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Los tangos de Carlos Gardel se hicieron humo en medio de la colisión de dos avionetas. Villatina quedó atrapada bajo la tierra que sostiene a los mortales. Pero esos sucesos acaecieron en tiempos remotos, cuando no se concebía que una mujer pudiera hacer parte de una cuadrilla de bomberos.
En cambio, la tragedia del barrio El Socorro, el desplome del edificio Space y el fuego que devoró un caserío de Moravia no escaparon a los ojos de Diana María López, quien desde 2009 se bate hombro a hombro con sus compañeros para controlar las llamas y salvar las vidas.
“El 29 de agosto de 2009 fui la primera mujer línea de fuego (los uniformados que enfrentan las emergencias y desastres en terreno) en pisar una estación de bomberos en Medellín”.
Ella, entonces de 30 años, oriunda de San Vicente, Antioquia, hizo realidad una pasión que se agitaba con brío desde pequeña y que, hasta ese momento, no había sido posible para una mujer.
Una pasión atemporal
La vocación de Diana, y la de 213 uniformados más -entre los que, con ella, se cuentan 10 mujeres-, no caduca ante el paso del tiempo. En lo que va de 2021, el Cuerpo ha tenido que afrontar un escalamiento de incendios forestales por la temporada seca. Según indica el Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo de Desastres, en lo corrido de este año se han registrado 21 emergencias forestales.
Al respecto, el capitán Luis Hernández, nuevo comandante del Cuerpo Oficial de Bomberos de Medellín, expone que por la deshidratación que presentan las laderas, los árboles y pastos bajos, dichos sectores se vuelven vulnerables a incendios de cobertura vegetal por esta época, sumado a las malas prácticas, como fogatas, quemas de aprovechamiento agrícola y falta de cuidado en la habitación de las zonas periurbanas, agrega Hernández.
Pero, ¿cómo es la vida de una mujer bombero previo a batirse frente a las llamas, el agua o la tierra que amenazan con destruirlo todo? Diana siempre soñó con ser enfermera, pero no tuvo la posibilidad económica de estudiar en la ciudad: “La única oportunidad que tuve fue acceder a la Defensa Civil en Medellín”, relata, de espaldas a un camión de bomberos.
Trabajaba como socorrista en ese organismo de socorro y allí el destino agitó las cartas para que la vida no se desviara de su cauce: “Entonces, salió la oportunidad de trabajar en el 123. Empecé allí como radio operadora, y hacía los despachos de los equipos para todas las emergencias. Veía las operaciones por las cámaras”, rememora Diana, con alegría.
Como cualquier otro integrante de la tropa, sale hacia su trabajo desde temprano y debe cumplir con los turnos de 24 horas continuas. Parte desde Sabaneta y lleva a su hija al trabajo, quien considera que su madre está “loca” por ejercer este oficio. Diana confiesa -con ánimo de explicación- que ella no heredó su “fortaleza”.
Al llegar a la estación de Guayabal, que es la central entre las ocho que hay en la ciudad (ver Paréntesis), abre su locker y prepara el equipo contraincendios. Deja todo listo y se adentra en su habitación a ponerse el uniforme, previo a las 8:00 a.m.
Desde esa hora, un lugar repleto de casilleros rojos, mangueras, uniformes, cilindros de aire, escaleras y que alberga hasta un carro gigantesco se convierte en su segunda casa. Y los 12 compañeros que habitan el alojamiento, en su otra familia, según relata.
Como sus pares, Diana debe asumir el paso a paso de la formación y las posteriores emergencias, cuando estas, a través de la línea del 123, ponen en alerta las estaciones y activan los procedimientos. Según Hassan Cardona, cabo del Cuerpo Oficial de Bomberos de la estación Campo Valdés, los futuros uniformados deben medir su estado físico previo a enrolarse en la línea de fuego.
La vida de un bombero, detalla, no puede desprenderse del equipo con el cual busca contrarrestar los riesgos. Esos que, ante la emergencia, describen toda una “metamorfosis”: cascos para proteger la cabeza y protectores faciales; guantes, chaquetones de tres capas, pantalones estructurales y botas que previenen afectaciones por químicos, altas temperaturas y material cortopunzante; y aire comprimido, que permite mantener “un pulmón extra” y poder permanecer en atmósferas enrarecidas, por debajo de los niveles normales de oxígeno.
Ser una mujer bombero
Los implementos anteriores pueden sumar hasta 25 kilos, según Cardona, fuera de los demás equipos y, cuando es el caso, sumar el peso de las víctimas que deben auxiliarse en medio de una emergencia de rescate. Con este contexto, Diana explora su camino por la institución, reflexiona sobre la fuerza que es necesaria para suplir los escenarios anteriores y expone cómo ha sido ser mujer en un mundo habitado, en principio, por hombres.
“El concepto de que los bomberos son solo fuerza bruta es errado”, introduce. “Las mujeres contamos con una capacidad de observar y analizar que muchas veces los hombres no tienen. Nosotras, además de apoyar el trabajo pesado, ponemos la mirada sobre los riesgos, ventajas y posibilidades de una misión”, describe.
Al principio, “se dudaba de nuestras capacidades, pensaban (los hombres de su compañía) que los íbamos a dejar tirados en una emergencia. Y, en principio, pudo ser normal, porque no puede ser que una se asuste o colapse en pleno incendio”, sostiene.
Tras exponer el escenario anterior, Diana se vuelve sobre la imagen que construyen sus palabras: “No es aceptable que se considere que una mujer no es capaz. Somos capaces. Muestra de ello son las 10 mujeres que ya estamos acá”, sentencia.
Las misiones de la vocación
La labor de los bomberos no se relaciona, únicamente, con apagar incendios, como los que se han presentado en lo que va de este año. El capitán Hernández expone que el Cuerpo atiende emergencias que comprenden accidentes de tránsito, incendios forestales y estructurales, incidentes con materiales peligrosos y rescates.
Precisamente, una de las imágenes que no se borra, todavía, de la memoria de Diana, es la de un rescate, un 24 de diciembre. En esa fecha especial, de un año que no recuerda, la compañía del turno saliente les indicó que un niño de dos años se había perdido en los alrededores de la quebrada Santa Elena.
Salieron hacia el lugar. Allí, se puso las botas de inundación y asumió los equipos de cuerda. No sabía qué se iba a encontrar. Era su primer rescate... La jornada se congeló en una imagen: el rostro de la madre del niño perdido se transfiguró cuando la vio salir de las aguas, con la criatura en brazos, ya sin vida.
A esta altura habla del corazón, que frena, a veces, para algunas cosas: “No podemos ser tan débiles como cualquier otro humano. Usted no puede decaerse sobre un lesionado o deprimirse ante una emergencia. En esos momentos toca ser fuerte. La cotidianidad, paso a paso, nos madura”, afirma, como si fuera un mantra de supervivencia.
Esa fortaleza es alimentada, seguramente, por las recompensas de su oficio: “salir de un incendio o una misión de rescate y ser recibidos con aplausos por parte de las comunidades que están expectantes ante el riesgo”, confía.
López, en representación de una cantidad de rostros jóvenes y otros longevos, que, probablemente, sacrifican parte de sus vidas y sus primeras familias, invita a la ciudadanía a trabajar unida y ser comprensiva ante el oficio que desempeñan. Aunque el temor y la incertidumbre suspendan el corazón, los bomberos como Diana saben hacer su trabajo y, pese a que la vida que se evapora no suele dar espera, los protocolos y los momentos claves aprendidos en el entrenamiento son importantes.
Con 41 años, Diana dice que, aunque esta es su vocación, “si uno es bombero de corazón debe entender que, pese a no querer irse, hay etapas. Y cuando uno sienta que físicamente no es capaz, es mejor dar un paso al costado”, para que otros rostros, manos y ojos velen por la vida que ella, entre las mujeres, custodió desde los bomberos de Medellín por vez primera