No fueron perfectos, pero sí memorables. Igual que su país anfitrión. Desde aguas sucias hasta aguas verdes, un caso telenovelesco de robo inventado y el adiós de dos leyendas, los Juegos Olímpicos de Río dejaron recuerdos para todos los gustos, un legado cuestionable para Brasil y un abanico de lecciones e interrogantes para el próximo anfitrión Tokio.
Las advertencias a los viajeros parecían sacadas de un manual de supervivencia: no toque el agua contaminada, cuidado con los mosquitos, ojo con el crimen. Pero más allá de algunos incidentes sin consecuencias graves, la justa fue principalmente una fiesta de 17 días, con menos visitantes de lo que esperaban los organizadores.
Brasil cosechó en casa el mejor resultado en unos Juegos Olímpicos, con 7 oros, 6 platas y 6 bronces, pero no cumplió la meta que se había impuesto de convertirse en una potencia olímpica y terminar entre los 10 primeros del medallero. Fue 13°.
En el balance positivo destaca la anhelada e inédita medalla de oro en fútbol, que fue una obsesión durante décadas, y que, en el imaginario del país, borra cualquier frustración. Para los buenos resultados en Río contribuyeron la fiel y ruidosa afición que también festejó el título en voleibol masculino ante Italia.