Los colombianos somos espectadores descuidados. La gran mayoría llegamos a las taquillas de las salas de cine a preguntarle a los que atienden cuál es la próxima película y de acuerdo con el horario, más que con la historia, el director, el reparto, el género o el director de fotografía, escogemos la función a la que vamos a entrar. No consultamos antes, no miramos el afiche por si tiene algunas claves que nos sirvan para decidir. Es como si fuéramos a un almacén de zapatos y pidiéramos el modelo más reciente sin siquiera medírnoslo. Por eso vemos tantas películas que terminan siendo de un modelo más pequeño, ya no para nuestro pie, sino para nuestro cerebro.
Tengan cuidado con “Violette”. Es una película que exige de nosotros más de lo que acostumbramos a darle al cine. Una película que nos trata como a seres pensantes, como a personas inteligentes. No le basta con que nos sentemos allí y miremos la pantalla, no. Nos pide, desde su secuencia inicial, que nos desacostumbremos a entenderlo todo desde el principio, como en tanto cine donde nos dan los datos previamente masticados para que no nos atragantemos. Nos obliga a que recordemos, sin que haya titulitos explicativos, que en algún momento del siglo XX, París estuvo ocupada por los alemanes y gobernada por un régimen colaboracionista. Se los digo desde ya, para que se ubiquen rápido y no se sientan abandonados a su suerte.
Además la cinta nos exige que antes de ir a la sala, consultemos en Wikipedia o en algún diccionario biográfico, quién fue Violette Leduc, la protagonista de la historia. Porque este es un biopic (el término que se usa para referirnos a las películas biográficas) que, a diferencia de tantos, se concentra en un personaje secundario y no pretende contarnos una vida desde el nacimiento. Seremos nosotros, a través de las conversaciones de Violette con su madre y con sus amigos, de los fragmentos de sus escritos que se escuchan en algunos instantes, los que deberemos armar el rompecabezas y entender por qué Leduc escribía con la intensidad que lo hacía y por qué “La bastarda”, su novela más exitosa, fue importante para el ambiente literario francés y para las mujeres de una época.
Martin Provost, el director, intenta hacer con “Violette” en el mundo de la literatura lo mismo que había hecho con la bellísima “Séraphine” en el de la pintura: iluminar la obra de una mujer única, que vivió a su modo, que luchó contra la adversidad de ser hija no deseada, de no ser fotogénica, de amar a quien no la correspondía del mismo modo, y supo sobreponerse a todo eso gracias a una fortaleza de carácter que la hace admirable, a pesar de los defectos que Provost no esconde ni maquilla. Y aunque no logra un conjunto tan bello a la vista como en “Séraphine” (porque es más difícil para el cine describir los procesos artísticos de un escritor que de un pintor) consigue que al final haya valido la pena para los espectadores, el esfuerzo de intentar estar a la altura de una vida.