“¿Qué sabe un ladrón acerca del amor?”. Esa pregunta se la hace a sí mismo uno de los personajes principales de La doncella al comienzo de esta historia fascinante, y no alcanzamos a entender la trascendencia de sus palabras. ¿Por qué un ladrón no podría saber algo acerca del amor? ¿Acaso porque para el amor es imprescindible tanto la desnudez de las almas como la de los cuerpos, y el engaño constante que necesita el ladrón para triunfar en su oficio crea esa barrera imposible de salvar para la sinceridad que resulta de la entrega amorosa?
Esa pregunta flotará entre nosotros varias veces a lo largo del relato, cuando descubramos, a través de las formas y las imágenes bellamente retorcidas que son usuales en el cine del director coreano Chan-wook Park, lo que siempre hemos sabido: que ladrón que roba a ladrón, tiene a veces, cien años de perdón.
Solemos asociar los relatos de criados y señores, de servidumbre y mayordomos, con la filmografía británica, pues desde el Reino Unido han sabido convertir aquellas situaciones en tema narrativo de primer orden. Gosford Park, Lo que queda del día y más recientemente Downton Abbey, encontraron en esta convivencia cada vez menos común, una forma de explorar las relaciones de poder que se tejen entre los hombres. Chan-wook Park no es ajeno a este legado, pero al tomar la novela Fingersmith de Sarah Waters y trasladar su trama del siglo XIX inglés a los años treinta en Corea, bajo el dominio político japonés, profundiza más el aspecto de dominación que el tema ya llevaba implícito y le agrega el sabroso ingrediente del erotismo, no muy común y por esa misma razón, bienvenido en nuestras salas de cine.
Una jovencita de rostro inocente llega a una mansión extraña, misteriosa en su arquitectura, para ser la doncella de una joven heredera. Como espectadores tendremos desde muy temprano una información que nos permite saber más que los protagonistas. Tal y como solía hacerlo Hitchcock (otra influencia británica), eso creará una tensión constante, pues creemos entender el significado profundo de algunas acciones y sufriremos por la ignorancia que otros personajes tienen de esos datos. Los que vieron Oldboy, aquella película sublime de Chan-wook Park, saben que el coreano tiene el don de saber conmocionarnos cuando menos lo esperamos y esta vez lo usará de maneras deliciosas.
Park escoge para La doncella una estética preciosista, en la que abunda la simetría de las formas y el contraste de tonalidades (fondos de colores vivos para personajes con trajes grises, por ejemplo), y usa con mucho acierto el acercamiento veloz de la cámara a una figura de la escena, para aumentar el dramatismo. Secuencias como la atadura de un corsé o la enseñanza de un beso usando un caramelo, se convierten en sus manos en otra cosa. En un ritual de enseñanza, un baile de significados o una adivinanza. Una adivinanza que probablemente sea esta: ¿Qué puede aprender un ladrón acerca del amor?