Dicho encuentro concluyó con la promesa de algunos concejales de impulsar que una primera camada recibiera la enseñanza de Rubén Darío y así se tejiera por primera vez después de medio siglo el hilo de la transmisión de conocimiento que se cortó después de don Alfonso Muñoz.
Pero Ángela Milena no quería sentarse a esperar. Después de presentarse ante Rubén Darío, llegó a la casa y Orlando, su mecenas y quien más la ha impulsado, volvió a darle el empujón que le faltaba. Le dijo que le regalaría el cuero que necesitaba para intentar hacer su primer carriel, porque no podía llegar donde el maestro guarnielero en ceros, sin tener nada que mostrarle.
Se fueron para Medellín con el carriel que compró la concejala en Jericó y la reliquia del abuelo como muestras. Consiguieron un cuero, Ángela sacó fotocopias para intentar tener moldes de trabajo y arrancó. No sabía en ese momento que estaba por comenzar un mes lleno de angustias, frustración y dudas.
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En esas semanas, Milena supo por qué el conocimiento detrás de una tradición artesanal tiene un valor incalculable. Después de fallar cortes, pliegues y medidas; después de llorar y herirse las manos y sufrir la avería de la máquina que obligó a Orlando desarmarla completica, finalmente llegó el día en que vio su primer carriel terminado.
Nadie sabía que en el taller de Corinta estaba fabricándose después de tantos años el carriel sampedreño en su propia tierra. Cuando estuvo listo, Ángela Milena llamó a Daniela y en gratitud por el apoyo recibido le compartió la primicia. Luego corrió a escribirle a Rubén Darío. “Yo tengo algo que mostrarle, no me vaya a regañar, o mejor dicho, regáñeme si lo hice mal, pero yo no podía llegar donde usted sin antes tener algo que mostrarle”, le dijo.
Rubén Darío quedó atónito con las fotos que recibió. No solo porque, a pesar de que no era el cuero ideal y tenía aspectos por mejorar, era a toda regla un sampedreño de factura notable y más grande que cualquier molde que él tuviera. Sino porque la existencia de ese carriel desmontaba esquemas rígidos.
Históricamente, el proceso para dominar el oficio y convertirse en guarnielero era largo y solemne. En tiempos de los grandes maestros guarnieleros, los aprendices pagaban por el honor de estar en los talleres de renombre viendo de cerca la fabricación de carrieles hasta que, con talento y disciplina, en un año podía recibir la bendición de su maestro. Pero además siempre fue un oficio de hombres porque algunas etapas como el ribeteado, que da forma al acordeón, exigen fuerza, resistencia y son tremendamente agresivas con las manos. La convicción de Ángela Milena por dominar el oficio fue superior a todo eso.
Para el maestro jericoano, papá de las dos únicas guarnieleras que tenía Antioquia hasta ahora, no hay satisfacción más grande que el hecho de que el rescate del desaparecido sampedreño que comenzó hace ocho años se haya completado en las manos de una mujer, encargada de volver a fabricarlos en su tierra después de décadas.
Con esa buena calificación, Ángela hizo un segundo guarniel, una mezcla entre las características del sampedreño con colores y un toque moderno para conquistar un público más joven. Sus dos primeras piezas, junto a algunas reliquias que fueron surgiendo y uno fabricado por el guarnielero jericoano hicieron parte de otro evento organizado por la concejala Múnera en el que quedó de manifiesto que el regreso del sampedreño es una realidad y que ahora le corresponde al municipio apropiarse de su artesanía y convertirla en símbolo cultural y desarrollo económico.
De ese evento Ángela Milena salió con pedidos hasta para tirar pa´l techo, no solo de gente del pueblo sino de varias partes del Norte como Entrerríos, Santa Rosa y hasta para el exterior. Y como la iniciativa de formación grupal no cuajó se fue por cuenta propia hasta Jericó donde Rubén Darío le enseñó los trucos indispensables para dominar el oficio: cómo ribetear en la máquina, qué cuero comprar, qué pelambre usar, cómo lograr un acordeón perfecto.
Lo que esperaban que ocurriera en cinco años: un vivaz movimiento alrededor del carriel, ya está ocurriendo. Mientras Ángela Milena trabaja día y noche sacando la primera camada de carrieles de su marca Corinta con Orlando como ayudante y aprendiz; don Édgar Sánchez, sastre del pueblo, borda las preciosas moras que refuerzan el carácter coleccionable de cada guarniel; doña Regina Muñoz, don Rodrigo Gutiérrez y su hija elaboran los bellos empaques en los que los carrieles llegan a su destino; y don Julián Darío Tamayo busca y comparte las piezas y cabos sueltos con los que va armando la historia del carriel sampedreño. Por ejemplo, gracias a los relatos orales que ha custodiado, existen indicios de que el carriel sampedreño no solo es diferente sino que podría ser más antiguo, de la primera mitad de los 1.800. Lo importante ahora es que la historia de esta artesanía no vuelva a interrumpirse.