Suele pasar con la escritura sobre vinos lo mismo que con los textos sobre cine: se usan en demasía los adjetivos, tanto que terminan perdiendo su valor individual. Al ver a los hermanos Juliette, Jean y Jérémie, los personajes principales de De regreso a Borgoña, tratar de definir lo que les produce el vino que acaban de probar, uno tiene la sensación de que esa misma variedad de criterios es la que percibimos al discutir sobre cine: un vino o una película en particular inspira emociones distintas a cada persona, dependiendo de los recuerdos que se despierten en su memoria o del archivo sensorial que ha adquirido.
Los tres hermanos no logran ponerse de acuerdo porque sus caminos personales han sido muy distintos: si Jean apenas ahora vuelve de un periplo de una década, que lo volvió individualista y huraño, Juliette ha tenido que encargarse del viñedo y la casa familiar en Borgoña casi sin chistar, como si por ser la mujer eso fuera lo lógico, mientras que Jérémie ha intentado, con poco éxito, ser el yerno de una familia mucho más poderosa y adinerada que la suya. Sin embargo, hay circunstancias que les permiten dialogar, abrazarse, creer el uno en el otro. Cuando caminan entre los surcos de la vid, probando y decidiendo qué día se debe recoger tal uva o cuándo tendrá que embotellarse, los tres se complementan y hacen acuerdos rápidamente, con interacciones muy distintas a las peleas que les implica resolver qué hacer con la herencia que les ha dejado su padre. Es en el vino donde de verdad son hermanos.
La película hace explícita esta reflexión desde su título original (Ce qui nous lie, Lo que nos une), y se encarga de subrayarlo, un poco en exceso, con el uso de distintos tipos de flashbacks, algunos realistas y otros oníricos, que cumplen con su misión de enternecer al público y comprometernos emocionalmente con una situación que ha vivido todo aquel que tiene hermanos: es junto a un plato de comida que a ambos nos gustaba o en un recuerdo común, que los lazos se fortalecen.
Por desgracia Cédric Klapisch, reconocido por sus películas de personajes múltiples, que funcionan como retratos generacionales, pareciera contentarse con un relato superficial, en el que los conflictos sólo se insinúan. La pelea por la herencia, los coqueteos de Juliette y Jean con algunas de las personas que los ayudan en la vendimia, la discusión con el vecino por las fronteras de las haciendas, se diluyen en una narración en off que le inyecta “falsa poesía” a una historia que no lo necesitaba, a la que le bastaba con desarrollar mejor a sus personajes para ser interesante.
Gran parte de la película se la pasan los hermanos tratando de definir la personalidad del vino que producirán. Quieren que tenga cuerpo, para evitar hacer uno de esos vinos “frescos” fáciles de vender. Tal vez estas escenas estén incluidas en la película como un acto de contrición. O tal vez el adjetivo que buscamos sea uno solo: irrelevante.