Luego de casi una década sin tener una exposición en Medellín, el artista paisa Aníbal Vallejo regresó a la ciudad con Limbo. Su nueva muestra en El Coleccionista, una galería de arte ubicada en el barrio Colombia, marca el regreso a casa de uno de los pintores antioqueños más destacados a nivel nacional e internacional.
En los últimos años, el trabajo de Vallejo, quien viene de familia de artistas, ha ganado reconocimiento en Estados Unidos y Europa. El artista ha presentado su obra en ciudades como Nueva York, París y Florencia.
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Ahora, después de ocho años, regresa a Medellín con una exposición compuesta por piezas que mantienen los rasgos más distintivos de su pintura: las intervenciones con hilo y tejidos en sus lienzos, y su inconfundible paleta de colores, cuya elección, según él, desconoce en su origen, aunque los tonos como el azul ya se han convertido en un sello característico de su obra.
El texto ubicado a la entrada de la galería, que inaugura esta exposición, asegura que Limbo es “una exploración visual y conceptual de la figura en estado de tránsito”. Además, señala que en estas pinturas y la escultura central de la muestra –una figura humana sobre una silla rota que hacía parte del estudio de Vallejo y que él mismo describe como estando entre “la obra de arte y la basura”– se “desdibujan los límites entre la presencia y la ausencia, cuestionando la estabilidad de la forma y su relación con el espacio”.
“El limbo es estar en ninguna parte, el límite. Limbo es un no lugar. A mí me llamó la atención el significado de este concepto y de ahí parte toda la serie de pinturas de la exposición. Me llamó la atención porque se relaciona mucho con lo que estoy viviendo con mi trabajo o lo que soy yo como pintor, que me muevo mucho entre la abstracción y la figuración. Lo que hago aquí es unir esos dos mundos que a veces puede parecer que no tienen mucho que ver el uno con el otro”, explica Vallejo.
En Limbo, esta propuesta se presenta de manera clara. En los lienzos de pequeño y mediano formato que integran la exposición, destacan “restos” de un cuerpo: brazos, piernas o cabezas que se funden en un panorama de fondos más complejos, los cuales, a simple vista, se sienten como un abrazo que integra todo. Y es que, para Vallejo, la figuración plantea un reto adicional para el artista, que reside en el ojo del espectador. Según él, la abstracción es justificable en la medida en que el creador puede ofrecer múltiples explicaciones sobre su origen, mientras que la figuración no puede sustentarse tan fácilmente, pues quien está frente a la obra “tiene un ojo más crítico porque ya conoce muy bien la forma del cuerpo”.
Una de las constantes en la obra de Vallejo, cuyas obras hacen parte de colecciones como las del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) y del Banco de la República, es la figura humana. Pero a pesar de esos rasgos distintos, a los que se suman la experimentación con textiles y la paleta de colores, el artista antioqueño asegura temerle a encasillarse.
“Le tengo pánico a la fórmula. Un artista se pasa su vida entera encontrando un lenguaje, que es eso hace que sea reconocible frente a un público. Muchas veces hay artistas que se quedan en ese punto de seguir haciendo lo mismo porque, en apariencia, ese es su lenguaje y les da miedo cambiar o hacer algo brusco o abrupto. Yo tengo todo lo contrario: tengo terror a la fórmula. Cuando siento que ya estoy siendo repetitivo en algo me reinvento, hago borrón y cuenta nueva e intento empezar algo distinto. Por eso mi carrera ha sido tan cambiante y fluctúa entre muchas cosas: a veces hago objetos, a veces instalaciones, pero mi fortaleza y lo que más amo es pintar. Hay personas que me preguntan por obras de hace 15 años, pero resulta que el pintor de ese momento era una persona muy distinta a la que soy hoy ya que he tenido otras experiencias y eso ha influido en mi trabajo. Entonces, ¿cómo voy a estar pintando lo mismo que hace 17 años?”, reflexiona.
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En ese sentido, Vallejo no teme decir que su obra es “completamente autobiográfica”; hay lienzos que hablan de momentos específicos de su vida, como Is the glass half empty or half full?, una exposición que presentó en el Museo El Castillo en 2007, con una serie de obras que realizó durante los años que vivió en Nueva York. Durante esa época, el artista recuerda que estaba empeñado en aprender a dibujar en una ciudad donde todos los que se dedicaban al arte sabían cómo hacerlo. Esa serie de pinturas, que retratan a niños en “situaciones muy de adultos”, como lo define Vallejo, fue realizada en un apartamento minúsculo en el Upper East Side de Manhattan, donde él recuerda que, en unos pocos metros cuadrados, vivía con arte y todo encima.
Pero Limbo no habla de esas referencias artísticas ni de los gustos personales adquiridos sobre los que Vallejo asegura que siempre hablan sus obras. Esta nueva exposición muestra el punto en el que se encuentra actualmente la carrera del artista, que ya cuenta con más de 20 años.
“Aquí estoy tratando de agarrar todo ese conocimiento adquirido todos estos años para aplicarlo a mi trabajo. Ahora estoy abordando la pintura con una libertad que antes no tenía, que solo te da el haber trabajado tanto tiempo porque la única manera de aprender a pintar es pintando, no hay de otra. Limbo es toda la experiencia recogida y no una historia, o un libro, o un acontecimiento en específico”, asegura.
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Para explicar esa madurez del trabajo de Vallejo, el artista hace referencia a esta última exposición y a una nueva que vendrá en estos próximos días. El pintor asegura que, hace varios años, no habría podido llevar a cabo dos exposiciones en solitario en dos lugares diferentes con tan poco tiempo de distancia. En abril, Vallejo inaugurará La Cascada: Vista del Cartama desde la vereda La Mesa en el Museo de Artes de Jericó en el suroeste antioqueño.
Este logro también podría resumirse en lo que ha alcanzado en estos años: la tranquilidad plena para poder pintar. “Al inicio de la carrera de un artista hay tantos temores: uno quiere que a la gente y a los críticos les guste lo que uno hace. A mí ya no me importa nada de eso, me tiene sin cuidado. Yo ya pinto lo que pienso que es, y si gusta está bien, y sino también. La pintura no tiene que agradarle a la gente, lo que yo hago no debe gustarle a todos”, afirma Vallejo.
El arte y la tecnología
A pesar de que Vallejo está a favor de la experimentación con arte y tecnología, asegura que personalmente no le gusta: “Estoy de acuerdo con la tecnología, pero en mi trabajo no porque en él todo es tan manual, es tan personal y tan íntimo que me parece que cuando se utilizan estas herramientas, todas esas características se pueden llegar a perder. Eso es lo que le da un toque único porque no hay ninguna obra mía que sea similar. Cuando yo muera nadie más continuará haciendo mi trabajo, ni una máquina, ni nada. Todo esto se quedará como algo único y se desvanecerá con el tiempo”, explica el artista.
