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Más de un siglo después de que el ingeniero Luciano Battle soñara con la idea —que en ese momento debió parecer descabellada de atravesar la Cordillera Central para conectar el occidente y el centro del país, esta semana esa quimera se hizo realidad con la inauguración de las obras complementarias del túnel de La Línea, que se convierte en el mayor hito de la ingeniera colombiana.
El cruce de la Cordillera entre Cajamarca (Tolima) y Calarcá (Quindío) y su obra maestra, el túnel de La Línea, tuvo que sortear muchos obstáculos a lo largo de décadas. Desde un comienzo sus críticos afirmaron que era una obra mal planeada, mal diseñada, mal contratada, a lo que se le sumaban serios problemas en su ejecución.
Construir un túnel en lo más alto de la montaña, a 2.500 metros sobre el nivel del mar, parecía imposible.
A pesar de que cada cierto tiempo se revivía la idea de hacer el proyecto, quedó dormido hasta 1985, cuando se iniciaron los estudios y diseños de factibilidad. El tiempo siguió pasando, hasta que la primera administración del presidente Uribe lo rescató. Decidió hacer un túnel piloto y en 2009 se inició la excavación del túnel principal, obras que fueron adjudicadas al Consorcio Unión Temporal Segundo Bicentenario, encabezado por el contratista Carlos Collins. Pero ahí comenzó otra larga cadena de errores. El proyecto fue adjudicado con un presupuesto de solo $ 629.000 millones y bajo una modalidad inadecuada, a precio global fijo, con gran riesgo para el contratista. La cifra, que a todas luces era insuficiente, y la modalidad de contratación ocasionaron graves demoras en su ejecución, lo que llevó al gobierno del presidente Santos a declarar la caducidad del contrato y demandas de Collins contra el Estado.
Finalmente, en 2017, el Consorcio La Línea, conformado por las constructoras Conconcreto y la firma de Carlos Solarte, continuó las obras finales y el proyecto por fin vio la luz en esta semana, cuando el presidente Iván Duque inauguró la totalidad del trazado en doble calzada. Sus dimensiones reflejan el portentoso reto: se construyeron 25 túneles, el principal y más largo tiene 8,52 kilómetros, 31 viaductos y tres intercambiadores viales.
A pesar del viacrucis, o precisamente por eso, el hecho de que se haya logrado terminar esta megaobra merece todos los aplausos porque demostró que la ingeniería colombiana, cuando se lo propone, logra estar a la altura de la ingeniería mundial. También comprueba que cuando hay voluntad política las cosas salen adelante. Se necesitó que cuatro administraciones —Pastrana, Uribe, Santos y Duque— se echaran al hombro el reto, con todo y errores, para hacerlo realidad.
El túnel de La Línea permitirá mejorar la competitividad del país porque disminuirá el tiempo de recorrido a menos de una tercera parte, lo que significa importantes ahorros para el transporte que trae carga del puerto de Buenaventura, y atraerá el sector turismo a una de las regiones más bellas de Colombia, como el Eje Cafetero, facilitando el desplazamiento de los viajeros que se abstenían de ir a esta región para evitar la tortura del paso por La Línea.
Sin embargo, el hecho de que hoy se destapen botellas para celebrar no puede dejar pasar por alto las lecciones que deja esta monumental obra. El hecho de que haya costado casi cinco veces más de lo inicialmente previsto ($ 2,9 billones) es un fuerte llamado de atención. Los proyectos deben planearse bien, se requieren estudios de ingeniería adecuados, adjudicar los proyectos a firmas idóneas y con los precios justos y, por supuesto, tratar de blindarlos de la corrupción. Solo así podrán salir adelante las obras de infraestructura que siguen durmiendo el sueño de los justos.
El reciente Informe Nacional de Competitividad 2021-2022 señala que el 75 % de las vías terciarias se encuentra en mal estado y que la ejecución de los proyectos de cuarta generación se acerca al 60 % —a 2021 se habían entregado solo tres corredores viales de los 29 previstos—.
El presidente Iván Duque ha estado utilizando una expresión que no muchos le han copiado. Dice él, “concluir, concluir, concluir”. Y en un país como el nuestro, donde hay tantos que solo quieren contratar la obra o poner la primera piedra, hacer ese eslogan realidad es tremendamente valioso