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Hace un año, el 13 de enero, la muerte de don Francisco Luis Mejía conmovió al municipio de La Estrella, pues se trataba de un abuelo de 94 años, amante de la naturaleza y amigo de la mayoría de habitantes de esta localidad, a muchos de los cuales les construyó sus casas. En el pueblo lo querían, sin ninguna duda.
Pero su legado no se diluyó en la partida sino que quedó plantado en un árbol que ahora florece en el Camino de la vida, una ruta sembrada de guayacanes con la que allí se les rinde homenaje a las víctimas de covid-19, que fue la causa de su deceso. Él, en ese momento, fue una de las más de 35 personas que en La Estrella habían perdido su batalla contra el virus mientras el mundo luchaba incansable por crear una vacuna. Francisco falleció esperándola.
“Mi abuelo era el ser más especial del mundo, fue como un padre para mí y mi hermana, nos crió como si fuéramos sus hijas y sabiendo su edad, todos los días hablaba de la necesidad de que se inventara la vacuna, tenía muchas ganas de ponérsela y de vivir”, relata Mónica Colorado, su nieta.
Don Francisco, obrero de la construcción y jubilado de la UPB, no era un número para las estadísticas del virus sino un humano con historia propia y seres que lo amaron. Y este fue el pensamiento que inspiró al alcalde Juan Sebastián Abad Betancur, a materializar la idea de rendirles homenaje a las personas que en su municipio mueren a causa del covid-19.
“La idea del Camino de la vida es que cada árbol sea adoptado por la familia de una víctima de covid, lo pusimos así porque sembrar árboles es sembrar vida y es una manera de resignificar la muerte”, explica el alcalde. La vía elegida fue la calle 77 sur, desde el ingreso por la glorieta de la autopista a lo largo de un kilómetro hacia el centro del municipio, una ruta arborizada, un corredor que emana vida.
Árboles con nombre propio
Esta semana el Camino de la vida, que algunos llaman de la esperanza, cumplió un año. Ese día se plantaron 37 árboles en honor a las 37 personas que han muerto por covid. Familiares de todos los muertos llegaron a la cita.
“Desde la alcaldía abrimos los huecos y les entregamos los árboles para que fueran las familias las que los plantaran”, dice el mandatario.
Para Mónica, la nieta de don Francisco Luis, la siembra del árbol ha sido un alivio para su dolor, pues su abuelo murió en el hospital sin que hubiera sido posible una despedida. “Esta ha sido una forma bonita de elaborar el duelo. Cada que paso en el carro me echo la bendición. Mi abuelo tuvo ocho hijos, diez nietos y cuatro bisnietos. Unas tías casi a diario vienen, riegan el árbol y están pendientes de que no se caiga la plaquita con el nombre de él”.
La plaquita es una escarapela en cartulina blanca plastificada que cuelga de las ramas de cada árbol. Trae el nombre de la persona y la fecha de su muerte. Y una frase que dice “Este árbol como símbolo de la esperanza evoca la memoria de aquellos que hoy ya no están pero vivirán para siempre”. No menciona el virus.
A largo plazo, en La Estrella esperan que los guayacanes, elegidos de las especies amarilla y rosada, formen un cinturón de colores a la entrada. El alcalde señala que cuando tuvo la idea pensó a futuro. “En siete o diez años, cuando los árboles estén grandes y florezcan, el ingreso a La Estrella tendrá el estilo de las ciudades europeas, con arcos de árboles a la entrada”, dice pensando en las próximas generaciones.
A medida que crezcan, las placas o escarapelas serían reemplazadas por otras de mayor tamaño e incluso de diferente material. También se irán plantando más si hay nuevas víctimas. Por ahora hay 75 guayacanes representando el número de fallecidos hasta ayer había en el municipio. Nombres como los de Martha Ruth Berrío Álvarez, John Jairo Vergara Henao y José Roberto Piedrahíta Restrepo están en esta galería de la memoria. El alcalde, sin embargo, tiene una gran esperanza: “que no haya que plantar más árboles, que no haya más muertos”