¿Qué tiene que ver la pérdida de hábitat de la tortuga verde con el conflicto de 2006 entre Israel y Líbano? ¿O la quema de más de 3.600 hectáreas de bosques en Israel con los misiles lanzados por las guerrillas de Hezbollah durante la misma guerra?
Las guerras, los bombardeos, los conflictos, los fusiles, las explosiones no solo acaban con vidas humanas, las familias, el tejido social de poblaciones enteras, sino que deja otras víctimas que, muchas veces, no son tenidas en cuenta: el medio ambiente, las especies de fauna y flora, los ecosistemas y la salud del planeta Tierra.
Es ahí donde está la relación: el hábitat de la tortuga verde que habitaba el Mediterráneo sufrió un daño grave que afectó 90 kilómetros de costas debido al vertimiento de 20.000 toneladas de petróleo a causa del bombardeo a una central eléctrica al sur de Beirut. Esto también mató a diversos organismos y animales que vivían en la zona, y las hectáreas de bosques y reservas naturales calcinadas fueron producto de misiles creados por humanos que desplazaron a aves y otras especies.
Esto son solo dos ejemplos. Porque aunque la guerra no esté dirigida contra el bosque, el mar o la naturaleza, estos resultan siendo una de las víctimas afectadas, sin importar bandos, países o héroes y villanos. Y los daños han llegado a ser tales que se han alterado ecosistemas completos o se han devastado ciudades enteras: en la Primera Guerra Mundial se excavó una franja de miles de kilómetros para hacer trincheras y túneles que desgastó por completo el bosque y contaminó los suelos; y a pesar de los intentos de reforestación, la zona casi un siglo después no se ha recuperado. Son los conocidos “bosques de guerra” en Francia, Alemania y Bélgica.
Los casos son muchos, porque solo desde principios de este siglo la humanidad ha sido causante de más de 40 conflictos y 2.500 eventos trágicos que han afectado a más de 2.000 millones de personas y a más de dos tercios de los puntos clave de biodiversidad, según ONU Medio Ambiente.
Consecuencias más allá
No hay sistemas aparte, consecuencias desligadas, problemas aislados. Lo que ocurre en la Tierra está conectada y lo que afecta a una población termina por afectar al medio ambiente, y viceversa. La contaminación a causa de la guerra afecta la salud pública, causa desplazados climáticos, deja zonas enteras inhabitables, genera costos de vida y de recuperación ambiental y consecuencias sociales y económicas.
Un ejemplo común: cuando las poblaciones se ven obligadas a movilizarse de su territorio y ocupan otro de forma desordenada, sin planeación, y esto genera una presión en el nuevo ecosistema que afecta a poblaciones de animales, que erosiona los suelos o contamina fuentes hídricas y el aire o que no permite una buena gestión de residuos.
Puede no ocurrir de inmediato, pero sí hay consecuencias. Unas pasan justo cuando se da el bombardeo, la explosión, y otras toman tiempo, van contaminando poco a poco y cambian la vocación de un ecosistema.
¿Cómo se contamina?
En la guerra se contamina en tres etapas: antes, durante y después, explica el profesor Modesto Portilla Gamboa de la Universidad Nacional de Colombia y especialista en Evaluación de Riesgos y Prevención de Desastres de la Universidad de Los Andes.
En la preguerra se obtienen los materiales para armamento y demás herramientas mediante materias primas, extracción, afectando el suelo, subsuelo, los paisajes, aguas, fauna y flora, y se utiliza transporte, almacenamiento, procesamiento. La movilización de armas y municiones suele, además, afectar el suelo por el tránsito masivo.
El entrenamiento militar genera otras emisiones, perturba los espacios terrestres, marinos y aéreos y crea contaminación acústica y química. Expertos estiman que los terrenos militares cubren entre el 1 % y el 6 % de la superficie terrestre mundial.
Durante la guerra, continúa Modesto, muchas de las armas como misiles y bombas destruyen la zona y sus alrededores, liberan gases químicos “producto de la ignición de las municiones y de la combustión de los elementos impactados” y “compuestos químicos ionizados que afectan la calidad del aire que respiran los seres vivos que se encuentran en su paso”.
Al final, se contamina agua, vegetación y ecosistemas enteros. Luis Miguel Molina, instructor de la Corporación Cipsela, añade que deliberadamente se llevan a cabo acciones para debilitar los recursos del enemigo, como incendiar bosques, contaminar fuentes de agua, eliminar suelos con agricultura.
Molina agrega que “todo lo que usa combustible es un gran contaminador”. Los aviones, por ejemplo, utilizan combustible para operar y lo hacen las 24 horas del día durante los siete días de la semana, sin descanso, mientras dure el enfrentamiento.
Los aviones de combate que se enfrentan a otros y que cargan misiles requieren más combustible que un avión comercial porque no suelen ser motores eficientes, tienen muchas horas de vuelo y suelen tanquear o llenarse de combustible con otros aviones, llamados tanqueros, en medio del aire. Esto no solo implica mayor extracción de fósiles sino mayores emisiones de dióxido de carbono. Los misiles y las demás armas, dice, utilizan químicos tóxicos que al momento de la explosión causan gases o contaminación en agua y aire.
Finalmente, como explica Modesto, hay consecuencias posguerra. Después de las dos Guerras Mundiales, por ejemplo, el mar fue el cementerio de las aves y el armamento que quedó como resultante y solo en las aguas de Alemania hay más de 1,6 millones de toneladas en municiones que no solo crean basura sino que liberan químicos tóxicos y contaminantes al océano, afectando el agua y la salud de los organismos que la habitan o consumen.
También las explosiones o daños a las instalaciones físicas generan gases y tóxicos, como el uranio o el fósforo blanco, que contaminan suelos y aire, como en Irak, donde el Ministerio de Ambiente y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente identificaron 74 sitios contaminados por petróleo a causa, exclusivamente, del conflicto.
Además, cuando terminan su vida útil, muchas armas, sean nucleares, químicas o convencionales, se eliminan mediante quema o detonación a cielo abierto, o terminan en el mar. Los nuevos asentamientos después del desplazamiento forzado pone presión sobre los ecosistemas, aumenta la casa de vida silvestre y dificulta los programas de conservación.
El ambiente como incentivo
La Tierra tiene derechos, aunque sean violentados. En 1977, por ejemplo, se reconoció, en los artículos 35 y 55 del Primer Protocolo Adicional a los Convenios de Ginebra, que emplear “métodos o medios de hacer la guerra que hayan sido concebidos para causar, o de los que quepa prever que causen daños extensos, duraderos y graves al medio ambiente natural” estaba prohibido.
Luego, en 2001 y debido a la falta de cumplimiento, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 6 de noviembre como el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados. El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ya reconoce que tener un medio ambiente limpio, saludable y sostenible es un derecho humano que debe garantizarse.
Pero va en dos direcciones: igual se aceptó, como dijo el Secretario General de la ONU, António Guterres, que el cambio climático, el medio ambiente, es uno de los mayores peligros para la paz. “Las consecuencias del asalto a nuestro planeta están obstaculizando nuestros esfuerzos para eliminar la pobreza y poniendo en peligro la seguridad alimentaria. Y está dificultando aún más nuestro trabajo por la paz, ya que las perturbaciones generan inestabilidad, desplazamiento y conflicto”.
Esto porque se sabe que un ecosistema saludable, la justicia climática y recursos naturales bien gestionados son claves para reducir el conflicto armado, como lo reconoce el Grupo de Alto Nivel de las Naciones Unidas. Como dice Amina Mohammed, vicesecretaria General de la ONU*, “una mejor gestión de los recursos puede restaurar la paz, reconstruir vidas y promover prosperidad”. .
El medio ambiente puede no solo ser víctima sino también accionario, causante, de los conflictos entre gobiernos o entre grupos poblacionales, aunque no suele ser la causa única o detonante.
“El acceso o no acceso a los recursos naturales ha sido uno de los mayores causantes de las guerras desde los albores de la humanidad, por el control de tierras, puntos estratégicos, alimentos, aguas, recursos minerales, metales, etc.”, explica el profesor de la Universidad Nacional de Colombia y miembro del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, Germán Poveda.
Al mismo tiempo, los humanos están devastando el planeta, hiperconsumiendo, agotando estos recursos finitos y no renovables, y será esa misma lucha por el control y la utilización de lo que queda lo que seguirá causando conflictos nacionales e internacionales, añade, con tensiones cada vez mayores.
Así, el acceso a fuentes de agua, la degradación de las tierras, las inundaciones, usos del subsuelo, la deforestación, entre otros, exacerban los conflictos. Según la ONU, casi la mitad de los 15 países más vulnerables ante el cambio climático están bajo una misión política de mantenimiento de la paz de esta organización y 40% de todos los conflictos internos están vinculados a la explotación de recursos naturales.