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Al-Assad: el heredero de una Siria que desapareció

Tras 21 años en el poder será reelegido en una carrera que desde el principio lleva su nombre.

  • Bashar al-Assad heredó la presidencia de su padre, a los 34 años, ya lleva 21 en el poder y será reelegido por 7 más. FOTO Colprensa
    Bashar al-Assad heredó la presidencia de su padre, a los 34 años, ya lleva 21 en el poder y será reelegido por 7 más. FOTO Colprensa
26 de mayo de 2021
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Bashar al-Assad es el único gobernante que sobrevivió a la “Primavera árabe”. La revuelta por un mundo más democrático en Medio Oriente parece hoy muy lejana cuando se transita por las destruidas calles de Damasco. Siria no floreció para los que se fueron ni para quienes se quedaron aferrados a la idea de que podría resurgir de sus cenizas.

Al-Assad, quien hoy seguramente será reelegido, se aferra al poder como si soñara con él desde niño, pero no fue así. Era su hermano, el primogénito Bassel, quien estaba predestinado a suceder a su padre, Háfez al-Assad, pero un accidente de tránsito se interpuso y la “fortuna” recayó en las manos del segundo en la línea de sucesión.

Por azar a la Presidencia

Fue así como en 1994 Bashar dejó de lado su carrera como oftalmólogo y a la alta clase londinense para combatir en el campo de batalla. Ingresó a la academia militar, y su padre, el presidente de Siria, junto a la cúpula militar, le fueron allanando el camino. Del mismo modo de Háfez se había abierto el suyo. De acuerdo con Haian Dukhan en su estudio Tribus y tribalismo en el alzamiento sirio, Al-Assad padre fue acusado de reemplazar a los líderes tradicionales de las tribus con otros nuevos escogidos a dedo, favorables a él. Fue una estrategia con “modelo autoritario”, basada en crear un sistema de “clientelismo” entre el régimen y los influyentes jefes tribales. Su estrategia fue incorporarlos y “utilizarlos como herramienta para gobernar de forma indirecta a través de nombramientos y subsidios”, afirma Dukhan.

La Constitución de 1973, que si bien describía al país como un “Estado democrático, popular, socialista y soberano”, también establecía que “el partido líder de la sociedad y el Estado” era el Baaz, al que pertenecía el mandatario.

De acuerdo con la Carta, era el Parlamento el que proponía un candidato a la Presidencia, “árabe sirio“ y “mayor de 40 años”, y el elegido debía ser refrendado por votación popular.

Este sistema permitió a Al -Assad padre encadenar varios mandatos consecutivos, de siete años cada uno, hasta su fallecimiento, obteniendo en cada consulta popular el respaldo de casi el 100 % de los votantes.

Para Janiel Melamed, doctor en seguridad Internacional y docente de la U. del Norte, con Háfez al-Assad “Siria dejó atrás ese lastre característico de gobiernos débiles y propensos a ser frecuentemente depuestos por fuerzas opositoras. Bajo su dirección, el país se adaptó a un régimen autocrático, con altos niveles de resiliencia y estabilidad durante sus 30 años de mandato”.

Por eso para Al-Assad padre fue fácil dejar a su hijo Bashar a cargo la ocupación siria en Líbano (1998), ¿quién lo diría?, el mismo país que ha recibido, según Acnur, a 855.172 refugiados sirios.

Del Líbano saltó al “trono”, luego de que Háfez al-Assad hubiera barrido todo aquello que pudiera estorbarle: Despidió a la cúpula militar para que Bashar fuera nombrado general de tres estrellas con solo 34 años, así que todos los mayores que él obtuvieron su retiro. Incluso, según relata Melamed, también autor del libro de investigación Conflicto armado en Siria: campo de batalla geopolítico por el Medio Oriente, “el Parlamento sirio modificó la Constitución del país para rebajar la edad mínima para ejercer la Presidencia de 40 a 34, en una conveniente y oportuna buena fortuna, pues resultaba ser la edad que tenía Bashar en aquel momento”.

Fue así como, el 17 de julio del 2000, un mes después de la muerte del padre, Siria estaba proclamando al hijo como su nuevo mandatario. “Mientras alguno podría considerar el resultado con 97,29 % de los votos a favor como un hecho emblemático, representó una precipitosa caída frente al 99,98 % obtenido por Hafez en su anterior nominación”, aclara Melamed.

A la luz de la historia, parece irónico el mensaje inaugural de su gobierno, en el que prometió modernizar al país, devolver el turismo a la joya árabe, realizar las reformas administrativas y económicas necesarias para llevar a la nación a otro nivel y luchar contra la corrupción.

Bashar al-Assad está por cumplir 21 años en la presidencia, y a las puertas de su tercera reelección el mundo parece dejarlo solo, bueno... todo el mundo menos Rusia e Irán.

Los años de la crisis

Mauricio Jaramillo Jassir, internacionalista de la Universidad del Rosario, explica que para el nuevo mandatario el contexto global era muy complejo. Mientras su padre había fundamentado una relación estrechísima con la Unión Soviética, a comienzos del milenio lo que le tocó a Bashar fue una Rusia quebrada y un mundo completamente globalizado.

“Bashar manejó al país con mano de hierro, durante los primeros años no fue visto con desconfianza por Occidente, por su importante lucha contra el terrorismo”, dice Jaramillo, quien destaca el papel que tuvo el Ejército sirio en Irak, sin el cual EE. UU. no habría vencido al Estado Islámico (EI).

Ese status quo se mantuvo hasta la Primavera Árabe.

Los gobiernos de esa región autoritarios fueron cayendo uno a uno, gracias a protestas sociales que iniciaron en Túnez y lograron muy rápido la dimisión de Ben Alí. El descontento salió a las calles de todas las naciones árabes buscando la caída de los gobernantes que se habían atornillado al poder: en Egipto protestaron contra Hosni Mubarak (30 años en el poder); en Libia contra Muamar Gadafi (42 años); en Yemen contra Ali Abdullah Saleh (21 años); y en Argelia contra Abdelaziz Buteflika (12 años). Los tres primeros cayeron durante la Primavera Árabe y los demás perdieron el control años después, durante cruentas guerras civiles.

Los sirios también protestaron fuertemente contra Bashar al-Assad, sin mayor éxito. De acuerdo con Felipe Medina Gutiérrez, docente de Medio Oriente de la Universidad Externado de Colombia, Al-Assad sobrevivió a las protestas árabes por una situación multicausal: “la transición de la protesta pacífica a una rápida militarización de la revuelta (en junio de 2011 se dio la aparición del primer actor armado en Siria), en la que grupos extremistas como el antiguo Yabhat al-Nusra (hoy Tahrir al-Sham), el EI y otros, marginaron a la sociedad civil siria junto con sus reivindicaciones válidas en contra del gobierno. Además influyó la diversidad de intereses de los sectores opositores y la intervención de Rusia en 2015”.

Al-Assad respondió con cambios cosméticos, entre ellos un decreto por el cual se permitía la formación de otros partidos políticos. Al año siguiente, una nueva Constitución abrió la puerta al multipartidismo, además de instaurar un nuevo sistema por el que el presidente debe ser elegido por sufragio.

En 2014 y en pleno conflicto armado tuvieron lugar las primeras elecciones con más de un candidato, en las que Al-Assad obtuvo el 88,7 % de los votos.

Sin embargo, esto no ha representado ningún cambio de fondo, Bashar, su partido y su familia, permanecerán en el poder cuanto quieran, porque los únicos que podrán enfrentársele en las urnas son los candidatos que tengan el aval del Parlamento, donde el Baaz tiene mayoría. Esta es la última reelección sucesiva que se le permite, pero podría seguir gobernado por intermedio de alguien más.

Mano de hierro y verdugo

Durante los 10 años de guerra civil que ha vivido Siria, el gobierno ha perdido el control de varias partes del país, a manos del EI (la mayoría ha sido recuperado). Amnistía Internacional describe que “el conflicto armado más sangriento de la región estalló como respuesta a la brutal represión del gobierno a las protestas multitudinarias. Se están cometiendo crímenes atroces a una escala masiva”.

Ese mismo organismo eleva a 250.000 los muertos que ha dejado la guerra. De acuerdo con Acnur, 5,6 millones de sirios están refugiados en diversos países del mundo, 3,7 millones de ellos en Tuquía. Y 6,7 millones continúan desplazados.

Según Alena Douhan, relatora especial de la ONU, “el conflicto y la violencia ya han producido un gran impacto en la capacidad del pueblo sirio para materializar sus derechos fundamentales, habiendo dañado ampliamente casas, unidades médicas, escuelas y otras instalaciones”.

Jaramillo señala que “Al-Assad ha sido el verdugo de su pueblo, porque no se puede llamar de otra forma a quien utilice armas de destrucción masiva contra su población”. Y es que Bashar a utilizado al menos dos veces gas sarín contra la población en territorios sirios controlados por la oposición, causando la muerte a 400 personas.

En respuesta a la represión y a lo que Occidente llama falta de valores democráticos, Estados Unidos y Europa han sancionado al gobierno sirio. La iniciativa más reciente es la Ley César con la que EE. UU. sancionó no solo a Al-Assad y sus funcionarios sino a todo aquel que haga negocios con Damasco.

Las sanciones han lanzado a Siria un poco más a los brazos de Rusia e Irán, los únicos aliados que le quedan al régimen. De hecho, Douha denunció que “la Ley César atenta contra los derechos humanos, entre ellos los derechos del pueblo sirio a la vivienda, a la salud y a un nivel de vida y desarrollo adecuados”.

Hoy los sirios marcarán papeletas con los nombres de Bashar al-Assad, Abdulá Salloum Abdulá (ex viceministro de Asuntos Parlamentarios) y Mahmud Marai (un líder de la oposición interna tolerada por Damasco). Pero como dice Jaramillo, los sirios están sopesando “¿qué es más importante: la guerra contra el EI o la guerra contra el autoritarismo?”, porque de algún modo con Al-Assad en el poder se garantiza que el EI seguirá al margen.

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