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Casinos, mucho más que dinero

A estos lugares llenos de máquinas tragamonedas, ruletas de la fortuna, naipes y fichas, no solo se va con el objetivo de ganar plata.

  • Ilustración VALENTINA LEÓN
    Ilustración VALENTINA LEÓN
24 de junio de 2016
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Letras, números, tréboles de cuatro hojas, animales y monedas; tantos son los íconos que giran rápidamente en las pantallas de las máquinas tragamonedas de los casinos. Espacios cerrados, sin ventanas o relojes, en los que se hace del tiempo dinero o del dinero tiempo.

La Twittercrónica visitó dos de los 174 casinos registrados de la ciudad para conocer estos puntos tan visitados por unos, y tan misteriosos para otros: el Avalón, con apenas 24 máquinas tragamonedas, por El Palo y Ayacucho; y el San Remo, en la bajada de la avenida El Poblado hacia la Aguacatala, con 238 máquinas, 2 ruletas, 6 mesas de juego y hasta 30 meseros. Pero poco importa la ubicación o el tamaño de estos dos lugares cuando sus visitantes encuentran lo mismo en ellos: un espacio para compartir.


La casa de todos
Juan David Paniagua, administrador del casino Avalón, lleva 2 años manejando el negocio y no duda en calificarlo como un “hogar” para sus clientes. Abierto desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche, el lugar, que ofrece cortesía de gaseosa y agua en vasos plásticos, recibe un promedio de 100 personas diarias.

A las 3 de la tarde, ocultándose del fuerte sol y la bulla del centro de la ciudad, nueve personas se esconden tras las puertas negras del local. Por lado y lado, las coloridas máquinas decoran el corto pasillo oscuro que conforma el espacio.

Se escucha una salsa que se funde con los sonidos de las máquinas funcionando, y se escucha a una mujer llamar a Juan David de “amor” y pedirle que le cambie un billete de cincuenta mil.

En ese momento entra doña María con su caminador y se acomoda en una de las sillas negras, al lado de su amiga, para jugar en una máquina multijuegos. “Nunca fui de esto, una vez tenía 2 mil pesos, entré y me quedó gustado”, recuerda, mientras presiona con agilidad los botones con los que sube la apuesta en su juego. Ella puede escoger apostar 10, 20, 50 o 100 pesos por turno, y añadirle líneas, a mil cada una, que aumentan su posibilidad de ganar.


Jugando en el “club”
En otro lado de la ciudad, Luz Puerta, la subdirectora del San Remo, entra a la zona vip del casino de 1.200 metros cuadrados y le pregunta a dos jóvenes que están jugando blackjack si se dejan tomar una foto. “Si mi papá me ve aquí, me mata”, responde uno de ellos antes de recoger sus fichas y sentarse en una mesa al otro lado del local. En esta zona, la apuesta mínima es de 25 mil pesos, pero puede subirse hasta el millón.

“Aquí vienen mucho las personas de la tercera edad que no pagan un club social. Sus hijos los traen después del almuerzo y los recojen en la noche. Nosotros los consentimos, porque a ellos no les importa ganar dinero, sino estar acompañados”.

Para complacer a sus clientes, el lugar les ofrece sánduches, ensaladas de fruta, helados y todo tipo de bebidas. A las 7 de la noche, pueden cenar gratuitamente, un menú que cambia todos los días.

Al terminar la tarde se llena el lugar. Jóvenes en sudadera y crocs, hombres en pantalón y zapatos embetunados, mujeres mayores en pantalones clásicos y calzado de tacón bajo. “Felicidades a nuestra ganadora Marta Ramírez”, dice el animador, antes de que esta señora corriera emocionada gritando: “¡Yo nunca me había ganado la lotería!” .



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