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Wilson Vega
@Wilson Vega
Editor de Abecediario.co
Luego de meses de aislamiento, con numerosas actividades económicas paralizadas y las cifras de empleo en altos históricos, los países –Colombia no es la excepción– comienzan a contemplar cuál es la senda más expedita y segura para la reactivación.
No soy un experto en economía o finanzas, pero les puedo decir una cosa: cualquiera que sea la senda hacia una reactivación de la productividad empresarial, no tengo duda de que pasa por explotar de manera inteligente los datos.
Generar datos y recopilarlos es hoy más fácil que nunca, pero ese desarrollo crea un problema nuevo: qué hacer con el enorme volumen de información que se genera y que en la práctica es inútil sin una adecuada infraestructura para su análisis.
Piense en un centro comercial preocupado por la seguridad. Súbitamente tiene la posibilidad de instalar 100, 200, 500 cámaras de seguridad, que son cada vez más baratas y ofrecen cada vez mejor resolución. Pero, ¿quién va vigilar lo que captan todas esas cámaras? ¿Vamos a poner un igual número de monitores? ¿Dejaremos, al final de la ecuación todo el poder tecnológico de vigilancia en manos de la atención de un grupo de humanos? Ninguna película de Mission Imposible sería, bueno, posible, si no fuera por el vigilante que se distrajo o que no miró la pantalla en el momento correcto.
Entran ahí la gestión de datos y la analítica, que tienen el poder de guiar las decisiones empresariales, sin perder de vista la seguridad.
Se llama Big Data al conjunto de datos cuyo tamaño, complejidad y velocidad de crecimiento dificultan su captura, gestión, o análisis mediante el uso de herramientas convencionales. La multinacional Oracle resume la ecuación usando tres ‘V’: Volumen, Velocidad y Variedad. SAS le agrega otras dos: Variabilidad y Veracidad.
Por necesidad hay que acudir al software de procesamiento de datos y es entonces cuando cosas maravillosas comienzan a ocurrir.
Potenciado por la inteligencia artificial, el Big Data ofrece la posibilidad de no solo recoger datos de forma estructurada, sino de obtener de ellos una mirada clara de cómo ajustar las operaciones para producir resultados medibles y sostenibles en el tiempo.
La buena noticia –una de las pocas emanadas de la pandemia– es que las empresas han visto con mayor claridad el impacto de la tecnología en campos como este. Recientemente, en una conversación con Stephan Samouilhan, CEO de Keyrus Latinoamérica, lo oí decir: “El mundo ha saltado cinco años en cinco meses y el mercado ha visto claramente cómo la experiencia digital y la inteligencia de datos son diferenciales competitivos esenciales para la supervivencia de los negocios. Estamos frente a grandes oportunidades y, en ese sentido, en el momento adecuado”.
Como Director Ejecutivo de una firma especializada en datos, Samouilhan sabe bien que para las compañías no se trata solo de sobrevivir, sino de recuperar alguna semblanza de normalidad en la que sus trabajadores tengan desafíos específicos del negocio y puedan brindar a sus clientes una experiencia de consumo simplificada, personalizada y segura. En otras palabras, una experiencia inteligente.
No me atrevo a pronosticar qué forma tomará esa –con perdón del cliché– nueva normalidad. ¿Vamos a volver a cruzar las ciudades todos los días, perdiendo dos o tres horas en el trancón, para asistir a reuniones que ahora sabemos podríamos haber tenido desde casa? ¿Volveremos con la misma confianza a seminarios y convenciones? ¿O nos pondremos la vacuna y trataremos de olvidar este año lovecraftiano?
De nuevo, no sé a dónde conduce el camino. Sólo sé que recorrerlo a ciegas no es ya una opción. Ya sea para reducir costos o tiempos, o simplemente para ilustrar el proceso de toma de decisiones, los datos son una herramienta disponible y hoy más importante que nunca. Como con los días de la vida, lo importante no es cuantos datos se tiene, sino lo que se hace con ellos.