En la finca La Valentina, bajo el insolente sol de la Sabana de Bogotá, ocurre el mejor espectáculo del mundo: una persona haciendo bien su oficio. María se pierde entre los rosales con un carrito que conduce con soltura y se mueve silencioso sobre la tierra. Perdida entre rosas observa, toca, elige y corta, recuesta en el carrito las elegidas y vuelve a aparecer con un manojo de 30 rosas a cuál más roja, más viva. Todo ocurre en 40 segundos.
Las flores que se dejan tocar, cortar y juntar por los ágiles y callosos dedos de María fueron pensadas hace un año y si todo sale bien saldrán de esa finca en Facatativá donde cuadrillas de mujeres las colectan todo el día y en menos de 72 horas estarán en las enormes estanterías de Walmart, en puestos callejeros a 25 dólares el ramito sencillo y en lujosas boutiques de Miami, Nueva York y Los Ángeles conformando arreglos que superan fácilmente los 150 dólares renovando así un año más el portentoso negocio del amor en Estados Unidos.
Colombia logró entregar 900 millones de tallos de flores en Estados Unidos para hacer posible San Valentín en un frenesí logístico de tres semanas aderezado este año con la incertidumbre que desataron los presidentes Gustavo Petro y Donald Trump mientras jugaban a la guerra arancelaria y discursiva. Con el 80 por ciento de las flores de la temporada todavía en Colombia esperando vuelo a Estados Unidos, no hubo nadie en el sector floricultor ni en el comercio gringo que permaneciera impasible mientras la crisis diplomática entre ambos países tomaba forma con el paso de las horas y las salidas en falso de parte y parte ese domingo 26 de enero.
Nadie en el sector quiere pensar en el escenario que pudo haber ocurrido: importadores cancelando pedidos masivamente, miles de toneladas de mercancía varadas en bodegas comenzando el inevitable marchitamiento sin ver la luz. Hoy, en cambio, celebran y respiran aliviados por el cierre de una temporada que nuevamente fue posible con descomunal esfuerzo, en su mayoría invisible, que involucra a más de 200.000 personas (sin contar el personal logístico de carga aérea), y cerca de 10.500 hectáreas repartidas entre Cundinamarca y Antioquia, principalmente, de donde salen las flores que engalanarán el 80 por ciento de los ramos que se repartan los enamorados gringos este 14 de febrero.
El frío y el tiempo son los que mandan
Las flores que se separan de su planta madre en La Valentina para emprender su viaje a Estados Unidos comenzaron ciclo 75 días atrás. En ese tiempo, según cuenta René, el gerente de la finca, vencieron en una guerra microscópica donde parásitos, hongos y plagas de todo tipo intentan evitar que la flor alcance su madurez, su belleza. Pero definitivamente son otros tiempos, mejores, dice René, quien lleva un cuarto de siglo en el negocio. Hoy es posible hasta programar el riego de agua en los inabarcables invernaderos pulsando una tecla en el celular. También quedaron atrás las épocas en de temporada de San Valentín con jornadas de trabajo de 24 horas durante tres semanas, una larga y brutal vigilia con las condiciones más adversas en medio de un caos logístico para lograr los primeros embarques masivos de flores a Estados Unidos. Hoy es un sector altamente formalizado, según Carolina Pantoja Rojas, directora de economía logística de Asocolflores. Señala que aportan el 28 por ciento del empleo formal de todo el agro en Colombia. Daniela España, directora de Sostenibilidad de dicha agremiación, apunta que Colombia no solo exporta flores sino sellos de sostenibilidad. El sello colombiano Flor Verde lo utilizan en Centroamérica, Europa y Asia al ser uno de los más exigentes con 400 requisitos de cumplimiento que incluyen la prohibición de 110 plaguicidas, más estrictos incluso que los del ICA.
En la bouquetera (zona de manufactura) de Elite Flowers, una de las más grandes del mundo para procesamiento de flores, suena un vallenato gangoso mientras unas 1.200 manos se mueven a un ritmo casi hipnótico: sacan, unen, separan, seleccionan, hidratan, arman, desarman, empacan. Las fincas floricultoras se convierten en una especie de Babel. Para la temporada alta llegan cientos de personas desde la Costa Atlántica y otras partes de Colombia, también población migrante venezolana. La cosecha y poscosecha para cubrir un mercado como el estadounidense solo es posible gracias a esas dinámicas de movilidad interna que han convertido a las regiones de Colombia en un crisol de costumbres y culturas. En ninguna otra etapa del proceso las flores cobran tanta vida. Nunca más en su corto ciclo hacia el marchitamiento volverán a ser tocadas así, jamás volverán a ser tan consentidas. De allí saldrán en cajas en camiones que hacen largas filas para ingresar a la zona de carga de El Dorado. 10.700 camiones llevan desde la sabana hasta El Dorado las rosas, claveles, lirios y astromelias y otras 1.600 variedades de flores. También desde las fincas del Oriente antioqueño llegan 1.400 camiones al José María Córdova, principalmente con hortensias y crisantemos.
El tiempo y el frío lo son todo. A la entrada de la bodega de Latam Cargo, a 10 grados de temperatura en la madrugada bogotana, una larga fila de operarios se frotan las manos y esperan superar los controles de seguridad para ingresar a descargar las cajas de los camiones agolpados desde más temprano, organizar, paletizar y cargar los aviones. Son 80 personas repartidas en tres turnos moviéndose meticulosamente en un área donde los descuidos implican riesgos: muchas máquinas moviéndose rápido, volúmenes monumentales de mercancía. Y siempre están a 4 grados para conservar la cadena de frío de las flores. Las manos duelen, pero no tanto como dolerán al otro lado del charco. Es una operación impecable, una danza industrial. Desde que las flores llegan hasta que alzan vuelo pasan apenas doce horas. Dice Claudio Torres, director comercial de Suramérica de Latam, que esta operación es la fiel muestra de la capacidad técnica que ha logrado consolidar Colombia y, en general, la evidencia de una buena estabilidad en la región para la cadena logística que proyectan que se mantenga este año.
Un brazo de Terminator armando flores
Entre mediados de enero y la primera semana de febrero, llegaron a Miami en promedio 38 vuelos cada uno con cerca de 50 toneladas de flores. Solo Latam Cargo, la aerolínea que más flores colombianas moviliza en el mundo, transportó en un lapso de 21 días 25.000 toneladas de flores en 420 vuelos, 12.064 toneladas desde Colombia (el resto desde Ecuador) y 200 vuelos desde Bogotá y Medellín hacia Miami.
El 90 por ciento de las flores que terminan en las estanterías de supermercados, gasolineras, tiendas y calles de los 50 estados ingresan por la capital de la Florida. Pero antes de que las tractomulas salgan para todos los rincones del país haciendo decenas de paradas como lecheros, en los centros de acopio y producción en la zona industrial aledaña al aeropuerto se puede evidenciar en toda su dimensión la monumental operación.
La bodega de Elite en Miami funciona a 2 grados centígrados. Ya no solo duelen las manos. Los lóbulos de las orejas pesan como si fueran de cemento, el cerebro parece que pesa y no cabe en la cabeza. Cuestión de costumbre, dice la ingeniera colombiana Claudia Johana Herrera Torres, directora de datos de la empresa. En esa bodega no hay espacio para el romanticismo pero sí para la eficacia del más alto nivel. Explica Claudia que tradicionalmente una persona produce allí 20 ramos por hora que salen armados para los clientes mayoristas y minoristas, pero ahora además tienen un brazo que parece sacado de Terminator capaz de producir 2.400 ramos por hora. Un millón de bases (el arreglito más básico) salen de allí. Como si fuera poco, este año estrenaron a tope una nueva tecnología, una máquina monstruosa que ocupa toda una sección guarda, selecciona y arma hasta 16.000 órdenes al día dándole solo una orden sencilla. Es el futuro del negocio del amor.
Es el penúltimo eslabón, el penúltimo esfuerzo antes de poder respirar aliviados. Claudia dice que cada temporada que decanta en San Valentín la comparan con la película El Marciano (Misión Marte) de Matt Damon. Cada día consiste en solucionar un problema a la vez. Desde que consiguen los esquejes y las semillas y las tierras para cultivar un año atrás, hasta que la producción toma forma, y luego viene la operación de carga y después se atiborran con miles de cajas a las que posteriormente tienen que encontrar la forma de repartir a todo Estados Unidos.
La rosa, la reina de San Valentín, muere aproximadamente en siete días. Por eso los compradores esperan hasta el 13 y 14 para colmar las largas filas en busca del ansiado bouquet oloroso y fresco. En Miami Beach hay una floristería, South Florals, en pleno corazón de un barrio judío repleto de consultorios médicos y casas de tres plantas. Las flores de la Sabana bogotana y el Oriente antioqueño terminan en lugares como este. Es una boutique de lujo donde venden orquídeas a 200 dólares y ramos gigantes que parecen afros con rosas rojas, rosas y blancas a 400 dólares. Los arreglos los hacen manos colombianas y las ventas las hace Gaby, una jovencita gringa hija de latinos que le pone tanto fervor a su oficio que sería capaz de convencer a cualquiera que entre por esa puerta de que se lleva la flor más exótica y única del planeta.
Si tuvieran tiempo, Gaby estaría dispuesta a contarles historias de las flores; de su origen, de su naturaleza. Pero la mayoría de los compradores solo necesitan sentir que van a la fija, que cumplirán con el ritual que les exige la fecha. Entonces las flores llegarán a una casa y durante la siguiente semana morirá bellamente. Pero es tal vez lo menos interesante de todo esto. La magia ya ha ocurrido mucho antes.