Cada vez que aparece un nuevo fichaje récord en el fútbol (como la oferta de 300 millones de euros de un club árabe al PSG por M’Mbappé) que se suele acompañar de un salario estratosférico (serían más de 8.000 millones de pesos al día) se abre de nuevo la polémica sobre si sumas tan exageradas de dinero le aportan al fútbol o terminan arruinándolo.
Y se habla de ruina no solo en el sentido literal de la economía sino también el figurado: que el fútbol deje de ser pasión de los deportistas para convertirse en un simple negocio.
El fútbol que hace unas décadas lo practicaban los enamorados del deporte, que de paso competían por defender una camiseta y el orgullo de un país, se ha convertido, para bien y para mal, en una de las industrias más rentables del mundo. La FIFA facturó el año pasado 24 veces más que todo el producto interno bruto de Colombia.
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Para bien porque con todos los reflectores puestos sobre las estrellas del fútbol está garantizado el talento para seguir alimentando el espectáculo –decenas de miles de millones de niños están en este momento en sus casas soñando con ser Messi, Ronaldo o M’bappe–. Sin duda, no hay otro espectáculo que reúna el mejor talento del mundo.
Y también para mal porque ¿hasta dónde una estrella del fútbol pierde brillo por el exceso de dinero? ¿Hasta qué punto la carrera de un futbolista se hace más corta porque con tanto dinero pierde el hambre de triunfo? ¿En qué medida los placeres que le permite el dinero lo distrae de la estricta disciplina que necesita un deportista de alto rendimiento?
Por supuesto, hay de todo. Profesionales, que a pesar de ser tetramillonarios, se someten a la rudeza de un partido o a la intensa rutina de los entrenamientos y campeonatos. Porque o no se les acaba el hambre de gloria –como un Ronaldo– o porque parecen seguir disfrutando cada minuto de juego –como Messi–. Y viceversa.
Pero sin duda, también se han visto casos de futbolistas que prefieren estar jugando golf, otros que se han encandelillado con el oro en su cuerpo y, más allá de casos particulares, en general, cada vez la vida útil de un futbolista es más corta: los jóvenes de relevo, que llegan con más hambre de gloria, más rápido están mandando a la banca –o a la lista de desempleados– a quienes sin cumplir los 30 ya son multimillonarios.
El caso de M’Mbappé puede marcar otro hito en esta historia. Hasta ahora, un futbolista en su mejor momento, no había aceptado ir a una liga poco competitiva, como es la árabe. De aceptar la oferta se interpretaría que, a sus 24 años, y siendo ya campeón del mundo, lo hace más por dinero que por la gloria o el deseo de progreso deportivo personal.