viernes
7 y 9
7 y 9
Uno de los países más pacíficos y tranquilos del planeta, Nueva Zelanda, vivió ayer una sangrienta jornada marcada por los disparos del odio de un extremista australiano, Brenton Tarrant -señalado por la policía como responsable de la matanza- quien transmitió por su cuenta de Facebook en directo su recorrido criminal por dos mezquitas en las que asesinó a mansalva a casi 50 personas y dejó heridas a otras tantas.
Se trata de uno de aquellos crímenes de odio que vienen ensangrentando ciudades de todos los puntos del globo, en una espiral que luego de cada manifestación atroz genera réplicas igual de bárbaras en quienes asumen el papel de vengadores. Sea que se escuden en razones pretendidamente religiosas contra quienes consideran “infieles”, “invasores” o solamente “diferentes”, el punto común de este extremismo violento es el nihilismo que niega no solo todo valor a las creencias del otro sino que anula su dignidad y, por ello, considera legítimo exterminarlo.
El asesino múltiple de ayer en Christchurch dejó proclamas racistas, xenófobas e islamófobas. Todo un catálogo de intolerancia delictiva, manifestación patética de la erradicación del más mínimo asomo de espíritu humanista.
Las noticias provenientes de Nueva Zelanda dan cuenta de una comunidad musulmana compuesta por sus distintas vertientes -sunitas, chiítas y ahmadíes- que se reúnen pacíficamente en las mezquitas a hacer sus rezos y las ceremonias que les indica su fe. El asesino recorrió dos de las mezquitas de Christchurch, la de Al Noor, donde hubo el mayor número de víctimas, y la de Lindwood.
Antecedentes de actos de tal brutalidad hay, por desgracia, muchos. En julio de 2011 otro denominado supremacista, Anders Breivik, mató a tiros a 77 jóvenes en la isla de Utoya, en Noruega, luego de haber hecho explotar un carrobomba en el centro gubernamental de Oslo. Y el mundo ha visto horrorizado asesinatos antisemitas en París, contra la comunidad LGTBI en Orlando (Florida), contra “infieles” por parte de islamistas en varias ciudades europeas. Cada acto criminal, como advierten los expertos en antiterrorismo, carga de “razones” a otros extremistas para vengar en nombre de su verdad particular o grupal a otros, los que se crucen en su andadura fanática, sin importarle de sus víctimas la edad, condición, vulnerabilidad o indefensión. Siendo esta última, la indefensión, lo que los asesinos y sus promotores e inductores más buscan, en esta nueva y cobarde modalidad de criminalidad que añade a su maldad instrínseca la ruindad moral de querer hacer de sus matanzas un espectáculo.
Atroz espectáculo, imparable una vez que se ha colado a las redes sociales. Si de forma fundada ayer se hicieron críticas a Facebook porque mientras controlan y bloquean contenidos más bien inanes, no pudieron hacerlo con la masacre de Christchurch. Y siendo ya inevitable el doloroso número de víctimas, no estaría de más llamar al sentido ético de los ciudadanos y medios del mundo para que no sirvan a las pretensiones publicitarias de los asesinos.
A la desolación hay que contraponer las palabras de la primera ministra neozelandesa, Jacinda Arden: “Fuimos escogidos porque somos un lugar a salvo del odio, del racismo y del extremismo. Porque representamos la diversidad, la amabilidad, la compasión, un hogar para aquellos que comparten nuestros valores, un refugio para aquellos que lo necesitan. Esos valores no serán y no pueden ser sacudidos por este ataque”.