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Lo raro, lo fantástico, lo espeluznante

17 de octubre de 2020
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En la profusión inagotable de series de los últimos años existe una especie de apogeo del género fantástico, entendido como un territorio con amplios linderos que abarcan el horror, la fantasía, el nuevo weird y otros subgéneros que presentan realidades alteradas, alternativas, opuestas, malogradas, distantes o simplemente teñidas por acontecimientos que escapan del orden normal de las cosas, protagonizados por personajes engendrados con el adn de muchos mundos o lógicas que subvierten toda moral conocida. Pienso en el tema a partir de la segunda temporada de La dimensión desconocida, emitida por Amazon Prime. Es tan solo un título reciente de una cadena de lanzamientos que realmente logran alterar, por lo menos en mi caso, la percepción de la realidad a partir de tramas arriesgadas, transgresoras e imaginativas.

Descubrí el patrón cuando hice el recuento de las series que más me han cautivado últimamente. Empezando por Raised by wolves de HBO Max y siguiendo con Lovecraft Country, La maldición de Bly Manor, The Boys, Good Omens, The Umbrella Academy, Dark y Snowpiercer, por mencionar solo algunas recientes. Si ampliara el espectro a años anteriores, no podría dejar por fuera a Utopía, la primera temporada de The Terror, The Outsider y esa joya que es The Leftovers, cuyo capítulo final debería coronarse como el mejor cierre de temporada entre todas las series.

Este acopio generoso de series fantásticas constituye un paisaje expandido de la imaginación. Hay androides que intentan restaurar la especie humana en otros planetas, cazadores de monstruos, fantasmas que pasean durante siglos entre los corredores de una mansión, superhéroes sórdidos que encuentran goce erótico destrozando el cráneo de un ser humano, viajes en el tiempo y sus correspondientes paradojas, presencias desconocidas que se alimentan del dolor humano, un mundo congelado al cual solo se puede sobrevivir con el movimiento perpetuo, ángeles y demonios que trenzan amistad para evitar el apocalipsis, ausencias inexplicables que nos enfretan con el verdadero significado del vacío. Cada uno de estos argumentos supone la creación de mecanismos tan precisos como el de un reloj, pues cada arandela de su funcionamiento interno debe encajar sin hacer fricción con las demás, de ahí que uno de los roles más admirables en la creación de estas historias sea el de los guionistas que deben concebir un sistema de leyes y lógicas que permitan la existencia de esos nuevos universos en la imaginación de la audiencia.

Si una historia está bien contada, si las acciones y reacciones de su mundo mantienen una coherencia estable, es fácil para cualquiera aceptar que un personaje pueda respirar por debajo del agua o que algún azar inexplicable conecte psíquicamente a dos desconocidos que buscan amor. Lo que logran estas series, durante horas, a lo largo de numerosos episodios, dejando un efecto remanente que nos hace esperarlas hasta por dos años, es una refrescante suspensión de la incredulidad que, me parece, puede tener repercusiones positivas en la vida práctica y tangible. Me gustaría creer que experimentar con frecuencia ese efecto que genera la buena ficción prepara el arsenal de la percepción para captar otras dimensiones de la realidad o por lo menos para ampliar las fronteras de lo que consideramos real. Esto no solo es mirar el mundo con otros ojos sino poder ver con los mismos ojos de siempre los otros mundos que nos rodean.

Este auge de historias raras, fantásticas o espeluznantes expande los terrenos de la experiencia, permite que por un periodo limitado de tiempo nos desplacemos de lo netamente humano y consideremos lo que puede llegar a existir en el afuera, lo cual puede ser amenazante o letal -para efectos de la intensidad de una trama-, pero que también puede ser iluminador: ese encuentro que funciona como crisol para darle un curso diferente al destino aciago con el que nuestra especie está arrastrando a todo lo demás.

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