El bigote de Dalí, el mostacho de Freddy Mercury o la barba de Osama Bin Laden, son solo algunos de los referentes que demuestran que la forma del vello facial puede ser una marca personal.
La Twittercrónica fue en búsqueda de tres clases de barberías en la que cada una, a su estilo, convierten en lienzos los rostros de sus clientes.
Inspiración en el pasado
“Él tenía como 12 añitos y un día llega y me dice: ‘mamá, yo quiero ser barbero, ya estoy pelando a mis amiguitos’, y me quedé fría. Pensé que se le iba a pasar esa goma de estar motilando a la gente, pero esto es un don que Dios le dió”, así cuenta Zaira Flórez cómo su hijo, Danny Ramírez, “El Gringo”, inició su camino en la barbería.
Hoy, aquel joven ve realizado su sueño desde hace dos años en en Los Clásicos Barbershop, la barbería vintage pensada para tomar lo mejor de las técnicas del pasado y nutrirlas con los avances contemporáneos: toallas calientes al horno, cremas lubricantes para la barba y tónicos hidratantes, se funden con las sillas de barbero añosas, puestos de lustrabotas y una sala digna de un gentleman club.
“Lo que nosotros queremos es que esto sea un espacio para que los hombres se relajen, retomar esa barbería donde se cerraban negocios, se tomaban unos tragos y se olvidaban los problemas, que eran sitios masculinos por excelencia”, comenta Danny, mientras perfila con rapidez la barba de Gustavo Urrego, uno de sus clientes más fieles.
“Yo vengo cada ocho días desde hace un año, uno se podría afeitar en la casa con jabón y rastrillo, pero realmente el trabajo que ellos hacen es de otro nivel porque es un resultado que uno no podría lograr, se toman muy en serio esta profesión”, comenta su cliente al contemplar el resultado en el espejo.
La apuesta de Danny es implantar una disciplina en la barbería, ha tenido más de 1.200 horas de capacitación en Miami, y dictado algunos seminarios sobre las buenas prácticas del barbero. “La gente suele pensar que los barberos somos pillos de barrio, pero olvidan que ha sido un oficio ligado a la elegancia y al estilo de vida de los verdaderos caballeros, porque uno es confidente, maestro y hasta amigo de su clientela”, concluye con orgullo.
Los tribales llevan flow
Entre Londres y Nueva York hay apenas un muro de separación. Son dos de las cerca de veinte barberías que se ubican en la calle Colombia frente a la Cuarta Brigada, todas ellas fieles al estilo urbano, el Hip hop y a sus patilleras.
Es un gremio tan compacto que ya ha creado su propio lenguaje: “Cuando uno habla de una máquina ‘envenenada’, es porque está ‘cuchilluda’, es decir, que tiene una cero bien blanca para uno poder marcar las líneas del corte”, comenta, en la barbería Londres, Sebastián Jaramillo, de 22 años, seis de ellos dedicados al oficio.
Mauricio Jaramillo, su padre, es hoy su primer cliente: “No es la primera vez que le meto la cabeza, desde hace como 5 años me motila y nunca me ha trasquilado. Yo me dejo hacer esas rayas, porque él sabe lo que está haciendo”, comenta Mauricio buscando en su celular un diseño de corte en tribal para que su hijo lo replique en él.
“El mundo del barbero no es tan fácil, a todos nos toca rodar por muchos negocios, el pago no alcanza para mucho y nunca faltan los problemas con los clientes, así el trabajo se haya hecho bien, pero lo que sí tenemos es mucho compañerismo”, explica Sebastián con media cuchilla en la mano, mientras marca las guías para posteriormente delinear con la máquina patillera.
Según él lo más exigente de la técnica es aprender a desvanecer, que es la manera como se hacen los sombreados en el pelo para darle profundidad al dibujo. La imaginación y la experiencia son dos de las características que según Sebastián todo buen barbero debe tener, y más en la cultura del Hip hop, en donde todo el tiempo los diseños cambian y se hace necesario aprender nuevos trucos de corte.
Un afeitado de abolengo
Por la Barbería la Real han pasado desde la frondosa barba del escultor Rodrigo Arenas Betancourt hasta las mejillas impecables de político Gilberto Alzate Avendaño. La que ahora se denomina peluquería, ostentó durante más de 50 años el título de la barbería más prestigiosa de la ciudad.
Óscar Molina, uno de los tres barberos que aún permanecen en las instalaciones, lleva 31 años de servicio en La Real y conoce muy bien la clave de su excelencia. “Esta no es la más antigua por capricho, el negocio ha llegado a esta edad porque ha cuidado sus clientes, porque usted puede afeitar a alguien por años, pero con una sola vez que lo corte o que quede descontento con el trabajo, lo pierde para siempre: con la barba no hay segundas oportunidades”, afirma Óscar sobre su oficio.
Mientras tanto, Gildardo Zapata, a quien le terminan su corte clásico, hecho únicamente con tijera, concluye: “yo no sabía que esto tenía tanto tiempo, pero el trabajo sí demuestra que acá se preocupan por ofrecer un buen servicio, yo por lo menos salgo muy contento”.
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