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Las estadísticas confirman que América, como continente, no solo ya sobrepasó a Europa en la cifra de infectados por covid-19 (1,86 millones versus 1,79 millones), sino que además afronta días críticos de expansión de la pandemia, como en Brasil, donde el miércoles se presentó un número récord de contagios en los reportes diarios: 11.385. Situación que inquieta a los vecinos, incluido Colombia, que ve convertirse al Amazonas en un talón de aquiles.
Este departamento, en jurisdicción de nuestro país, ya cuenta más de 1.000 casos, cuando hace apenas una semana se hablaba de 200 personas infectadas; es decir, los contagiados se quintuplicaron en poco más de 140 horas.
Pero si en el sur del continente las proyecciones actuales son desalentadoras, en Estados Unidos los pronósticos del Instituto de Métricas de la Universidad de Washington advierten que para agosto próximo habrán muerto cerca de 147 mil ciudadanos. El martes pasado los decesos crecieron con dureza en EE.UU. (1.894), según datos de la Universidad Johns Hopkins.
Hay otras realidades no menos preocupantes como las de México, Venezuela, Ecuador, Chile y de países de Centroamérica donde las estadísticas son lentas y poco fiables.
Mayo se ha convertido en el peor mes desde el inicio de la pandemia: las curvas de infectados y muertos van en alza, en una región con muchísimas más debilidades que Europa en cuanto a su sistema sanitario y su capacidad de masificar medidas de bioseguridad y de información útil, que aplanen los indicadores.
Aunque por ejemplo Colombia ha logrado implementar protocolos de control eficaces en los principales centros urbanos, con resultados bastante aceptables, es precisamente el cinturón fronterizo en tierra y mar el que ahora empieza a dar alertas: en toda la Costa Pacífica, en el Atlántico (Cartagena y San Andrés), el río Atrato, la frontera con Venezuela y por supuesto en el Trapecio Amazónico, zona para la cual el Ministerio de Salud ya dispuso medidas excepcionales.
América Latina sufre especialmente con la caída de las remesas, el desmoronamiento de las cifras de empleo y el remezón de una economía altamente informalizada. Un daño mayor, por la lenta respuesta inicial, lo estimularon algunos de sus gobernantes como en Brasil y México (segundo país en muertes de A.L.), donde Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador minimizaron los efectos de una enfermedad que no conocían y de la que hicieron sorna en alocuciones tan populistas como anestésicas, frente a una pandemia que hoy roe a sus comunidades y economías.
No obstante, hay visiones y acciones más esperanzadoras y serias que llaman al trabajo conjunto y la cooperación interinstitucional, y entre Estados, para luchar contra un virus que, según la misma OMS, podría instalarse en la cotidianidad planetaria por los próximos cinco años.
Hasta ayer, la Organización Panamericana de la Salud confirmaba 112 mil muertes en la región, que se aproximan a los 165 mil fallecimientos de Europa. La pandemia obliga a enfrentar una triple emergencia: de salud, social y económica.
Una situación que no deja espacio a dispersiones, a nacionalismos malsanos y a egos políticos capaces incluso de menospreciar la más histórica de las crisis planetarias desde la Segunda Guerra Mundial. América debe reaccionar y organizarse con el fin de cambiar el panorama actual, tan preocupante.