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Gilberto Echeverri, un hijo de la paz y el perdón

  • Echeverri impulsó la Ley 418 que estableció un marco para al desmovilización de los grupos guerrilleros. FOTO: Colprensa
    Echeverri impulsó la Ley 418 que estableció un marco para al desmovilización de los grupos guerrilleros. FOTO: Colprensa
30 de julio de 2020
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Si a Gilberto Echeverri Mejía las Farc no le hubieran quitado la vida el 5 de mayo de 2003, tras un intento fallido de un rescate militar, seguiría empeñando su palabra para que el país tuviera un respiro en medio de la guerra.

De estar aquí, Toto, como le dicen sus seres amados a Gilberto, seguiría recorriendo cada rincón llevando ese legado de la Noviolencia que construyó junto al exgobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, para decirles a los grupos armados que el camino de las armas no es el que se debe recorrer para construir una nueva Colombia.

Lo hizo en 1990 cuando fue consejero presidencial y ayudó en el regreso a la vida civil de las guerrillas Epl y M-19, y lo siguió haciendo hasta el 21 de abril de 2002 cuando en una caminata por la Noviolencia al municipio de Caicedo, Antioquia, guerrilleros del frente 34 de las Farc lo secuestraron, para asesinarlo 13 meses después en Urrao, Antioquia junto a Guillermo Gaviria y ocho militares más.

Dice Marta Inés Pérez, su esposa, con la que se casó en 1962 y tuvo tres hijos (Lina, Jorge y Carlos), que la obsesión de Gilberto era buscar la reconciliación en un país abrumado por el estallido de los fusiles y las granadas.

“Él insistía en que Colombia necesitaba la paz y que todos los colombianos cupieran en ella. Decía que había que hacerles la vida más fácil a los campesinos donde pudieran sacar sus productos. Decía que había que buscar soluciones para la reintegración, que en el campo había que hacer escuelas, puestos de salud, vías dignas”, recuerda Marta Inés.

Fueron 41 años de matrimonio, y aunque ya pasaron 17 de su asesinato, Marta aún lo siente vivo, cantando boleros, escuchando los bambucos o entonando los tangos mientras tomaba tinto sentado en la cocina de la finca soñando con ser el alcalde de Rionegro, municipio que le vio nacer.

El don de la palabra

Gilberto Echeverri, con i de iglesia como solía decir cuando le preguntaban su apellido, nació el 31 de julio de 1936. Fue el último de 12 hermanos. De su madre María Mejía aprendió el amor por el campo y los animales, de su padre José María Echeverri heredó el don de la palabra, a cuidar lo que decía y cómo lo decía.

Por eso, hasta los últimos días de su vida tuvo en cuenta lo que le dijo su progenitor antes de morir: “Quiera mucho a su mamá, la patria por encima de todo, no case peleas que vaya a perder y mantenga siempre la palabra...”.

Y el manejo del discurso, de saber elegir las palabras, de saber usar el tono adecuado, fue como una llave maestra para llegar a muchos, y como le contó su hija Lina a EL COLOMBIANO, para acceder a los distintos mundos de las distintas personas.

“Para él era igual de importante el presidente de Colombia o un campesino que se encontraba cuando salía a caminar en los días que pasaba en la finca”, recuerda Lina, quien agrega que ese don de la palabra abrió muchas puertas no solo para él, sino para la gente que lo rodeaba.

Fue así como un día terminó invitado por el exjefe del Eln, alias Timoleón, en un campamento en el Oriente antioqueño, a tomarse un trago. Y no fue porque fueran amigos, no; el comandante guerrillero lo llamó para entregarle unos secuestrados que tenía en su poder. Echeverri lo recordó así, tres años antes de morir en una entrevista que dio en el canal Televida.

“Me encontré con él hace siete meses para devolverme 23 obreros de Empresas Públicas en San Luis. Yo iba (pensando) cuál será la reacción de Timoleón, me imagino que él también, cuál será la reacción de este exministro de Defensa. En un momento estábamos dos seres humanos sintonizados, vibrábamos. Terminó diciéndome ¿por qué no se queda esta noche para que nos tomemos unos aguardientes? Eran dos hombres que se habían encontrado, se habían quitado toda esa hojarasca de la prevención, del mito que se hace del conflicto, y cuando dos hombres se encuentran y dialogan, construyen. Podemos construir”, fueron las palabras aquel entonces.

Y ese respeto por los demás, es uno de los recuerdos que permanecen más vivos en la memoria de Lina. Un día, mientras viajaba en el carro con su padre y su hermano Jorge, al que le dicen Pirry (dice su hermana Lina, en tono de broma, que este es el primer Pirry de Colombia) terminó en una discusión de niños en la que hubo palabras “salidas de tono”.

“Mi papá frenó en secó y nos bajó a los dos y nos dijo: discúlpense o aquí se quedan. Y tuvimos que disculparnos”, recuerda Lina y agrega, con la nostalgia de los años vividos, que su papá era su compinche “y siempre voy a amar su sencillez, su dulzura, su alegría. Era un hombre que llenaba espacios y amaba las cosas sencillas de la vida”.

Un ratón muy estudioso

Cuentan la señora Marta y su hija Lina, que Gilberto Echeverri Mejía era un estudioso. Se levantaba a las 5:00 a.m. a leer y estudiar las ideas para hacer del mundo un lugar mejor.

Esa dedicación y su visión de futuro lo llevaron a ocupar altos cargos en el país. Fue profesor de Ingeniería Eléctrica, pero en 1975 entró a la política. El expresidente Alfonso López Michelsen, lo nombró embajador en Ecuador por dos años y después lo tuvo como director nacional del Sena.

En el gobierno siguiente, el expresidente Julio César Turbay Ayala lo nombró ministro de Desarrollo y fue tanto el trabajo que tuvo, que en una entrevista dijo que parecía “ratón enjaulao”. Desde ahí se hizo famoso el apodo y cuenta su hija Lina que empezó a recibir regalos de ratones y él a coleccionar muñecos de ratones de todos los materiales.

En 1990 fue gobernador de Antioquia y en 1992 fue consejero presidencial para asuntos de reinserción y después fue director de ProAntioquia. En 1997 fue Ministro de Defensa en el último año del expresidente Ernesto Samper e impulso la Ley para la reinserción. En el 2000 aceptó ser asesor de Paz de la Gobernación de Antioquia, cargo bajo el cual fue asesinado por las Farc.

Sin embargo, los ideales de Gilberto Echeverri siguen vivos, no solo entre su familia, sino entre un pueblo que lo vio dar hasta su último aliento por un poco de paz para el país..

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