No se le nota. En la cancha se le ve tanta pasión, entrega y gallardía cada vez que recupera un balón, que por la mente de nadie podría pasar que, algunos años atrás, estuvo dispuesto a retirarse del fútbol profesional siendo un deportista joven.
La idea no surgió como consecuencia de algún problema físico, una lesión crónica que lo atormentara después de los entrenamientos y limitara su vida física, como ocurrió con el volante bogotano Jhon Duque. No. Por fortuna, Jorman Campuzano siempre gozó de buena salud.
El dolor que cargaba el mediocampista de Atlético Nacional no era físico, sino del alma. Y ojo, que este hombre de 28 años es un muchacho acostumbrado a sortear las dificultades, adaptarse a las incomodidades de la vida. Cuando estaba en el fútbol formativo, buscando la oportunidad para llegar a ser profesional, durmió en la calle, debajo de un puente, en el inclemente frío de la noche y la madrugada de Bogotá.
Él, que nació en Tamalameque, un pueblo del Cesar que tiene temperaturas de entre 24 y 37 grados centígrados cada día, no se amedrentó con las gélidas capitalinas. Tampoco se dejó vencer cuando, por falta de dinero y lejos de su familia, debió pasar las horas sin comer nada y solo tomando algunos vasos de agua.
Nada de eso lo venció. Por el contrario, buscó soluciones. Lavó platos en restaurantes. Fue domiciliario de un asadero de pollo. Cambió de posición en la cancha. Pasó de ser delantero a decir que jugaba de volante mixto. Ahí le llegó la suerte para debutar con el Pereira.
Ayudó a su familia, siempre unida, sencilla. Lo fichó Nacional. Después cumplió el sueño de todos los jugadores criollos: se fue al extranjero. No llegó a cualquier equipo. Boca Junior de Argentina, uno de los cuadros tradicionales, grandes de Suramérica, lo fichó por su buen rendimiento.
Llegó en 2019. El contrato que le hicieron fue largo. Tanto que aún está vigente: vence en diciembre de 2026. Tenía el mundo en las manos. Pero su rendimiento bajó. Mucha gente lo juzgó. Nadie le preguntó y él no dijo nada, pero una espada le traspasó el alma: perdió un hijo que esperaba con su pareja. Así lo confesó el domingo pasado, en la zona mixta después del triunfo de Nacional ante América.
“Respeto a Boca. Jugué 150 partidos allí (124 en realidad). Viví momentos difíciles. No en lo futbolístico, sino cuando perdí a un hijo. No quería jugar más fútbol. Algunas veces uno tiene problemas personales, familiares que quieren hacerte renunciar a las cosas”, manifestó Campuzano.
Pensó en dar el paso al costado. Le perdió sentido a la vida. Las tareas que antes eran cotidianas, se hicieron más complicadas por la tristeza que generó el golpe de la vida. Así se manifiesta un duelo, de acuerdo con lo que dijo la psicóloga deportiva antioqueña y ciclista profesional del Orgullo Paisa, Natalia Franco.
Pero Jorman siguió. Se apoyó en sus familiares. Seguro tuvo acompañamiento profesional. También cambió de aires. Se fue para el fútbol de Turquía. Jugó en el Giresunspor hasta 2023. En 2024 retornó a Boca. No tuvo mucho protagonismo.
Salió la opción de un préstamo. Hubo ofertas de México y Brasil. Él se inclinó por volver a Nacional.
“Tengo contrato hasta mitad de año. No sé qué pasará. Ya viví lo más difícil que fue perder un hijo, ahora todo es ganancia. Ahora mi trabajo más difícil en la vida es todos los días tratar de ser un buen padre para mis dos hijos”. Esos menores son el motivo por el cual sigue de pie.
El dolor en el alma de Jorman Campuzano no se ve, pero está. Ahora es una gasolina para darlo todo en la cancha.