La decisión que el próximo martes 2 de noviembre puedan tomar los habitantes de California en torno a la legalización del consumo de marihuana no es asunto de poca monta ni se puede abordar en términos folclóricos de ¡qué bueno parce!, pues quiérase o no, produciría un efecto mariposa, en el sentido de que esta perturbación inicial en un área geográfica concreta pueda generar un efecto considerablemente grave en las demás partes del continente y concretamente, en América Latina.
Hablar de la legalización de la droga produce siempre reacciones polarizadas y eso evidencia lo complejo de la decisión. Sin embargo, creemos que Colombia, por la sangre derramada y la lucha sin cuartel contra el narcotráfico, tiene la suficiente autoridad moral para levantarse en el concierto de las naciones y rechazar la propuesta que será sometida a referendo en el estado de California.
Somos conscientes de que el régimen federal que impera en Estados Unidos permite que sus estados tomen decisiones autónomas, pero eso no obsta para exigir coherencia a la nación norteamericana y a su gobierno en la lucha contra las drogas. Como el principal consumidor de estupefacientes, a Estados Unidos le cabe una gran responsabilidad en los conflictos que genera la producción y el tráfico de narcóticos y de ahí que este país impulse políticas anticriminales, con instrumentos como la extradición, en las naciones productoras, a las que también apoya con recursos humanos, económicos y tecnológicos.
Quienes creen que la legalización de la droga "con fines recreativos" es una decisión de los habitantes de California se olvidan que entre la producción y el consumo existe una cadena criminal. Y que es justamente este componente delictivo lo que hace que el negocio del narcotráfico tenga consecuencias tan graves en América Latina. Lo hemos visto en Colombia y lo están padeciendo ahora México y toda la región Centroamericana.
De ahí que el clamor expresado por los presidentes que participaron en la XII Cumbre del Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla, celebrada en Cartagena, haya sido fortalecer la cooperación en la lucha contra el narcotráfico y que la comunidad internacional mantenga una política coherente y sin esguinces, a nivel global.
No existe aún la receta para combatir este mal, y no será esta la última vez que se abra el debate sobre la legalización de las drogas, pero está probado que la permisividad, como sucedió en Colombia cuando se toleró la dosis mínima, no contribuyó a la solución. Ni se redujo el número de adictos, que por el contrario aumentó, con la inclusión de los menores de edad en esta problemática, ni hubo menos muertes en toda la cadena del negocio de los narcóticos, pero aumentó el microtráfico, con toda sus secuelas violentas.
Lo que sí es claro es que, de ser legalizado el consumo en California, unido a la posibilidad de que esta iniciativa sea replicada en otros estados, se podría producir un incremento en la demanda y, en consecuencia, esto llevaría a un recrudecimiento de la problemática en países productores, bajo ese efecto mariposa, que si bien originalmente se ha aplicado a los cambios climáticos, también tiene aquí su lógica en el sentido de la amplificación de errores, haciendo imposible predecir lo que podría pasar en toda la región.
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