Lyminge, un monasterio de Kent, estuvo en primera línea de la larga hostilidad vikinga que acabó con las victorias de Alfredo el Grande. El monasterio soportó repetidos ataques, pero resistió al colapso durante casi un siglo, gracias a las eficaces estrategias defensivas puestas en marcha por los gobernantes eclesiásticos y seculares de Kent, afirman los arqueólogos de la Universidad de Reading.
“La imagen de despiadados incursores vikingos masacrando a monjes y monjas indefensos se basa en los registros escritos, pero un nuevo examen de las pruebas demuestra que los monasterios tenían más resistencia de la que cabría esperar”, afirmó la arqueóloga Gabor Thomas, que lideró el trabajo.
A pesar de estar situada en una región de Kent que sufrió de lleno las incursiones vikingas a finales del siglo VIII y principios del IX, las pruebas sugieren que la comunidad monástica de Lyminge no sólo sobrevivió a estos ataques, sino que se recuperó de forma más completa de lo que los historiadores pensaban, concluye el doctora Thomas en la investigación, publicada en la revista Archaeologia.
Durante las excavaciones arqueológicas realizadas entre 2007, 2015 y 2019, los arqueólogos descubrieron los principales elementos del monasterio, incluida la capilla de piedra situada en su corazón, rodeada por una amplia franja de edificios de madera y otras estructuras donde los hermanos monásticos y sus dependientes desarrollaban su vida cotidiana. La datación por radiocarbono de huesos de animales descuartizados arrojados como basura indica que esta ocupación persistió durante casi dos siglos tras la fundación del monasterio en la segunda mitad del siglo VII.
Los registros históricos conservados en la cercana Catedral de Canterbury muestran que, tras una incursión en el año 804 de la era cristiana, la comunidad monástica de Lyminge obtuvo asilo en la relativa seguridad del refugio amurallado de Canterbury, antigua ciudad romana y capital administrativa y eclesiástica del Kent anglosajón.