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Reparar el cerebro, no extirparlo: la nueva esperanza para pacientes con epilepsia resistente

Así lo plantea un nuevo enfoque de Mayo Clinic, liderado por el neurocirujano Jonathon Parker, que busca restaurar el equilibrio eléctrico del cerebro sin recurrir a cirugías invasivas, mediante terapias que ofrecen esperanza a quienes no responden a los medicamentos.

  • La epilepsia afecta a cerca de 50 millones de personas en el mundo y, en un tercio de los casos, los medicamentos no logran controlar las convulsiones. FOTO Depositphoto
    La epilepsia afecta a cerca de 50 millones de personas en el mundo y, en un tercio de los casos, los medicamentos no logran controlar las convulsiones. FOTO Depositphoto
  • El Dr. Jonathon Parker, neurocirujano de Mayo Clinic, lidera investigaciones que buscan reequilibrar el cerebro mediante estimulación, terapias celulares y técnicas génicas. FOTO cortesía Mayo Clinic
    El Dr. Jonathon Parker, neurocirujano de Mayo Clinic, lidera investigaciones que buscan reequilibrar el cerebro mediante estimulación, terapias celulares y técnicas génicas. FOTO cortesía Mayo Clinic
hace 4 horas
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Hace unos años, para tratar una epilepsia resistente, la medicina solía abrir el cráneo o—cirugía invasiva, extracción de tejido cerebral, bisturí sobre el epicentro de una tormenta eléctrica—. Hoy, ese abordaje radical empieza a quedar atrás. En su lugar, la ciencia propone algo casi contrario: no extirpar, sino reparar; no destruir, sino reequilibrar. Y en esa transición de paradigma, el cerebro enfermo ya no se ve como una maquinaria defectuosa que debe silenciarse, se ve como un ecosistema complejo al que conviene restaurar sin borrar su identidad.

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Jonathon Parker, neurocirujano de Mayo Clinic en Phoenix y director del Laboratorio de Investigación en Neuroelectrónica Basada en Dispositivos, es uno de los protagonistas de esta revolución silenciosa. “Nuestra meta es desarrollar tecnologías que pasen de reducir las convulsiones a eliminarlas por completo. Queremos cortar ese ciclo, sincronizar el cerebro y evitar las descargas que provocan la epilepsia”, le dijo a EL COLOMBIANO.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la epilepsia afecta a cerca de 50 millones de personas en el mundo. A menudo es impredecible, incapacitante, y en uno de cada tres pacientes, resistente a los medicamentos. Durante mucho tiempo, esos fármacos han sido la primera y única línea de defensa, pero como reconoce Parker, aunque son útiles y relativamente seguros cuando se administran bajo control, pueden tener efectos colaterales, y a veces eso pesa en la calidad de vida de los pacientes.

De allí que las nuevas investigaciones se orienten hacia tratamientos más precisos, menos invasivos y, sobre todo, más humanos, es decir, a trapias que no exijan vivir con efectos secundarios constantes, ni con la incertidumbre de si la próxima crisis aparecerá en la calle, en el trabajo o mientras se duerme.

“La epilepsia es una actividad no controlada en el cerebro que distorsiona nuestra capacidad de hacer cosas tan básicas como hablar o movernos. Altera nuestra manera de vivir y de vincularnos. Muchos pacientes me dicen que no pueden salir tranquilos a caminar o tomar un bus sin miedo a desmayarse”, explica el neurocirujano, por eso, el abordaje que lidera Mayo Clinic se apoya en tres grandes frentes que tienen el objetivo común de restaurar un cerebro que ha perdido el equilibrio entre sus señales eléctricas excitatorias e inhibitoria: la neuromodulación, la terapia celular y la terapia génica.

La neuromodulación es, quizá, el campo más avanzado. Consiste en implantar pequeños dispositivos capaces de registrar la actividad cerebral y responder con impulsos eléctricos en tiempo real cuando se detectan patrones previos a una convulsión. “Lo que hacemos en el laboratorio es estudiar diferentes patrones de estimulación, ver cómo responde el cerebro, como si oyéramos un eco. Y ese eco cambia dependiendo de cómo estimulamos. Por eso estamos empezando a adaptar la terapia a cada paciente”, explica Parker.

En ese sentido, la personalización es clave, pues no se trata de aplicar un mismo protocolo para todos, se trata de leer las señales del cerebro y ajustar la intervención como si se tratara de afinar un instrumento. “Hemos aprendido que podemos intervenir sin destruir tejido cerebral, sin extirpar. Podemos reentrenar al cerebro para que funcione mejor”, añade.

No obstante, si la neuromodulación busca interrumpir las crisis, la terapia celular va un paso más allá: apunta a sanar la raíz del problema. “Uno puede ver la epilepsia como una falla en la regulación de las neuronas. En los pacientes, muchas veces se pierden interneuronas, que son las encargadas de frenar la actividad eléctrica excesiva. Al trasplantarlas, podemos ayudar a que el cerebro recupere su equilibrio natural”, detalla. Este tipo de tratamiento está aún en fase de investigación clínica y promete convertirse en una terapia única, con aplicación de una sola vez y con un efecto duradero o incluso curativo.

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Algo similar ocurre con la terapia génica: “Estamos estudiando cómo ciertos genes controlan canales iónicos en las células. Si esos canales fallan, las neuronas se excitan de más. Usando vectores virales, intentamos corregir esa hiperexcitabilidad en las zonas donde se originan las crisis”, dice el neurocirujano.

Ahora bien, el objetivo, tal y como él mismo lo recalca, no es reemplazar la medicación de forma inmediata, es ofrecer alternativas cuando esta falla. O incluso anticiparse. “Hoy estas tecnologías se usan en pacientes con epilepsia resistente y esperamos que en unos años se conviertan en la primera opción. Todavía no estamos ahí aunque cada vez estamos más cerca. Y si logramos que sean más seguras que los medicamentos, ese será el futuro”, asegura.

En paralelo, Mayo Clinic trabaja en dispositivos de monitoreo que permitan registrar convulsiones con precisión, incluso cuando el paciente no recuerda haberlas tenido. “Muchos pierden la conciencia durante una crisis y no saben con cuánta frecuencia les pasa. Con estos dispositivos, el neurólogo puede ajustar el tratamiento con datos reales”, anota.

El Dr. Jonathon Parker, neurocirujano de Mayo Clinic, lidera investigaciones que buscan reequilibrar el cerebro mediante estimulación, terapias celulares y técnicas génicas. FOTO cortesía Mayo Clinic
El Dr. Jonathon Parker, neurocirujano de Mayo Clinic, lidera investigaciones que buscan reequilibrar el cerebro mediante estimulación, terapias celulares y técnicas génicas. FOTO cortesía Mayo Clinic

Y pese a que todos estos avances tienen un componente técnico, el Dr. Parker insiste en algo: la tecnología debe estar al servicio de las personas. De su autonomía, su dignidad, su derecho a vivir sin miedo. “La epilepsia no es solo un desorden eléctrico. Es una condición que afecta el ánimo, la memoria, el trabajo, las relaciones. Algunos pacientes desarrollan depresión, otros se aíslan. Por eso buscamos tratamientos que devuelvan calidad de vida”.

Ese enfoque se refleja, de igual forma, en la atención a niños y adolescentes, para quienes la cirugía tradicional puede ser riesgosa. “Con ellos somos especialmente cuidadosos. No queremos interrumpir su desarrollo con procedimientos invasivos. La estimulación cerebral profunda puede ofrecerles una opción más segura y eficaz”, señala.

De cualquier modo, no se trata solo de apagar crisis: también importa cómo vive el paciente entre una y otra, así que a la pregunta sobre el impacto de estos tratamientos en el carácter o la vida emocional de los pacientes, Parker responde con una metáfora elocuente: “Es como cuando uno tenía una antena en la televisión y la imagen salía con estática. Así se siente vivir con epilepsia: la percepción del mundo se distorsiona. Y cuando tratamos esa actividad eléctrica anormal, la señal mejora. La imagen se aclara. Mejora la memoria, el humor, la concentración. Es como volver a sintonizar el cerebro”.

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Sin embargo, el impacto potencial de estas innovaciones médicas no depende solo de su eficacia clínica. La accesibilidad, el costo y la infraestructura siguen siendo barreras. “Muchas de estas terapias empiezan siendo caras y exclusivas. Aun así, como toda tecnología, con el tiempo se hace más eficiente, más barata. Yo sinceramente espero que podamos llevarlas a más hospitales, incluso en países en desarrollo”, concluye. Y vuelve a lo esencial: “Primero que todo, tienen que ser seguras y eficaces. Solo así podremos hablar de un verdadero cambio”.

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