El chef teatrero nace después de estudiar seis semestres en la San Marino, al mejor estilo de la enemiga de Betty. Luego se cuelga su chaqueta y nunca se la quita. Hay serias versiones de que duerme con ella puesta. Siempre quiere salir en la foto, no importa que por eso se le peguen las tajadas. El chef teatrero quiere ser reconocido, no admite que nadie esté por encima de él. Si alguna gota de salsa tiñe su chaqueta, se mortificará y energúmeno le gritará al mundo.
El chef teatrero por lo demás, ama los séquitos de estudiantes que le dicen: chef, chef, chef, como si fueran pollos piando a la mamá gallina, y siente que crece y se hace más grande cuando alguien le dice chef. Tiene que hacerse notar como sea, por eso compra pantalones exuberantes, gorros vivaces, camisas con cucharas y cocineritos pequeñitos estampados en sus telas. No puede dejar de lado cualquier entrevista, no importa el medio: televisión, radio, internet, es más, así sea un bloguero o instagramero que quiera tomarle una foto a él o sus platos, allí estará.
El chef teatrero presume de conocer los platos de su país, dice saber el punto exacto de todos los arroces, de las sopas, de las carnes, como si su madre hubiera nacido en todas las regiones al mismo tiempo y al mismo tiempo le hubiera legado las recetas y secretos ancestrales. No está contento con nada que no sea liderado por él. Todos los demás cocineros están equivocados, no existe en el mundo alguien que pueda hacerle una sugerencia y menos una corrección.
El chef teatrero es feliz en la misma toma donde algún cocinero famoso y reconocido pose junto a él, siente que con eso logra un respaldo. Vocifera, gesticula exagerando movimientos, ríe a carcajadas y engaña al público con una amabilidad actuada, que esconde a un ser egocentrista, problemático. Es ese niño de escuela que ante la falta de genialidad apela a la fuerza para opacar al listo.
El chef teatrero daña, es ruidoso, envenena el ambiente a su alrededor, odia que lo llamen cocinero, por eso lleva siempre su chaqueta. Cada vez que tiene oportunidad se cuelga cuanta medalla le regalen, va al mercado con su filipina, saca el pecho y mira a los tomates y sus vendedores con desagrado, grita a su brigada, insulta a sus proveedores, sale a las mesas y sonríe cual manso perro labrador, porque es taimado, retrechero y porque lo mejor que hace es fingir. Por eso es el chef teatrero.