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Piense por un momento en esas historias de castigos infantiles que alguna vez le contaron sus abuelos o sus padres, quizá le pasó a usted y se las ha narrado a sus hijos: esos correazos, chancletazos, palmadas o arañazos que se ganó por indisciplina, como castigo o cuando hizo algo malo en su niñez.
Ha sido una práctica común en América Latina y en Colombia, “a nosotros nos criaron con la idea de que si no duele no sirve, nos hemos acostumbrado a castigar y a premiar para que los niños hagan o dejen de hacer”, explica Paola Flórez Ardila, psicóloga, creadora de la iniciativa Firmeza con amor y experta en disciplina positiva para familias y educadores.
Que en el Senado de la República se haya aprobado una ley (320 de 2020, pendiente de la conciliación para que pueda ser sancionada por el presidente), por la que “se prohibe el uso del castigo físico, los tratos crueles, humillantes o degradantes y cualquier tipo de violencia como método de corrección contra niñas, niños y adolescentes” es un avance en el país, explica Mabel Patiño Jaramillo, psicóloga, máster en salud mental de niñez y adolescencia y gerente de Jugar para Sanar. “Esto implica transformar una cultura que por generaciones ha creído que ‘la letra con sangre entra’ y que el respeto solo se puede ganar con autoritarismo y en muchas ocasiones con violencia porque así lo aprendimos de nuestros padres, cuando hoy sabemos que el maltrato lo único que genera es temor y baja autoestima”.
María Alejandra Betancur, magíster en neuropsicología educativa y entrenadora en disciplina positiva y crianza amorosa, @firmezayafecto en Instagram, puntualiza que muchos adultos hoy dicen a viva voz que a ellos les pegaron de niños y no pasó nada, “pero sí nos pasó mucho y no somos conscientes de ello. Cuando llega una pandemia que pone a convivir a la familia 24 horas y se disparan los índices de violencia intrafamiliar, claramente se puede ver que no nos enseñaron a resolver los problemas, a gestionar las emociones y por eso nos estamos matando dentro de las mismas casas en medio de una situación como esta, nos pasó tanto que por eso creemos que la violencia lo resuelve todo”.
La psicóloga Flórez detalla que desde que llegó la neurociencia a mostrar lo que pasa en el cerebro cuando el niño ha sido criado con castigos, golpes y humillaciones empezó a darse un cambio en la manera de educar.
Betancur agrega que antes no se tenía la información que hoy han entregado estudios que muestran lo que generan las “pelas” sucesivas, “cuando el castigo físico es tu vehículo de educación para reprimir conductas”.
El maltrato continuado tiene un efecto en el desarrollo cerebral, “en la forma en la que el cerebro conecta sus neuronas en el lóbulo prefrontal, en el que están las conexiones más importantes que se hacen de autorregulación, reflexión, aprendizaje y desarrollo social y los estudios muestran imágenes de los cerebros de niños educados a los golpes que son muy distintas a los educados con firmeza, límites y estructura sin maltrato físico”, dice Betancur.
Esta es una ley que no tiene fines punitivos y no habrá sanciones para los padres. Para la psicóloga Patiño, el hecho de que la ley sea pedagógica, “nos convoca a transformar las maneras de relacionarnos y a que las personas adultas seamos coherentes en lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos a la hora de acompañar a nuestros niños en su desarrollo integral”.
Juan Carlos Posada Mejía, psicólogo clínico de la Universidad San Buenaventura, se pregunta si la ley por sí misma va a obligar a los padres a un cambio, “como pedagogo y psicólogo y por lo que veo en consultas, creo que no van a cambiar las conductas ni los pensamientos ni las costumbres tan rápido, eso viene de formación, de estilo de vida, del ambiente donde los mismos padres se criaron y ha pasado de generación en generación. Por ahora no creo que veamos un cambio muy radical en torno a seguir o no castigando a los hijos porque haya una ley”.
Betancur entiende que con el anuncio de la norma muchos padres estén asustados con el hecho de solo pensar que los niños no se pueden corregir, “y no, lo que pasa es que nos hemos creído tanto que los límites se tienen que instaurar a punta de golpes, que si nos dicen que ya no se puede castigar físicamente entonces no habrá límites, y son cosas muy distintas. Hay que tener rutinas, normas y estructuras, son necesarias en la vida de un ser humano y más de un niño en formación”.
Precisa además Betancur que la ley no promueve una ausencia de disciplina y que entiende que tendrá un componente formativo, “es que los padres aprendan y tengan herramientas para saber que es posible disciplinar a un niño sin necesidad de golpearlo, gritarlo o humillarlo” (ver Informe).
El psicólogo Jesús Goenaga espera que al menos se empiece a generar un cambio, “es una oportunidad para que los padres tengan que recurrir a formas distintas de generar su acción educativa y correctiva, van a explorar nuevos mecanismos que van a ser mejores para los niños”.
La psicóloga Patiño añade que hay que trabajar con las familias para generar esta transformación y gestionar las emociones de manera más efectiva, “si queremos modificar las formas de relacionarse de las niñas, niños y adolescentes, tendremos que comenzar por transformar las formas en las que nos relacionamos los adultos que los acompañamos”.
Este es, según los psicólogos consultados, un primer paso para cambiar lo que culturalmente está tan arraigado en la sociedad y que futuras generaciones escuchen las historias del rejo, el pellizco o la palmada como hechos antiguos que no se volvieron a repetir