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Sin consenso. A menos de 15 días de concluir el piloto de cerramiento en la Plaza Botero, hay encontrones de parte y parte: los venteros que operan al interior del cerco instalado están felices. Quienes se quedaron por fuera, sumados a otros actores del Centro, alegan que los males de siempre permanecen.
Para los primeros, la baja del flujo de personas en los 317 metros cuadrados cercados ha permitido que mengüen los hurtos y que lleguen más turistas. Para los segundos, sin embargo, la medida ha implicado que las ventas vayan en picada. “¡Parecen dos mundos distintos!”, dicen quienes frecuentan la icónica plazuela.
Pese a este desacuerdo ciudadano, el balance de la administración es positivo. En el último mes, los hurtos han caído 76% en el sector cercado, según la Secretaría de Seguridad de Medellín. Las 23 esculturas de Botero, que hoy son objeto de un plan de restauración por $500 millones debido al vandalismo, también se han visto resguardadas.
Lo que no ha ido a mejor es la indigencia, el descuido de algunas zonas verdes, los huecos y la percepción de inseguridad. El diagnóstico ciudadano es certero y se veía venir, según expertos consultados por EL COLOMBIANO en julio pasado, cuando comenzó a operar el cerramiento de 202 metros lineales: “Los problemas de la plaza podrán bajar, pero los del resto de la zona crecerán”.
Sí al cierre
Desde hace 13 años, Yury “charolea”, de arriba para abajo, por toda la plazuela de Botero. En sus manos, cual equilibrista, sostiene una bandeja cargada de réplicas en miniatura de las obras de Fernando Botero, mientras cierra compras con turistas y les recibe el dinero.
Ella, en medio de ese ajetreo, cuenta que está feliz con el piloto de cierre. “¡Esto quedó una elegancia con la puesta de esas vallas!”. ¿Por qué? “Pues porque ya no se ven los tumultos que se veían antes. Ese desorden era bendito para el cosquilleo: nadie se salvaba de los robos”.
Similar piensa José Venegas, quien anida por toda la plaza con un tablero atestado de gafas de sol. El hombre, oriundo del Quindío, llegó a Medellín en 2002, huyendo de los terremotos que azotaron a su tierra natal en esa época. Desde entonces, ha pasado más tiempo en la Plaza Botero que en su casa, por lo que afirma que la conoce más que nadie.
Como Yury, celebra el cerramiento, pues los turistas ahora se ven más seguros. “Antes no alcanzaba uno a darles el saludo, cuando ya se estaban tocando los bolsillos para saber si todo estaba en orden”. Aunque esa escena ya es menos común, la tarea no se ha aprobado por completo, a juicio de José.
Para él se mantienen la indigencia y la prostitución. También se ven pocos uniformados de la Policía en los ingresos a la Plaza, cuestión que permitiría un mejor control del lugar. Y las zonas verdes descuidadas y los huecos trampa no son temas menores. “El cerramiento ha sido bueno, pero toca atender lo demás”.
Esta recomendación es bien recibida por Mónica Pabón, gerente del Centro, para quien hay avances y retos. Entre lo bueno, la funcionaria destaca la recuperación de las fuentes de la plaza, sumadas a la del edificio Nutibara, donde por culpa de la criminalidad no valía arreglo.
Lo malo, dice ella, se veía venir y hace parte del proceso de recuperación de espacio público en el lugar. “Éramos conscientes que parte de las problemáticas que tenía la plaza se iban a trasladar a la periferia”. Muchas de las ventas informales y habitantes de calle terminaron en el corredor de la avenida de Greiff.
¿Pañitos de agua tibia?
Las afectaciones por la instalación del cerco las describe bien Carolina Machado, una migrante venezolana que llegó a la ciudad hace un año. Cerca al Hotel Nutibara, no lejos de las rejas que acordonan la plaza, la mujer reinstaló su carro de “mekato, cigarrillo y gaseosas”.
Desde allí cuenta que ella y sus compatriotas se han visto muy afectados. No solo por las mermas en las ventas, sino por las razones de la medida. “Alegan que nosotros éramos los responsables de los robos que se venían presentando en el parque”. Eso, insiste Carolina, no era así. “Nosotros tratamos de prestar un servicio, sin hacerle mal a nadie: una llamada, un tinto, una gaseosa”.
Pese a las bajas en su negocio, la mujer reconoce que sí hay mejoras en la seguridad. “La cuestión es que apenas termina el día vuelve a reinar el temor”. La lectura que hace esta venezolana difiere en poco de la de Elkin Durango, quien trabaja en una droguería del centro Comercial Veracruz, cerca a la parroquia de la zona.
Este relata que, aunque en el sector valoran la intención de la Alcaldía, los cierres han sido “pañitos de agua tibia”. El corredor de Carabobo, por ejemplo, poco ha cambiado. En el ingreso a la plaza por el lado de la iglesia de La Veracruz, “los del cosquilleo” aprovechan para hacer su fechorías.
Estos, dice Elkin, tienen estudiados los tiempos de ronda de los uniformados de la Policía. “Como no están todo el tiempo, aprovechan para hurtar lo que no pueden al interior de la plaza”. Y los fines de semana de quincena, ni se diga. No hay valla que valga para los dueños de lo ajeno, según el comerciante.
Las trabajadoras sexuales también han sentido los efectos de la medida. Ahora los clientes se muestran reacios a ingresar a la plaza, pues creen que los van a requisar o que hasta deben presentar el carnet de vacunación, describe Valery Parra, quien ejerce la prostitución.
Dependiendo de la vestimenta, algunos uniformados solicitan que estas se retiren del lugar, agrega la mujer, quién es certera al afirmar que las trabajadoras sexuales no hacen parte de la estrategia de “embellecimiento” del Centro que hoy lidera la Alcaldía.
Esta radiografía es bien conocida por la Gerencia del Centro, según Pabón. Y aunque no hay consenso ciudadano respecto al cierre en la Plaza Botero, el reporte que entrega la funcionaria es que buena parte de la ciudadanía ha pedido que se mantenga.
Algunos comerciantes, por ejemplo, temen que la temporada navideña dispare la informalidad y la inseguridad en la plaza y que esta vuelva ser tierra de nadie. Por eso, el próximo 31 de octubre, se definirá si se extiende o no el cerramiento.
Esa decisión, para Yury y José, sería la más oportuna. Por ellos, dicen, que el cierre fuera indefinido. Tan seguros no están Carolina y Elkin, quienes consideran que los males que aquejan hoy a la Plaza Botero siguen siendo los mismos de siempre.