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Secundarios de primera en ropa de segunda. Minins, de Kyle Balda y Pierre Coffin

  • Secundarios de primera en ropa de segunda. Minins, de Kyle Balda y Pierre Coffin
04 de julio de 2015
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No hay originalidad en el nombre de los Minions, como algunos creen. Aunque no es una palabra de uso cotidiano, minions en inglés realmente se refiere a los seguidores, casi siempre serviles, de una persona poderosa. Así que no hay nada imaginativo en su nombre: los minions se llaman exactamente como lo que son. Como lo que eran en las películas de “Mi villano favorito” donde los conocimos: unos secundarios muy graciosos, que con sus intervenciones en escena, le daban un respiro a lo que sea que estuviera ocurriendo.

El público adoró a los minions porque eran como comediantes vagabundos, expertos en el arte del slapstick (el humor “de golpe y porrazo”, que implica caídas, tropezones y torpeza de todo tipo) que interrumpían las secuencias para gritar, saltar o cantar. No importaba que no los entendiéramos. Su dialecto enrevesado, mezcla aleatoria de distintos idiomas y entonaciones, inspiraba ternura, como lo hacen los balbuceos de un bebé. El hecho de que fueran cientos y que no los distinguiéramos sólo los hacía más irresistibles: eran una mezcla entre los pitufos (pero en amarillo) y el alienígena amistoso de “E.T.”.

Esperábamos mucho de “Minions”. Los secundarios más cómicos del cine animado de los últimos tiempos tenían por fin su propia película, donde suponíamos que iban a hacernos morir de risa. Sólo lo logran a medias. Si comienzan en un punto alto cantando en sus voces la fanfarria de la Twentieth Century Fox, y continúan muy bien con unos créditos que, ingeniosamente, cuentan la evolución de su especie desde que son organismos unicelulares, a partir de que Stuart, Kevin y Bob, los tres minions de esta historia, deciden salir de la cueva en que se refugian para buscar a un malvado que esté a su altura, la película no alcanza a volar alto.

No lo logra porque desde que estos tres minions llegan a New York todo lo que les pasa es gratuito. Sintonizan demasiado fácil el canal secreto de los villanos y se enteran de una convención en Orlando, se ganan el aprecio de la principal conferencista sin que se sepamos cómo. Y ella, Scarlett Overkill, es una villana de manual, que odia porque sí y que tampoco consigue comprometernos con la trama. Sólo se salva del cliché su esposo, gracias al estupendo trabajo vocal que Ricky Martin logra con el doblaje. Eso nos deja con una serie de secuencias que más parecen cortos individuales encadenados (Bob y el científico loco, Los minions y la familia de atracadores) que una verdadera historia. Por fortuna los guionistas de vez en cuando apuestan por el humor más absurdo (cantarle una canción de despedida a una rata, jugar en una cámara de torturas) y ahí logran recordarnos lo bueno que tenían esos personajes.

No hay que pedirle originalidad a “Minions”. Para eso hay otras propuestas y existe Pixar. Pero, como público, esperábamos que la altura de la historia fuera mayor que la de sus personajes. Están a la par. Y con personajes minúsculos, como los minions, no son buenas noticias.

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