¿Cómo suena su barrio? A partir de esta pregunta, los investigadores Diego Murillo y Jonathan Ochoa crearon un ecosistema de tecnología IoT para monitorear el ruido urbano y promover ciudades con un sonido más amable. En esta doceava entrega de  ¿Qué me funcionó?, serie de EL COLOMBIANO y Ruta N, conocemos a los cofundadores de Geotrends, un emprendimiento que escucha para sonar mejor.
    ¿De qué se trata su emprendimiento? 
  “Tenemos un sueño y es que las ciudades suenen mejor. Tenemos una tecnología que cuantifica el paisaje sonoro de la ciudad y, a partir de ello, quien gestiona los territorios puede tener datos para disminuir el ruido.
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 Ya desplegamos nuestros sistemas en diferentes ciudades, empezamos con un piloto en el municipio de Envigado a través de una alianza con universidades, y ahora estamos resolviendo un reto de ciudad con Ruta N en la zona de la 33 donde desplegamos todo el ecosistema para generar soluciones que concilien el comercio con afectados o residentes”.
    Ustedes identifican cuáles son los problemas del ruido 
  “Así es. También buscamos integrar a los actores porque es una problemática compleja, necesitamos crear estrategias que permitan el desarrollo de actividades comerciales, pero que no tengan un impacto negativo con los residentes cercanos”.
    Vea la entrevista completa a continuación para conocer más sobre Geotrends 
   ¿Cómo empezaron el proyecto? 
  “Somos ingenieros de sonido de la Universidad San Buenaventura. Diego es de Bogotá, yo soy de Medellín. Lo conocí como profesor hace 15 años. Cuando se fue a hacer el doctorado y regresó, yo ya estaba vinculado a la universidad trabajando en procesos de acústica, desde entonces hemos apoyado muchos procesos de ciudad en gestión de territorio. Y hace poco más de tres años conformamos una alianza para darle más herramientas a los diferentes actores”. 
     ¿Y quién fue el que le dijo al otro: “trabajemos con el ruido”? 
  “Siempre hemos trabajado en ruido y dijimos: ‘acá hay limitaciones en gestión, no solo en Colombia, sino a nivel global’. Los niveles de ruido se están incrementando a pesar de que se están monitoreando ¿qué está faltando? Creímos que podíamos aportar a esa solución’. Y a partir de allí, fue una construcción colectiva”.
    ¿Alguna política en la que hayan influenciado? 
  “En Medellín tenemos las zonas acústicamente saturadas, gran parte de la gestión que se hace allí requiere sensórica continua, ahí es donde estamos nosotros. (...) Han habido eventos atípicos que se detectan y permiten que la autoridad ambientales tomen decisiones”. 
 
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    ¿Y en este momento en cuántos lugares de la ciudad están desplegados los equipos? 
  “En Envigado, que fue el primer sitio, tenemos unos 20 sensores. Sabaneta, Itagüí y Copacabana, además del distrito de Medellín. Hace 20 años el ruido podía pasar desapercibido, no se veía como una problemática, hoy la ciudadanía está pendiente: el 70% de las quejas que tenemos en Medellín a la línea 123 son por ruido”.
    Más allá de decir “dejen la bulla”, ¿qué más se puede hacer? 
  “Tomar decisiones de política pública y conciliar. Por ejemplo, si yo vinculo a un actor del comercio y le genero incentivos por buen comportamiento acústico —tributarios o de horarios— pues empieza a vincularse como corresponsable”.
    ¿Algún error que hayan cometido? 
  “Pensar mucho como acústicos. El ruido también tiene un componente natural, que es el sonido. El ruido es un sonido que escuchamos, y tú puedes tener el mismo nivel de decibeles con un tráfico automotor o con una fuente de agua: el nivel es igual, pero la sonoridad es diferente. Entonces, bajar un poco el lenguaje, integrar actores y salirse de la camisa del ingeniero o del técnico para buscar una solución más holística. Yo creo que esa ha sido una barrera de aprendizaje importante para entender la problemática y hacia dónde llevar la solución”.
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