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Daniel Felipe: esta es la historia de un “niño periodista” de Medellín que cumplió su sueño de conocer EL COLOMBIANO

Este niño de 12 años de edad, habitante del barrio Santa Cruz, tuvo un deseo navideño: conocer cómo se hace día a día el periódico que lee con fervor y del cual llena los crucigramas. EL COLOMBIANO le hizo realidad su deseo.

  • Felipe es un niño de 12 años que vive en Medellín y va en el sexto grado académico. FOTO: Esneyder Gutiérrez
    Felipe es un niño de 12 años que vive en Medellín y va en el sexto grado académico. FOTO: Esneyder Gutiérrez
  • Daniel Felipe: esta es la historia de un “niño periodista” de Medellín que cumplió su sueño de conocer EL COLOMBIANO
  • Daniel Felipe: esta es la historia de un “niño periodista” de Medellín que cumplió su sueño de conocer EL COLOMBIANO
23 de diciembre de 2023
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En la estrechez de su cuarto equipado con un colchón en el suelo, un elefante azul de peluche sentado de medio lado en una silla de plástico, una lámpara que proyecta las estrellas en rojo y azul en el techo de asbesto cuando la casa queda en tinieblas, y un radio en el que escucha las canciones de Camilo Sesto, Jerónimo o Roberto Carlos, el niño Daniel Felipe ideó su sueño de Navidad.

Fue a las 3:35 de la madrugada. La mirada de Felipe no se despegó del techo mientras veía rondar su universo imaginario, y con las fotos en miniatura de su madre Adriana y de su padre uniformado de soldado como testigos, y desmadejado sobre su cama en el piso como una presa herida, Felipe suspiró: Quiero conocer El Colombiano.

Esa noche se imaginó a los periodistas escribiendo las noticias tal cual él las escribió –y aún escribe– en El Averiguador, un periódico que se inventó en pandemia, cuyos ejemplares no son más que un manojo de hojas de cuaderno grapadas, con textos escritos a mano y las imágenes dibujadas en blanco y negro simulando ser las fotografías de su diario.

Adormilado, Felipe soñó que la rotativa de El Colombiano en la que se imprime el periódico era un dragón gigante que escupía papel y tinta, y que las fotografías que allí se veían eran pegadas por hombres enormes que las escogían entre miles, como llenando el álbum de laminitas que alguna vez en su infancia quiso tener.

“Quiero conocer El Colombiano”, volvió a repetirse antes de dormirse junto a Loqui, un cachorro criollo de pelaje suave café, trompa negra y dientes diminutos que parecen agujas afiladas cuando le muerde las orejas, y que adoptó en San Pedro de los Milagros para reemplazar a Caliche, un pincher negro miniatura que su hermana se llevó tras cuatro años de compañía, en el momento en el que ella decidió hacer su vida aparte.

***

— Periódico El Colombiano, buenas tardes le habla Daniela, ¿con quién tengo el gusto?

— Buenas tardes. Es que quiero felicitar al periódico.

—¿Por qué quieres felicitar al periódico?, le replicó la voz al otro lado del teléfono.

— Porque trae noticias buenas, es entretenido, bueno. Nosotros compramos El Colombiano por ahí con los vendedores. ¿Y cómo se llama el director de El Colombiano?

— Es una directora, le dijo Daniela, y se llama Luz María.

— ¡Ay, se llama como mi tía!, replicó Daniel Felipe.

Con esta conversación que duró 17 minutos y 43 segundos y fue una llamada a escondidas, como nos lo confesó su mamá después, Daniel Felipe le abrió las puertas a su sueño. Es como si esa pequeña voz ronca hubiese sido una llave maestra que abrió las puertas a un mundo que siempre quiso conocer.

Con la información en nuestras manos, hace una semana contactamos a Felipe y a su madre. Les expresamos que queríamos traerlo al periódico, mostrarle cómo se hace un diario y hacerle realidad su Sueño de Navidad. La cita quedó para el miércoles, y Felipe, ese día de la llamada, no pudo contener el llanto, así que abrazó primero a su mamá, después a Loqui; se tiró en la cama, cantó unos vallenatos con su acordeón de juguete y se imaginó viajando en metro para conocer al periódico El Colombiano.

El día de la cita

La semana siguiente a la llamada fue eterna para Felipe, y como el tiempo se hace largo para los que esperan, pero corto para los que temen, se dedicó a hacer un ejemplar nuevo de El Averiguador. En su portada registró el secuestro y posterior liberación de ‘Mane’ Díaz, padre del futbolista Luis Díaz; un accidente de tránsito, los goles de los partidos de fútbol y hasta la publicidad de marcas reconocidas.

Al llegar a su puerta el equipo periodístico de este diario, Felipe, de piel trigueña curtida por el sol de Medellín, cabello negro peinado hacia un lado, de manos largas y delgado, ojos grandes y pestañas largas, nos estrechó la mano. Tras él llegó Loqui (por loquillo), mordiendo tenis y jeans, y después llegó su hermano Andrés, un hincha de Medellín que tiene en su cuarto una colección de 60 camisetas del “equipo del pueblo”.

Felipe no paró de hablar. Como Loqui, sus palabras saltan de un lado al otro, de un tema a otro: nos habló de que es hincha de Nacional (aunque toda su familia aún llora la pérdida del título del rojo), de lo mucho que le gusta la historia de los barcos hundidos, sobre todo la del Titanic; de cómo se ganó una bicicleta en una emisora de la ciudad y del mundial de canicas que se inventó y que juega él solo en sus tardes de aburrimiento.

Pero en medio de esa conversación en la sala de su casa, se le escapó otro sueño de Navidad para él. Sentado en un sofá café claro, y con el ruido de los carros de fondo que bajan raudos por la loma de la calle en la que vive, Felipe nos dijo que quiere —y sueña— con ser presidente de Colombia.

Fue así como hace dos años, un 25 de diciembre, mientras todos los niños y niñas exhibían los carros y muñecas traídos por el Niño Dios el 24, Felipe se paseaba por la acera con su banda presidencial, saludando como saluda un presidente recién electo.

Semanas antes le había dicho a su madre que él quería esa banda de regalo de traído, y Adriana no tuvo más remedio que bajar al centro de Medellín a comprar los retazos de amarillo, azul y rojo para coserle le banda. Como el escudo no lo halló bordado, consiguió uno pintado a mano.

Esa banda presidencial le gustó tanto, que su madre a veces lo ha encontrado al llegar del trabajo, en la sala, con un vaso de agua en la mesa, gesticulando y dando un discurso presidencial a Loqui, a las canicas, al elefante de peluche y a la gente que pasaba presurosa por la calle y que no podía verlo porque él se escondía tras el velo de la cortina.

***

El viaje al periódico resultó agobiante para Felipe. Al bajarse del carro en la sede de Envigado, expresó que pensó que “iríamos en metro”, porque en el carro se mareó, pero el mareo le pasó cuando vio las dos rotativas antiguas exhibidas a la entrada.

Después se vistió de periodista. Se puso un chaleco de prensa, pero lo que más le sorprendió fue el cubo del micrófono que se negó a soltar y con el que hizo todas las preguntas que se le vinieron a la cabeza. Por los pasillos saludó a todo el que se encontró. Se sentía orgulloso de portar un chaleco que dice prensa.

Saludó en el call center y abrazó a Daniela y a Diana, promesa nacida de aquella primera llamada. Se tomó fotos con todas. Luego se refundió en la sala de la rotativa. Recorrió cada espacio acompañado de Roberto, el jefe de producción, y le preguntó por cada paso de ese gigante de brazos largos que bramaba como su dragón, pero que no escupía ni papel ni tina. Allí grabó videos, le tomaron fotos y concedió entrevistas. Recogió un periódico para él.

De regreso a casa le dijo a su madre, que ese había sido uno de los días más maravillosos de su vida. Le contó a su abuela y a todo el que quisiera escucharlo de su aventura. Esa noche, en medio del reflejo de sus estrellas azules y rojas en el techo, y con Loqui a su lado mordiéndole la oreja, tuvo otro sueño de Navidad: soñó que era periodista.

Adormilado, Felipe soñó que la rotativa de El Colombiano en la que se imprime el periódico era un dragón gigante que escupía papel y tinta, y que las fotografías que allí se veían eran pegadas por hombres enormes que las escogían entre miles, como llenando el álbum de laminitas que alguna vez en su infancia quiso tener.

“Quiero conocer El Colombiano”, volvió a repetirse antes de dormirse junto a Loqui, un cachorro criollo de pelaje suave café, trompa negra y dientes diminutos que parecen agujas afiladas cuando le muerde las orejas, y que adoptó en San Pedro de los Milagros para reemplazar a Caliche, un pincher negro miniatura que su hermana se llevó tras cuatro años de compañía, en el momento en el que ella decidió hacer su vida aparte.

Daniel Felipe: esta es la historia de un “niño periodista” de Medellín que cumplió su sueño de conocer EL COLOMBIANO

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— Periódico El Colombiano, buenas tardes le habla Daniela, ¿con quién tengo el gusto?

— Buenas tardes. Es que quiero felicitar al periódico.

—¿Por qué quieres felicitar al periódico?, le replicó la voz al otro lado del teléfono.

Porque trae noticias buenas, es entretenido, bueno. Nosotros compramos El Colombiano por ahí con los vendedores. ¿Y cómo se llama el director de El Colombiano?

— Es una directora, le dijo Daniela, y se llama Luz María.

— ¡Ay, se llama como mi tía!, replicó Daniel Felipe.

Con esta conversación que duró 17 minutos y 43 segundos y fue una llamada a escondidas, como nos lo confesó su mamá después, Daniel Felipe le abrió las puertas a su sueño. Es como si esa pequeña voz ronca hubiese sido una llave maestra que abrió las puertas a un mundo que siempre quiso conocer.

Con la información en nuestras manos, hace una semana contactamos a Felipe y a su madre. Les expresamos que queríamos traerlo al periódico, mostrarle cómo se hace un diario y hacerle realidad su Sueño de Navidad. La cita quedó para el miércoles, y Felipe, ese día de la llamada, no pudo contener el llanto, así que abrazó primero a su mamá, después a Loqui; se tiró en la cama, cantó unos vallenatos con su acordeón de juguete y se imaginó viajando en metro para conocer al periódico El Colombiano.

El día de la cita

La semana siguiente a la llamada fue eterna para Felipe, y como el tiempo se hace largo para los que esperan, pero corto para los que temen, se dedicó a hacer un ejemplar nuevo de El Averiguador. En su portada registró el secuestro y posterior liberación de ‘Mane’ Díaz, padre del futbolista Luis Díaz; un accidente de tránsito, los goles de los partidos de fútbol y hasta la publicidad de marcas reconocidas.

Al llegar a su puerta el equipo periodístico de este diario, Felipe, de piel trigueña curtida por el sol de Medellín, cabello negro peinado hacia un lado, de manos largas y delgado, ojos grandes y pestañas largas, nos estrechó la mano. Tras él llegó Loqui (por loquillo), mordiendo tenis y jeans, y después llegó su hermano Andrés, un hincha de Medellín que tiene en su cuarto una colección de 60 camisetas del “equipo del pueblo”.

Felipe no paró de hablar. Como Loqui, sus palabras saltan de un lado al otro, de un tema a otro: nos habló de que es hincha de Nacional (aunque toda su familia aún llora la pérdida del título del rojo), de lo mucho que le gusta la historia de los barcos hundidos, sobre todo la del Titanic; de cómo se ganó una bicicleta en una emisora de la ciudad y del mundial de canicas que se inventó y que juega él solo en sus tardes de aburrimiento.

Pero en medio de esa conversación en la sala de su casa, se le escapó otro sueño de Navidad para él. Sentado en un sofá café claro, y con el ruido de los carros de fondo que bajan raudos por la loma de la calle en la que vive, Felipe nos dijo que quiere —y sueña— con ser presidente de Colombia.

Fue así como hace dos años, un 25 de diciembre, mientras todos los niños y niñas exhibían los carros y muñecas traídos por el Niño Dios el 24, Felipe se paseaba por la acera con su banda presidencial, saludando como saluda un presidente recién electo.

Daniel Felipe: esta es la historia de un “niño periodista” de Medellín que cumplió su sueño de conocer EL COLOMBIANO

Semanas antes le había dicho a su madre que él quería esa banda de regalo de traído, y Adriana no tuvo más remedio que bajar al centro de Medellín a comprar los retazos de amarillo, azul y rojo para coserle le banda. Como el escudo no lo halló bordado, consiguió uno pintado a mano.

Esa banda presidencial le gustó tanto, que su madre a veces lo ha encontrado al llegar del trabajo, en la sala, con un vaso de agua en la mesa, gesticulando y dando un discurso presidencial a Loqui, a las canicas, al elefante de peluche y a la gente que pasaba presurosa por la calle y que no podía verlo porque él se escondía tras el velo de la cortina.

***

El viaje al periódico resultó agobiante para Felipe. Al bajarse del carro en la sede de Envigado, expresó que pensó que “iríamos en metro”, porque en el carro se mareó, pero el mareo le pasó cuando vio las dos rotativas antiguas exhibidas a la entrada.

Después se vistió de periodista. Se puso un chaleco de prensa, pero lo que más le sorprendió fue el cubo del micrófono que se negó a soltar y con el que hizo todas las preguntas que se le vinieron a la cabeza. Por los pasillos saludó a todo el que se encontró. Se sentía orgulloso de portar un chaleco que dice prensa.

Saludó en el call center y abrazó a Daniela y a Diana, promesa nacida de aquella primera llamada. Se tomó fotos con todas. Luego se refundió en la sala de la rotativa. Recorrió cada espacio acompañado de Roberto, el jefe de producción, y le preguntó por cada paso de ese gigante de brazos largos que bramaba como su dragón, pero que no escupía ni papel ni tina. Allí grabó videos, le tomaron fotos y concedió entrevistas. Recogió un periódico para él.

De regreso a casa le dijo a su madre, que ese había sido uno de los días más maravillosos de su vida. Le contó a su abuela y a todo el que quisiera escucharlo de su aventura. Esa noche, en medio del reflejo de sus estrellas azules y rojas en el techo, y con Loqui a su lado mordiéndole la oreja, tuvo otro sueño de Navidad: soñó que era periodista.

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