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Como a un corredor que cae en el momento culmen de una carrera, instituciones culturales vieron cómo su velocidad se veía cortada de tajo a mediados de marzo de 2020. El Teatro Pablo Tobón Uribe, acostumbrado a programar cerca de unos 750 eventos anuales, el doble de eventos por días que suma un año, tuvo que frenar absolutamente todo movimiento: ya no había bailarines en los corredores, ni encuentros en el café, ni conciertos, tampoco teatro.
El Metropolitano que puso a andar su estrategia de Teatro Digital y que contó con grabaciones en video y transmisiones gratuitas vía streaming, tuvo un aforo máximo aprobado de 50 personas (entre artistas y el equipo de producción) para sacar adelante eventos como el Festival Internacional de Tango, Danzamed y un concierto grabado con la Orquesta Sinfónica Eafit, pero todas las sillas estaban vacías, no había aplausos y toda interacción era mediada por pantallas.
“El año pasado fue de sobrevivir y este es para empezar a caminar y movernos”, cuenta María Patricia Marín, directora del Teatro Metropolitano, otro de los recintos culturales que sufrió el golpe del cierre prolongado de estos espacios.
Toda actividad con asistencia del público se detuvo hasta el 4 de marzo de 2021, casi un año después, para 40 teatros de la ciudad. Hasta ese momento llegó la aprobación de que estos espacios pudieran recibir gente de nuevo en sus recintos y ya anunciaron los eventos que reanudarán su programación presencial.
Hacer frente a la crisis
Al Pablo Tobón, el 2020 lo puso en la situación más desafiante que ha enfrentado, al menos como institución cultural, cuenta Juan Carlos Sánchez, su director. El personal que allí trabaja suma 21 personas y a todas ellas se les redujo el salario a la mitad como un mecanismo para evitar, a toda costa, un posible cierre del teatro.
En la Corporación Ateneo Porfirio Barba Jacob se logró mantener el 90 % de los empleos y también hubo recortes salariales. “Tuvimos que trabajar no el doble, sino el triple”, destaca Yacqueline Salazar, directora artística del Teatro Ateneo. El trabajo y el aprendizaje aumentó a medida que intentaron llevar la programación cultural a la virtualidad. “Armamos estudios en nuestras casas y terminaron habitadas por cámaras, luces, pantallas verdes” y desde las casas hubo cuentería y teatro para conectarse con la gente desde las redes.
Ahora, un año después de un dictamen que no tenía una fecha final, la gente puede regresar y será necesaria su ayuda porque esos espacios de encuentro con las artes aún “no volvemos a nuestra normalidad”, recalca Marín y eso hace que sigan en una situación financiera de la que aún es difícil predecir cuanto durará la estabilidad.
De las 943 sillas que tiene la sala del Pablo Tobón Uribe, solo 300 se pueden usar en cada espectáculo. Desde el 1 de febrero han organizado pequeños eventos de no más de 40 personas en la zona del café teatro y todos, afortunadamente, han llenado su máximo aforo.
El Metropolitano podrá albergar a 300 personas en su sala y alcanzará a recibir 350 en su plazoleta al aire libre, donde inaugurará una serie de 10 espectáculos llamados A cielo abierto y pensados como una manera para permitir que grupos numerosos de músicos, bailarines y otros artistas se puedan unir y presentar cumpliendo con protocolos que garanticen su seguridad y la del público. Este domingo 14 de marzo se celebrará el primero de ellos, un concierto con la Filarmónica de Medellín.
El Matacandelas, tan acostumbrado a que las obras se extendían por esas tertulias y saludos entre el público y los actores, podrán entrar entre 50 y 70 personas y por ahora esos encuentros serán un poco más cortos de lo que se ha acostumbrado. Siguen adelante, sin embargo, con funciones de O Marinhero del 26 al 3o de abril.
El apoyo de la gente
De todas formas, la máxima motivación es precisamente el reencuentro con el público. Cristóbal Peláez, director del Matacandelas, precisa que al menos para su grupo su pasión “no es el teatro, sino la gente”, aunque ese arte sea el medio que escogieron para comprender y hacer parte de la vida de otros.
“Abrir los teatros de Medellín no solo es un acto de reactivación económica, es un acontecimiento en el que el espectador y el actor vuelven a encontrarse para brindarse la energía y el abrazo a lo lejos. Solo en el momento en el que el nosotros los artistas vemos al espectador al frente, siente su presencia, su mirada, su respiración, es el momento en el que se empieza a producir realmente el acto teatral”, apunta Salazar.
Peláez, por su parte, apunta que entre lo desfavorable de la pandemia estaba la separación entre el equipo y la zozobra económica, pero “el mal mayor fue desligarse del público porque el teatro es por naturaleza cultural, es un ritual que se hace con todos y hace parte de todos”.
Él lo describe como cuando hay una ruptura amorosa, “en la que uno sabe que tiene que haber un periodo de ausencia y hace parte de ese bregar a no desligarse del otro”. Además porque está en el ADN del teatro, dice.
De hecho la palabra teatro, explica él, significa “interés por el otro” y ese interés que han tenido como artistas, al menos en su agrupación, ha sido conectarse al máximo con esa experiencia humana, que siente el actor, pero también el público.
Desde su posición, trabajar “el arte más efímero de todos”, hizo que las posibilidades virtuales les hicieran notar que esa ausencia, mitigada por Zoom o Meet, se transformara en conexiones que alcanzaron a gente en Bogotá, España, Cuba , Estados Unidos o Ecuador y que se desarrollaran conversaciones que duraron hasta dos horas y media y que permitían estrechar lazos con quienes estaban lejos. Cayeron en cuenta de que actos tan simples como grabar sus obras también era parte de preservar su memoria y su historia como creadores artísticos.
Sin embargo, la virtualidad saturó a muchos y otra de las preocupaciones de quienes se dedican a la cultura era que todo el contacto presencial que se ha cosechado con décadas de trabajo se terminara perdiendo por el desarrollo de nuevos hábitos de consumo o por el mismo miedo.
Así lo describió María Patricia Marín: “nuestro afán era que entre más días permanecieran los teatros cerrados y sin poner a los artistas en contacto con los públicos, esos públicos van a empezar a disminuir y a la vuelta de unos años podría desaparecer todo ese gran esfuerzo que es el capital que le entregan estas instituciones culturales a la ciudad: tener públicos que puedan atender unas agendas como todos nos las soñamos para la ciudad”, añade Marín.
El encuentro para el que se prestan esos equipamientos culturales y teatros, no se vivía así desde hace 40 o 50 años, destaca Peláez, al menos no en torno a las artes escénicas. Por eso, lograr esos espacios en Medellín ha sido un trabajo que se ha forjado con el tiempo.
Además, según la directora del Metropolitano, “estas entidades no pueden verse en Medellín como lugares donde se hacen eventos, son instituciones que le han dado a la ciudad un pulso y una vida artística importante y que hemos luchado por décadas por formar audiencias y público que reciba y valore las diversas arte”. Así que si esos públicos se van evaporando, poco a poco, “de nada nos sirven los grandes artistas con escenarios vacíos” .