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El gato de Cocorná que no caza, factura

Pepe quiere ser el gato del pueblo: eligió un lado del parque de Cocorná y de local en local se la pasa día y noche. Ya tiene Instagram y atiende bien a los turistas.

  • Pepe con su primer dueño, Gildardo Giraldo. El Instagram de Pepe es @soy_pepe_cat. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
    Pepe con su primer dueño, Gildardo Giraldo. El Instagram de Pepe es @soy_pepe_cat. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
  • El gato de Cocorná que no caza, factura
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11 de junio de 2023
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A Pepe el gato sus dueños lo han llevado cinco veces de vuelta a casa, pero él se ha devuelto las mismas veces para el parque de Cocorná que él decidió es su verdadero hogar: puede pasar dos o tres horas en la mesa de la tienda La Bodeguita, tan dormido que los turistas le preguntan a don Jaime que si está muerto.

Pepe está dormido, responde Jaime Gutiérrez, el dueño de la tienda y uno de sus cuidadores. Los gatos duermen 18 horas, los tranquiliza.

Ese lado del parque es la casa de Pepe: en la esquina, que hay otra tienda, se sube a un estante alto como una nevera a comérsele la comida a un perro y a veces duerme allí o vigila lo que pasa en las mesas. En el siguiente local está la agropecuaria, donde tiene comida a disposición y donde está su veterinario personal, Andrés Felipe Gómez Gutiérrez, que lo mantiene desparasitado y lo revisa cuando llega despeinado por alguna pelea. La silla del gerente es su lugar preferido y a veces se le da por atender cerca a la caja registradora: al lado están las galletas.

Dos casas después sigue el Almacén de Variedades, donde duerme en las vitrinas como un peluche en venta, aunque le encanta hacerse al lado del datáfono.

Pensamos que nos estaba haciendo espionaje, porque miraba aquí las transacciones y luego se iba para el Comando de la Policía, confiesa Jaime mientras le soba la cabeza a Pepe, que no abre los ojos. Sigue dormido en la mesa, ni se inmuta cuando le mueven la mano, juegan con la cola o le tocan la barriga (a los gatos que no les gusta que les toquen la barriga porque se sienten desprotegidos).

En La Bodeguita también tiene silla preferida, pero allá va es a tomar agua. Nada más. La coquita tiene que estar limpia y el agua que le gusta es la del botellón de Cristal. Así que por la mañana llega, va hasta la coca del agua, mira a Jaime para que se la lave, espera, toma. Y entonces vuelve a su rutina: las mesas, la vitrina, comer en la veterinaria.

El desayuno es temprano, le ayuda a Andrés Felipe a empujar la puerta para que abra la agropecuaria a las siete de la mañana. Poco va a la iglesia, pero sí se asoma por el parque. Antes de elegir este lado le gusta pasearse con el señor que vende minutos y todavía está entre sus actividades acompañar a los viejitos que juegan en la plaza.

En el día se deja tocar de las personas, que pasan a saludarlo. A veces es su dueña anterior, que ya se echó al dolor, y va y se sienta con él un rato en una de las mesas. Ella lo llama y él va, pero si le dicen que se lo van a llevar, se esconde, dice Jaime, si bien el dueño original, Gildardo Giraldo, cuenta que a veces se lo llevan para que no pierda la costumbre, y que Pepe pasa dos o tres días y luego regresa. Siempre que se lo llevan, aclara, les avisa, porque a ese gato lo cuidan mucho los de la cuadra, y ya se lo han querido llevar desconocidos.

Al principio Pepe no tenía collar y un día llegó pero estaba raro. Era un gato querido, si bien no tan perezoso ni tan cariñoso y no pidió que le lavaran la coca del agua. Les pareció extraño, solo que era Pepe, cómo no si tenía los ojos verdes, las manchitas, estaba igual de flaco. No había duda, pero se equivocaron: los vecinos habían traído un gato igual a Pepe, y habían cogido a Pepe por error y lo habían encerrado en una de las piezas para que no se les volara, y el impostor, como le llaman ya, estaba de lo lindo haciéndose pasar por él.

Cuando Pepe salió por fin, muy enojado, dice don Jaime, le sacó las uñas al impostor, qué pesar, Pepe no es agresivo, pero sacó al otro gato, y ellos decidieron que le debían poner un collar. Además porque los turistas pasan por ahí pensando que no tiene dueño y ya lo han tenido que bajar de algún carro, y no, Pepe tiene dueño: Pepe es el gato de Cocorná.

¿Y de dónde salió?

A Gildardo le regalaron a Pepe pequeñito, una señora de la vereda La Piñeda que se iba a vivir a Rionegro y no tenía un buen lugar para estar con él. Él dijo que sí y se lo llevó para su casa, donde ya estaba Tommy, el gato que era de su hermano que mataron, que se llevaron entonces para Villavicencio, él se escapó, volvió a la casa del hermano, estuvo seis meses sin salir, solo hasta la puerta donde le ponían la comida y el agua, y al final los fue visitando y ya se quedó. Pepe, que ya llegó con ese nombre, sería el hermano de Tommy y el primo de otros cinco de la hermana de Gildardo, y al principio estuvo un buen tiempo con él y su esposa, apoderado del lugar. Todo el tiempo estaba con nosotros, comía, dormía en la cama. Se mantenía con la señora mía.

Todo cambió cuando la señora se fue de viaje a acompañar al hijo a un torneo de cuatro días, y Pepe se fue. A don Gildardo lo llamaba el señor de los minutos del parque a decirle que el gato estaba por ahí cerca, y Gildardo iba por él. Se quedaba en casa cuatro o cinco días, dormía pleno en la cama, y se repetía la historia. El dueño hizo de todo: le dijeron que le echara grasa en las patas para que se volviera amañar, que le cortara unos cuantos pelos de la cola, que etcétera, y Pepe no. El último consejo fue que lo esterilizara, que seguro con eso tenía. Gildardo lo llevó donde Andrés Felipe el veterinario, la cirugía sucedió y, bueno, funcionó: Pepe se quedó en ese lado del parque.

Hay que preguntarle a Andrés qué fue lo que le hizo, dice el dueño. Es al único que esterilizan y se enamora. Porque Pepe ya decidió: él anda feliz en la mesa de La Bodeguita, atendiendo en la miscelánea, le gusta jugar con los niños, es amigo de los perros, aunque a veces los echa porque están traspasando su espacio. Por la noche se baja hasta el Comando de la Policía, que está a una cuadra, pasando la calle del parque, bajando otra media cuadra. Allá le gusta dormir y los detenidos le dan comida. También le gusta acompañar al Policía que hace el turno y acostarse al lado de las cámaras: Pepe les ayuda a revisar lo que pasa en las pantallas. El otro día los policías se fueron porque los llamaron por una pelea y Pepe, muy a las 2:42 de la mañana —a esa hora le tomaron la foto—, estaba verificando las cámaras. Él ya se cree el capitán, se ríe uno de los agentes.

También se ha montado en el techo de la patrulla de la Policía, porque ese es otro sitio que le fascina: se monta encima de los carros, y si es vuelta al parque, se pega. Si lo sacan del parque, ya se baja, dice Jaime.

Así que Pepe ya es el gato del pueblo o, como se autodescribe en su Instagram, Hola, soy Pepe, el consentido de Cocorná. Allí cuenta sus aventuras: de cuando se esconde en una caja de cartón para no trabajar hasta cuando se sube a la impresora o al lado de los santos y la Karen lo regaña porque tremendo daño el que podría hacer.

Don Jaime lo defiende: ese gato es especial. No hace daños. Su misión es dar tranquilidad. Hay gente a la que no quiere y se va, pero yo he visto llorar a muchos al lado suyo. Ahora tiene muchas Karen, somos muchos los que lo cuidamos. Eso es lo más importante, que todo el mundo lo cuide para que nos dure muchos años.

Pepe vuelve a la vitrina de la miscelánea. Todavía tiene ganas de dormir. Una señora pasa y lo saluda y lo mira: qué pinchado donde se empaca a toda hora. Y sigue. Pepe no tiene afán: ya comió, ya le dieron galletas. Por la noche mirará si quiere dormir en la agropecuaria —entonces llegará antes de las seis, que cierran—, en La Bodeguita —donde se acomodará en su silla—, en el comando, en el parque. Apenas es mediodía y hace calor.

Don Jaime lo mira: la idea es que sigan en Instagram al gato que no caza, factura.

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