La última vez que la profesora Viviana Arias propuso a sus alumnos leer la novela “María” (1867), muchos llevaron al salón ejemplares desgastados, con las hojas amarillentas y los lomos rotos, los mismos que habían leído sus padres, abuelos o seres queridos en su época de escolares.
El libro de Jorge Isaacs es uno de los tantos títulos que se desempolvan cada año para los planes de lectura locales y nacionales. Su presencia en las instituciones, así como la de otros autores de la literatura universal, evidencia una apuesta por continuar enseñando obras clásicas en los colegios. “Se pueden seguir leyendo los mismos libros de hace quince años (o más, en el caso de Isaacs), pero las estrategias que se utilizan para abordarlos tienen y han tenido que variar”, afirma Arias, profesora de Lengua Castellana en el Colegio Theodoro Hertzl, de Envigado.
Los docentes saben que imponer una lectura no da buenos frutos y crea efectos adversos. Por eso, frente a la discusión de qué leer, el problema va más allá de si el título se publicó hace un año o un siglo y atraviesa otros factores: las necesidades individuales de los estudiantes, la posibilidad de acercarlos tanto al pasado como a lo nuevo en literatura, la diversificación de los títulos escogidos y los métodos didácticos.
A eso se remiten varios docentes de Lengua Castellana y Literatura al ser consultados por los cambios de las lecturas escolares en los últimos años. ¿Siguen siendo los mismos? ¿Qué criterios utilizan para elegirlos? ¿Hay independencia en la selección? ¿Cómo los socializan con los alumnos? Además de Arias, los profesores John Franco, Rubén Darío Arteaga y Ómar Alonso hablaron sobre el tema con EL COLOMBIANO.
Plan de lectura
El Ministerio de Educación concibe como Plan Lector al conjunto de libros y lecturas planificadas para que los estudiantes de distintos cursos aborden textos y se eduquen en su comprensión. Como aclara Arias, este plan no obedece a “los gustos del profesor” y su “deber ser” persigue unos lineamientos curriculares que contemplan diferentes momentos según el grado en curso.
Resulta imposible establecer criterios únicos e inamovibles, pero se pueden sintetizar los lineamientos. “En primaria, los estudiantes suelen leer textos como mitos, leyendas, textos líricos, canciones y fábulas”, dice Arias. Durante esos años es habitual que los alumnos se acerquen a textos clásicos adaptados con ilustraciones infantiles. “Fábulas de Esopo, historias de Mark Twain, Tom Soyer, Rafael Pombo, Rudyard Kipling”, menciona John Franco, también docente del Theodoro Hertzl.
Los últimos años de primaria y los primeros de bachillerato las lecturas se orientan hacia la literatura juvenil, y, conforme aumenta el grado, cambia o aumenta la complejidad, e incluso la extensión. En líneas generales, se abordan, en los primeros años de bachillerato, algunos géneros específicos: suspenso, aventura, ciencia ficción y literatura fantástica. En octavo y noveno se leen libros de la literatura colombiana y latinoamericana, y en los grados diez y once el estudio se centra en la literatura universal.
Le puede interesar: En El Retiro el patrimonio se convierte en parqueaderos
Entre los autores que mencionan los docentes están Franz Kafka, Gabriel García Márquez, Edgar Allan Poe, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Fiodor Dostoyevski, Truman Capote, J.D. Salinger, Quiroga y Lovecraft. Dicen que, entre los autores contemporáneos de Colombia se está leyendo a Santiago Gamboa, Mario Mendoza y Héctor Abad, pero recientemente han incorporado autoras como Piedad Bonnett, Laura Restrepo, Pilar Quintana o Emma Reyes.
“La metodología antigua era leer clásicos únicamente. Ahora toman terreno autores que la sociedad ha ido validando como buena literatura”, sostiene el profesor Ómar Alonso, que trabaja en Ciudad Bolívar, Antioquia, en una sede rural de la Institución Educativa María Auxiliadora.
“Una apuesta en la actualidad es mantener vigente la literatura clásica”, enfatiza Viviana Arias. Para ella, que se sigan leyendo ciertos libros ofrece una oportunidad para que, en el contexto escolar, se profundice en obras que quizá los estudiantes no leerán en otro momento.
“Tratamos de llevar un balance, de conservar clásicos, porque estos tienen una información valiosísima de la vida, de la historia; pero no solamente hay que leer clásicos, sino conectarse con lo que se escribe hoy”, sostiene John Franco. Agrega que a los estudiantes les gustan los triller psicológicos, las sagas de Harry Potter y libros que les generan afinidad por ser más modernos. “Pero no pueden leer solo una cosa”, recalca.
Las estrategias
Rubén Darío Arteaga ha sido coordinador de un colegio público en los últimos dos años, pero enseñó español durante 30. Una de las mejores estrategias que conoce, dice, es la del profesor como “modelo”. Le parece importante “que los estudiantes lo vean leyendo, con el libro en la mano, apasionado por la lectura”. Así “se acercan a preguntar” y generan “conversaciones”.
Arteaga, de la Institución Educativa San Francisco de Asís, dice que no funciona “imponer” un texto o que en las escuelas a veces se asocie la lectura con el “castigo”, como cuando se castigaba a los alumnos con una estancia en la biblioteca escolar, recuerda. Llevar al teatro una obra literaria o actuar episodios de los clásicos como El Quijote ayuda a enfrentar su complejidad, dice. En su caso, también leía en voz alta textos misceláneos que creía podían tener un impacto en los alumnos: poemas de Alejandra Pizarnik, por ejemplo, y textos sobre fútbol, como los de Jorge Valdano.
Por su parte, el profesor Ómar Alonso debe lidiar en sus estrategia en un contexto sin señal de internet ni recursos para que los alumnos compren libros. Para eso creó él mismo un podcast llamado Cuento para todos, en el que los estudiantes escuchan fragmentos de obras literarias y episodios de la vida de los autores.
Le puede gustar: La inteligencia artificial arremete contra el arte del siglo XXI
La falta de dinero para comprar un libro lo lleva a fotocopiar cuentos, poemas o fragmentos de novelas, proporcionados de su propia biblioteca. “Es difícil decirle a un muchacho en la ruralidad que compre un libro con su situación económica. Es sencillo hacerlo mientras se puedan trabajar copias y buscar fragmentos significativos”, agrega. Esta dificultad pesa, en su caso, al tratar de conseguir libros de autores actuales que no están disponibles en formatos como PDF.
Con buena acogida de sus estudiantes, Viviana Arias les ha asignado tareas de los tiempos de las redes sociales: por ejemplo, crearle un perfil de Instagram a un personaje de “Crónica de una muerte anunciada”, o convertir en youtuber un personaje de “María”. Como se trata de estudiantes menores de edad, les pide que hagan sus planteamientos en dibujos y textos.
Aunque la estrategia de leer en voz alta es usada con buenos resultados en muchos casos, esta también depende del grupo con que se trabaje o incluso del histrionismo del docente, dice John Franco. Una opción que menciona es la de aprovechar las zonas verdes o espacios al aire libre para sacar a los estudiantes y que cada uno busque un lugar donde leer. También el uso de audiolibros, que pueden escucharse al mismo tiempo que se lee para ayudar en la concentración