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Talaron uno de los árboles más emblemáticos de Antioquia: al cabuyo que “refundó” a San Rafael le aplicaron la eutanasia

El árbol, lleno de historias y mitos, se había salvado hace dos décadas, pero esta vez fue imposible salvarlo.

  • Los habitantes de San Rafael piden que el lugar se mantenga como punto de encuentro. FOTO: CORTESÍA
    Los habitantes de San Rafael piden que el lugar se mantenga como punto de encuentro. FOTO: CORTESÍA
  • EL rumor era cierto, el árbol estaba coco. FOTO: CORTESÍA
    EL rumor era cierto, el árbol estaba coco. FOTO: CORTESÍA
06 de marzo de 2025
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En la mañana fresca del miércoles 5 de marzo, los dientes afilados de la motosierra penetraron al cabuyo centenario. No opuso mayor resistencia. Estaba cansado. Muchos en San Rafael prefirieron no mirar, hacer cualquier cosa a esa hora para no saber. Otros asistieron a su muerte con una tristeza silenciosa o admitiéndola con lágrimas.

Uno de los árboles más míticos de Antioquia finalmente dejó de existir. El cabuyo que daba sombra en la mitad del parque de San Rafael tenía desde hace un mes diagnóstico terminal. Mejor dicho, lo tenía desde hace años, pero los sanrafaelitas estuvieron siempre en negación, y la ejercieron. Hace 19 años Cornare emitió resolución para que el árbol fuera talado, según señaló entonces, por presentar un alto deterioro. Pero sus habitantes hicieron caso omiso, le dejaron claro al alcalde de la época o a cualquiera que pretendiera cumplir con esa orden perentoria que debía pasar por encima de la gente antes de hacerlo. Y entonces el árbol se salvó, vivió casi dos décadas más otorgando esa fiel sombra, sirviendo de casa a un solitario búho, a cientos de parejas de aves con sus crías. Pero de la muerte no se escapa.

El cabuyo ya estaba cuando San Rafael no existía. En los archivos del pueblo aparece su historia fundacional con algunas variaciones, pero siempre con el árbol en el centro de todo. El primer poblado de San Rafael fue una tierra habitada por mineros de Santa Rosa de Osos y San Carlos, que desesperados por encontrar nuevas tierras con oro en sus entrañas trasegaron hasta llegar a una cuchilla donde lo hallaron y sin más objetivo que abrir la tierra para extraerlo se asentaron y formaron un caserío desordenado que rápidamente quedó atrapado por los límites de esa colina irregular y agreste. Entonces emergió la figura del padre José de Jesús Correa Jaramillo. Él, al llegar a cumplir labores a la parroquia de ese caserío donde la primera bonanza de oro había acabado rápidamente, entendió que si esa gente tenía algún futuro de formar un pueblo verdadero y duradero tenía que salir de esa cuchilla y buscar mejores tierras. Y él mismo lo hizo, por 18 años, entre 1897 y 1905 se dedicó a eso. Buscando alrededor zonas planas y aptas que aseguraran que el pueblo tendría un futuro más allá del oro, finalmente las encontró, y él mismo en ese llano ideal se dedicó a trazar el pueblo anotando en su cuaderno diseños y tareas y ejecutándolas al día siguiente con sus propias manos al otro día acompañado por una cuadrilla de hombres. Ahí entran las variaciones de la historia.

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Unas versiones dicen que después de tumbar monte durante semanas se encontró con lo que a él le pareció el centro de ese territorio y allí halló un cabuyo joven pero singular e imponente. Decidió que a partir de este trazaría las calles del pueblo y ese punto sería el centro, allí estaría la iglesia. Otra versión que aparece en la monografía de Belisario Giraldo y Francy Esther Del Valle, asegura que un día descansando a la sombra del cabuyo al padre le cayó una rama de otro árbol que estaban descapotando, la rama que pudo matarlo de un golpe en la cabeza lo hirió hasta hacerlo sangrar, y eso lo tomaron el cura y sus acompañantes como la señal de que allí, en ese punto, el nuevo pueblo de San Rafael debía comenzar.

Como haya sido, el caso es que el cabuyo fue el único testigo que sobrevivió del traslado del pueblo, de su refundación, que se materializó en 1905.

Así como el municipio creció también crecieron las historias y mitos del árbol. Los sanrafaelitas comenzaron a decir que las raíces del cabuyo se regaban por todo el pueblo y llegaban hasta el río. Muchas de las historias de tradición oral del pueblo se contaron bajo su sombra. El árbol brilló en los buenos tiempos y siguió altivo en los difíciles. Pero con los años se fue haciendo pequeño, como los ancianos. Las ramas más largas fueron cortadas para evitar riesgos, eso le restó altura y frondosidad. Hace más de 20 años comenzó a correr el rumor de que el árbol estaba hueco. Pero lejos de espantar a los habitantes causó el efecto contrario, y en el pueblo comenzaron a decir que si era así significaba que tenía bondades milagrosas por seguir en pie. O que estaba coco, tal vez, porque nutría sin cesar la ribera del río para protegerlo. Versiones más prácticas y menos poéticas señalan que lo que faltó fue pedagogía y claridad, pues a pesar de la insistencia de las autoridades en que había que talarlo, nunca entregaron mayores detalles sobre el estado fitosanitario del árbol que respaldaran realmente la necesidad de tumbarlo.

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Pero esta vez fue diferente. Según Alonso Arango, secretario de Medio Ambiente del municipio, a finales del año pasado el municipio fue cobijado por una iniciativa de Cornare que buscó conocer la situación de cientos de árboles en los municipios de su jurisdicción, y en San Rafael fue seleccionado el cabuyo para ser objeto de análisis por parte de expertos de la Fundación Jardín Botánico. Tras estudios con tomógrafo y otras técnicas, se concluyó, ahora sí sin lugar a dudas, que el árbol estaba hueco por dentro y representaba un riesgo inminente para las personas. Las razones, sin embargo, sí tienen tanto de técnico como de poético. El árbol, qué quién sabe realmente desde hacía cuanto tiempo existía, acumulaba décadas de estrés fisiológico, un lento desgaste causado por la lluvia, el calor, los vientos, que moldearon con paciencia esas heridas y cicatrices. También por alimentar durante décadas a millones de bichos que se nutrieron de sus tejidos.

Según Arango, desde que recibieron el diagnóstico comenzó la tarea de pedagogía con la gente. En el pueblo se tomaron su tiempo para las despedidas, para que los habitantes asimilaran el hecho; rabiaran, entendieran, polemizaran, todo eso.

EL rumor era cierto, el árbol estaba coco. FOTO: CORTESÍA
EL rumor era cierto, el árbol estaba coco. FOTO: CORTESÍA

Estella Quintero, historiadora del municipio, señaló los sanrafaelitas tenían derecho a expresar su tristeza pues se trataba de un habitante más, el único testigo de la fundación del municipio. Por eso pidió que tras su tala sus partes fueran repartidas a todo quien quisiera tener un recuerdo, para adornar materas y jardines con sus ramas o madera. Que miles de partes del cabuyo sigan existiendo en las casas del pueblo como reliquias.

La veeduría socioambiental del municipio manifestó que además del árbol también se fue la estatua icónica de Simón Bolívar que estaba al lado, y que ahora la tristeza y la nostalgia debe dar paso a un estrecho seguimiento para que en ese lugar se garantice el derecho al espacio público y se resignifique el legado del cabuyo. “Nos corresponde estar atentos a lo que vendrá, a cómo se transformará este espacio y a cómo, como comunidad, seguimos defendiendo la vida, el territorio y la conexión con nuestra historia”.

Algunas propuestas que han elevado a la administración municipal es la construcción de una fuente que rinda homenaje al apelativo de pueblo de “Embrujo y Aguas Cristalinas”. Otros piden que se acondicione allí un buen espacio para que los campesinos que llegan desde las veredas tengan un lugar digno donde vender sus productos, un homenaje a la riqueza de la tierra que representó el cabuyo durante más de un siglo.

Al cabuyo lo despidieron con recuerdos y cientos de fotos compartidas. El sanrafaelita Roberto Rojas le recitó estas palabras:

“Todavía el cabuyo no se ha muerto, vivo y radiante se ve reverdecer. Su follaje se mezcla con el viento y su tronco jamás se ve vencer

Es testigo de hombres y de historias

Creció al paso que crece este poblado. Lleva escrito en su alma las memorias convirtiéndose en emblema y en legado.

Hoy nos duele saber que este gigante, aquel árbol que tanta sombra ha dado, tal vez desaparezca en un instante porque una enfermedad le han encontrado

Un diagnóstico cruel y severo hizo gente que vino de otra estancia, y puedo asegurar, sin ser grosero, que quieren aplicarle la eutanasia

Ya la pena de muerte han decretado

Ya está lista la sierra y el cordel contra un ser que está vivo y bien parado, que muestra lozanía y altivez

Y en el momento en que el cabuyo muera las orquídeas también se morirán, los helechos, los musgos, las bromelias y las aves de allí también se irán

Tan solo quedará de ese gigante un recuerdo bonito en mi memoria que un día contaré a mi nieta infante, y así quede plasmado en nuestra historia”.

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