Esta semana en Bogotá una niña no pudo entrar a clase porque no llevaba los zapatos que el colegio exige, contó ella en un video en redes, aunque la institución negó lo sucedido. El debate se avivó: ¿es bueno o malo usar uniformes?, ¿discrimina si se usa o no? Las conclusiones, como los tenis de la niña, no son ni negras ni blancas, son grises.
¿Identidad o unificación?
Los uniformes no son cosa de ahora, al igual que el debate sobre su uso. Ha sido un símbolo de distinción, de identidad en los colegios del mundo: basta con ver archivos históricos. En Medellín se tiene registro desde los primeros años del siglo XX y, como se lee en el libro Historia de Medellín II, editado por Jorge Orlando Melo para Suramericana, se ha caracterizado por la elegancia, vestidos, trajes y corbatas, batas largas hasta la parte inferior de la rodilla, mangas y medias blancas y zapatos negros, impecables.
Su uso se ha defendido bajo la premisa de identidad, de la idea de pertenecer a una institución (no solo a las académicas), de “establecer uniformidad de la población mediante la lógica del relacionamiento humano más tradicional. Es un límite, una regulación”, explica Juan Fernando Herrera, psicólogo y psicoanalista.
Para Hernán Darío Gil, docente del Centro de Humanidades de la UPB, lo primero que debería hacer la sociedad cuando se enfrenta al debate sobre el uso de uniformes debe ser analizar el significado de identidad. “¿Nos uniformamos para volvernos identitarios? Cuando nos unimos con el otro en comunidad somos señalados como pertenecientes, y eso es la identidad, pero se debe uno preguntar si ese uniforme sí está creando unidad o si es solo una obligación”.
Porque, continúa él, hay que cuestionar si el manual de convivencia enseña a ser iguales o a respetar la diversidad. El problema está en creer que la identidad va en contra de lo diverso: “Nos han enseñado que lo identitario es lo que es igual a mí y que solo somos amigos de los iguales, pero no aceptamos si somos diferentes”.
Desarrollar la personalidad
Quienes están en contra del uniforme lo ven como una barrera ante el libre desarrollo de la personalidad, que limita la creatividad y no permite expresarse. El psicólogo infantil y juvenil Samuel Taborda Ríos considera que es un mito, que no hay limitación sobre todo con las nuevas medidas flexibles de algunos colegios, que permiten actividades como el Jean Day.
Herrera concuerda. Ha sido, dice, una medida de regulación que no se podría calificar como negativa o positiva, aunque sí es verdad que hay una transformación cultural que cuestiona su uso (ver, para un ejemplo, las mujeres y otros géneros).
Es común ver uniformes en instituciones como las fuerzas militares, los bomberos, algunas empresas, porque permite identificar a qué está adherido o ligado el sujeto. Es una insignia. Lo que sí exalta es que se debe poner atención al nivel de la rigurosidad, a los extremos, “cuando los tenis deben ser negros pero tú solo tienes azul oscuro, y no te dejan”.
La clave es, según Gil, que el uniforme sea un acuerdo y no una imposición. Permite desarrollar la personalidad de forma libre cuando es una acción que sale desde la convicción, no desde la obligación, como ocurrió en el colegio Loyola (ver ayuda), o como ocurre con una camisa de su equipo de fútbol favorito.
¿Enseña algo?
Aquellos que apoyan el uso del uniforme lo ven como un método de enseñanza, de formar al niño y joven en disciplina, limpieza, seguimiento de normas y planificación. Esto tampoco debe tomarse a la ligera, añade Gil. “Aquí aplicaría esa pregunta de ‘se hizo la ley para el hombre o el hombre para la ley’, porque si la norma no se creó en concordancia con la gente, esa gente buscará una salida para no cumplirla”.
El ideal sería escuchar al otro, indagar, preguntarle qué quiere ponerse, porque siempre hay casos que se salen de la regla. Hay personas con autismo que, por ejemplo, no les gusta verse igual frente a los demás, por lo que suele permitírseles portar una camisa blanca sin logotipos o escudos para diferenciarse.
Contra la discriminación
La discriminación va más allá del uniforme y puede pasar tanto si se usa o no. Hay niños que heredan de un vecino o un familiar sus zapatos o la camisa del colegio, están los que no podrán llevar las medias lo suficientemente blancas o que no tienen camisas suficientes para lavarlas con cada uso.
Ahí, en esos casos, el uniforme es excusa para que los discriminen, los señalen o los excluyan o, explica Taborda, para que ellos mismos se aislen al saberse diferentes.
También puede ser una presión para aquellos en colegios sin uniformes: usar todos los días los mismos zapatos, no tener suficientes pantalones o jeans o camisas, desgastar la ropa que, de otra manera, usaría en ocasiones diferentes o para salidas especiales, discriminación por clases, por situación económica, porque unos tenis son de marca y los del otro no. “Frente al problema económico, no debe pesar más la ley, la norma, que considerar la dificultad que pertenece a mi comunidad educativa”, puntualiza Gil.
Al final del día, el debate seguirá existiendo y los colegios tienen derecho a tener normas, porque la Ley así lo permite: cada uno lo maneja a su discreción, siempre y cuando no se impida, niegue o dificulte el cumplimiento de los derechos básicos, humanos, como lo son el libre desarrollo de la personalidad y la educación. Deberían, además, brindar espacios seguros que no discriminen ni limiten, concluyen los expertos.