El desencanto y tedio que provoca el furioso aguacero capitalino obliga a pausar la fiesta. Del ambiente festivo –marcado por la cerveza de litro que se comparte entre varios y el cigarrillo que forma nubes– se pasa a un dejo de desazón y al reposo obligado. El silencio que amenazaba con prolongarse en medio de la lluvia punzante lo rompe ella. Con micrófono en mano, en una de las carpas donde se proyectan mensajes a los edificios, le sube los decibeles a su “digna rabia”.
“¿Vamos a seguir permitiendo que este tipo de farras sea un espacio que les permite a los agresores seguir reproduciendo sus violencias? Que en su conciencia quede plasmado que aquí abusan mujeres y que usted hace de cuenta que no lo ve. En todo lado, en los edificios, aquí al frente. Todo mundo se da cuenta y no pasa nada”, reclama en voz alta, queriendo reivindicar y hacer de ‘Los jueves de Freud’ lo que alguna vez fueron: una verbena de música para reunirse en la Universidad Nacional y no un ambiente de riesgo para las mujeres.
Lo ocurrido en la madrugada del pasado 20 de diciembre prendió las alertas y los obligó a todos –estudiantes y extraños– a ver algo que pasaba de agache. Una mujer denunció haber sido víctima de presunto abuso sexual. Sí, en la “Nacho”. Sí, en ‘Los jueves de Freud’. Sí, en medio de la farra. Y sí, en las narices de todos.
Han pasado dos meses desde entonces. Este jueves es diferente. “La lluvia hoy ahuyentó a mucha gente”, reconoce uno de los vigilantes, quien tímidamente se asoma al parqueadero del edificio Orlando Fals Borda de la facultad de Ciencias Humanas, donde –no obstante– se reúnen alrededor de 500 personas, en su mayoría, jóvenes no mayores a los 25 años. El “helaje” capitalino que se acentúa con la lluvia de la noche no fue excusa y allá concurrieron.
La farra es a cerca 200 metros de una de las entradas principales de la Universidad, la que da a la Carrera 30. Cada quien, sea estudiante o no, entra y no hay restricción alguna, pese a que tres celadores están apostados en la puerta. ¿Qué vigilan? No hay requisa. No piden identificación o carnet. No hay control alguno, y a medida que la lluvia merma, llegan más pelaos y vuelve la aglomeración.
La música se siente tras caminar pocos pasos. Algunos sacan sus gaitas e instrumentos y arman la “juntanza”. Otros la ponen en bafles con energía que sacan de los salones con holgadas extensiones con las que también instalan las luces. Montan carpas y desde allí también instalan proyectores que dan a los edificios: “Con violencia misógina no más farra”, reza uno de los mensajes.
El “litron” de cerveza –que se vende en envase de vidrio– cuesta $8.000 adentro. Hay estudiantes que también aprovechan ‘Los jueves de Freud’ para ganarse unos pesos y lo pasan ofreciendo de parche en parche. También hay varios puestos de comidas y golosinas. En el caso de la pola, es mejor salir de la ‘Nacho’ y comprarla en las cafeterías, donde sale a $6.000. Total, nadie los va a requisar. El lío es la caminada.
Tal fácil como conseguir pola lo es acceder a tragos fuertes, a cigarros de todas las marcas y, por supuesto, a droga. “¡Cachaza, cachaza! Si hay moñitos, por si le interesa”, pasa vociferando entre grupos otro muchacho. A pocos pasos, entre amigos y cerca a un pogo, un joven de no más de 22 años saca una papeleta de polvo blanco –quizá cocaína–, para ofrecerle a tres de sus parceros. No se atreven a inhalar ahí. Prefieren irse al Fals Borda.
Este jueves el edificio está abierto y hay baños; sin embargo, algunos denuncian que, como forma de disuasión, los celadores usualmente los cierran y con ello obligan a las mujeres, y a uno que otro joven cauto que no orina en los árboles o con una afugia mayor, a buscar un sanitario fuera de la universidad. No obstante, hay mujeres en parche que buscan algún espacio en los oscuros alrededores para orinar. Eso también acrecienta el riesgo.
Adentro algunos se resguardan del frío. Otros, en una sala de estudio, tratan de leer o repasar apuntes en medio de la música y el algarabío. La escena hace añorar los años dichosos de universidad: unos estudiando, otros farreando.
Al lado del baño de hombres del Fals Borda sobresale un parche de estudiantes que trata de auxiliar –entre risas– a una amiga que parece haberse prendido. Ella está consciente, pero balbucea las incoherencias que genera el trago y tiene la mirada perdida. No parecer estar en riesgo, está rodeada de amigos e incluso, dos de ellos aprovechan la borrachera del parche para besarse apasionadamente en una muestra de amor que florece y sale de la clandestinidad.
Mientras, afuera el volumen de la música baja. Desde una de las carpas donde ponen “los temas” una mujer toma el micrófono e invita a hablar el voz alta. “Abrimos el micrófono para que cuenten su experiencia, para que lean un poema o hagan sus reflexiones”, dice, en medio de la indiferencia de algunos y la atención de otros que recién se prenden y no están tan borrachos.
“Esto no es contra la farra o porque no nos guste farrear, sino porque desde hace un tiempo farrear acá no es seguro para nosotras. Éramos las primeras que nos gustaba parcharnos acá en el Freud, pero también eso se lo cagaron con sus violencias. Es importante habitar este lugar desde la cultura y la opinión crítica respecto de la manera en que estamos consumiendo sustancias y cómo eso permite también que se generen muchas violencias de género en este espacio. ¿Por qué normalizamos que tanta gente esté vomitada en el Freud y no hacemos nada? ¿Por qué normalizamos que haya tantas mujeres sufriendo situaciones de acoso a nuestro alrededor y no hacemos nada?”, cuestiona una estudiante que integra un colectivo feminista y que reivindica el valor de ‘Los jueves de Freud’ sin violencias.
Son ellas quienes, desde el cuidado colectivo, se oponen a la normalización de situaciones de acoso, violencia y consumo irresponsable de drogas y alcohol. Ellas, las mismas estudiantes, defienden el espacio, se lo parchan, pero sin violencia. “Compañeras, no nos hagamos las ciegas para seguir farreando como si nada. Hasta que nosotras no estemos seguras aquí no se farrea. Hasta que ustedes no abran los ojos, aquí no se farrea”, asegura otra, que reclama por la indiferencia de la Universidad y responsabiliza a las directivas por revictimizarlas y justificar el abuso.
Tras su reclamo, vuelve la música. Pocas se atreven a hablar o denunciar en el micrófono. Por ello, el cierre de las intervenciones es con dos mensajes claros: “Si cualquier compañera se siente mal, acosada o está en una situación incomoda, puede pasar acá, nos avisa y ahí ponemos manitos pa solucionarla”, asegura una de las jóvenes. “No dejemos que este espacio se curta tanto por los manes despilotos y habitémsolo con cuidado, habitemos la farra con cuidado”, concluye su compañera.
Se asoma la madrugada, ya no hay tanta gente, pero sigue la música y los parches. Sobre las 10:30 de la noche sorprende un atisbo de autoridad cuando llegan al parqueadero al menos 15 celadores. No son hostiles ni agresivos. Se acercan con sigilo y siempre en grupo para ir parche por parche a pedir que se vayan retirando de la Universidad. Se acercan a una pareja de muchachos sentados en un anden y les piden que vayan evacuando. Ellos asienten con un dejo de resignación mientras terminan de armar el porro ante la mirada desinteresada de los celadores, que se desplazan a otro parche para volver a hacer la misma súplica.
“Un problema histórico”
Las líneas anteriores reflejan parte de lo que son los llamados ‘jueves de Freud’. Sin embargo, no es algo nuevo y más bien es un problema histórico en esa Universidad.
Hasta la primera década de los años 2000, este espacio se llevaba a cabo los viernes, aprovechando que iniciaba el fin de semana y que al día siguiente (sábado) no había clases. Aun así, ante la complejidad de esas juntanzas y la falta de controles suficientes, las autoridades universitarias de entonces tomaron la decisión de no programar clases los viernes y así —creyeron— que se pondría fin a la problemática, pues sin estudiantes ese día las probabilidades de que armaran farras eran bajas, con todo y que eso significaba que los planes de estudio tuvieran que apretarse.
Pero todo quedó en una buena idea. Lo que terminó pasando es que el día de excesos dejó de ser el viernes y pasó a ser el jueves. Como lo indica la lógica. Y así fue que “nacieron” los también conocidos “jueves de Farra”, que hoy en día sigue siendo un dolor de cabeza para profesores y estudiantes.
Como lo cuenta el representante de los profesores ante el Consejo Superior Universitario (CSU), Diego Torres, estas jornadas extraacadémicas tienen el rechazo de la comunidad universitaria y los estudiantes hasta “sienten vergüenza de eso”. Entre otras razones, porque “las agresiones sexuales son comunes, pero no terminan en denuncias formales. La venta de estupefacientes es muy alta, los participantes no pertenecen en su mayoría a la Universidad Nacional y llegó al punto de que se institucionalizó en Bogotá que ‘Los jueves de Freud’ es el metedero más seguro que tiene la ciudad”.
El tema de las agresiones sexuales es la problemática más preocupante y la que más hace ruido y genera resistencia, sobre todo por parte de grupos feministas de la institución y externos.
El mes pasado, en una de las entradas al campus de la capital, se colgó una pancarta de protesta con un mensaje contundente. “Cada jueves acosan, agreden, violentan mujeres y diversidades”, se leía del lado izquierdo. “Con violencia misógina, ¡no más farra!, se leía del lado derecho.
Este cartel de protesta se instaló allí para llamar la atención sobre ese tipo de violencia en esos días de excesos y bacanales, que se vio reflejado nacionalmente con un caso de presunta violación sexual contra una joven la madrugada del 20 de diciembre de 2024. Este hecho fue noticia en todos los medios de comunicación y puso de presente un asunto que, entre los estudiantes y egresados de “La Nacho” es un tema de conversación y de alerta, pero del que no se habla con nombre propio.
El tema, incluso, llegó a ser material de un trino del presidente Gustavo Petro, quien en un infortunado y revictimizante mensaje se refirió al hecho como un “acto de amor de una pareja en los predios de la Nacional”, en referencia a que supuestamente los estaban culpando por eso.
El caso, no obstante, no terminó con una denuncia penal en la Fiscalía como se lo confirmaron a EL COLOMBIANO fuentes de esa entidad. Según informaron, la mujer desistió de hacerlo y, aunque el ente acusador investigó de oficio el hecho, sin pruebas, testimonios o testigos no había manera de continuar. Actualmente, el caso está en proceso de cerrarse por esta situación.
Aun así, el hecho de que no haya denuncia formal no significa que no haya ocurrido. Este diario conoció que en el reporte de seguridad de esa madrugada realizado por el personal encargado de la institución está consignado que hubo una agresión sexual, que se le hizo el acompañamiento posible a la joven y que hasta los padres de ella fueron al campus para acompañarla.
“Ha habido cambios en la seguridad. Antiguamente había un grado de relación con la Policía en Bogotá, que hoy no existe. Se cambió la persona encargada de la seguridad e ingresaron nuevos miembros que no tienen experiencia en vigilancia”, advierte Torres.
Esto —sumado a la decisión que tomó la administración de la Nacional, según el representante profesoral de no pedir carnet o identificación para ingresar al campus— crea un ambiente de inseguridad que ha terminado en hurto de partes de vehículos, de bicicletas y de computadores. “Vamos a pasar de una agresión sexual a algo mucho más serio”, dice.
Entre tanto, ‘Los jueves de Freud” continúan, mientras estudiantes y docentes esperan que la Rectoría deje de guardar silencio frente al tema, “dejen de ser tibios” y se trabaje de la mano con la Alcaldía de Bogotá, aunque “lo que nosotros vemos es que no se quieren tomar decisiones”, como manifiesta Diego Torres.
¿Qué responde la Universidad?
EL COLOMBIANO se comunicó con el rector Leopoldo Múnera, quien atendió la solicitud de un pronunciamiento sobre estos hechos por medio de una asesora.
En su respuesta, expresan que la apuesta de la administración es “recuperar la habitabilidad de los campus”, para lo cual “se viene desarrollando los días jueves desde el mes de agosto de 2024 en la sede Bogotá la estrategia ‘El Camino del Cuidado’”.
Este plan incluye, según la declaración, “actividades desde el arte, la cultura, la academia y el deporte que se construyen de manera colectiva con las diversas dependencias y organizaciones de la sede, así como en alianzas interinstitucionales con Idartes, Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá, Organización Internacional del Trabajo, Ministerio del Deporte, IDRD, Secretaría de la Mujer, Profamilia, Secretaría de Desarrollo Económico, Secretaría de Cultura, Cooperativas de Profesores UN y Cooservuna”.
Sobre las denuncias de violencia sexual en esas jornadas de jueves, expresaron que “dada la problemática estructural que representan las violencias basadas en género, la estrategia de los ‘Caminos del Cuidado’ ha implementado actividades de sensibilización y pedagógicas” para prevenirlas y que “han sido impulsadas desde distintas áreas y dependencias como la Dirección de Bienestar y la Oficina de Veeduría Disciplinaria”.
“De igual forma, el Comité de Prevención del Riesgo y Atención de la Emergencia (CPRAE), ha trabajado de manera conjunta para reforzar su presencia en el campus con los equipos de seguridad y brigadistas bajo un enfoque en el que prima el respeto por los derechos humanos”, puntualizaron en la declaración enviada a este periódico.
En espera por la Rectoría
No hay que dejar de lado que desde julio de 2024 el Consejo de Estado estudia una demanda de nulidad contra la elección de José Ismael Peña como rector de la Universidad Nacional, quien fue designado en el cargo por el CSU en marzo de ese año. Sin embargo, después de un proceso rodeado de dificultades e intervenciones del Gobierno de Gustavo Petro, en junio el Consejo reversó la elección de Peña y eligió a Leopoldo Múnera.
Aunque esto haya ocurrido, la alta corte tenía que seguir el proceso y, en diciembre pasado, anunció que daría sentencia anticipada. Si la decisión final determina que la elección de Peña fue legal, implicaría necesariamente que se caiga la designación de Múnera.