En un planeta en el que un millón de especies animales y vegetales está bajo amenaza por acción humana, cada logro en materia de conservación “ofrece lecciones y nuevos puntos de partida”, proclama el vicerector de Investigación de la Javeriana, Luis Miguel Rengifo.
Rengifo es coautor del estudio ¿Cuántas extinciones de aves y mamíferos ha prevenido la acción de conservación reciente?, que vio la luz hace un mes en la revista Conservation Letters, y que comprobó que gracias a estrategias como “conservación en zoológicos, legislación, protección de ecosistemas, el control de especies invasoras y la reintroducción a sus hábitats naturales” –explica– 48 especies (y posiblemente cientos más) pudieron tener una segunda oportunidad en la Tierra.
En Colombia, según el Sistema de Información sobre Biodiversidad, hay 18.815 especies animales. De estas, dice el Instituto Humboldt, hay 438 con algún riesgo, desde peligro crítico hasta vulnerable, entre las que se encuentran el oso de anteojos, el cóndor andino, el tití, la danta y diversos felinos, el delfín rosado, la tortuga carey y decenas de especies de peces como el bagre del Magdalena.
El Ministerio de Ambiente tiene desde hace 19 años programas de conservación y planes de manejo. En las últimas dos décadas los esfuerzos de organizaciones y academia para salvar a decenas de especies han sido profusos. Por citar uno referente actual, desde 2014 trece organizaciones luchan codo a codo a través del Proyecto Vida Silvestre –PVS–, en Magdalena Medio, Orinoquia y el piedemonte de la Amazonia para salvar 15 especies a las que acciones humanas como la deforestación y la sobreexplotación han puesto en el corredor de la extinción.
Acuerdos para la vida
Las cifras mencionadas en el estudio y los proyectos de conservación en el país quizás digan poco ante la cantidad de especies amenazadas. Sin embargo, como explicó Carlos Saavedra, coordinador de especies de la WCS y gerente del PVS, es el trasfondo de estas estrategias de conservación lo que las dota de un valor relevante.
“Hemos logrado en muchas zonas reconectar las comunidades con estos ecosistemas, sin imposiciones y entendiendo que muchos conflictos entre especies animales y seres humanos tiene como motivo la subsistencia”.
En Orito, Putumayo, por ejemplo, el Colectivo de Mujeres de la vereda el Líbano se convirtió en guardián del mono chorongo, que habita principalmente en Colombia y figura como vulnerable en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
En Cumaribo, Vichada, también como parte del PVS, se lleva a cabo otra iniciativa emblemática para proteger a la danta. Con apoyo de Ecopetrol, la fundación Biodiversa y Corporinoquía, diez familias se comprometieron a preservar un corredor de 651 hectáreas, fundamentales para la existencia de las dantas, especie en categoría vulnerable y reducida por la deforestación, la caza y la ganadería extensiva.
Con huertas caseras y un sistema de energía solar estas familias podrán desarrollar una subsistencia sostenible mientras cuidan de un mamífero clave para el ecosistema.
“La transformación de la selva se debe a que se ha olvidado la enseñanza de los mayores de tomar justo lo necesario para permitir que los recursos se equilibren. Por eso es importante la ayuda que reciben las comunidades para recuperar ese equilibrio”, considera Camilo Gerena, oriundo del pueblo Curripaco (Vichada) y administrador ambiental de la Distrital.
“Las dantas, por ejemplo, son las arquitectas del paisaje porque consumen grandes cantidades de semillas que al pasar por su aparato digestivo y ser desechadas tienen mejores posibilidades de convertirse en árboles, así que recorren grandes distancias dispersando semillas. Es una hermosa forma de restauración”, cuenta.
En una zona como Cumaribo, que perdió 5.318 hectáreas a causa de la deforestación en 2019 y es uno de los 10 municipios más críticos en el país respecto a esta problemática, la danta es un aliado inmejorable.
Pactar con el cóndor
Desde agosto, los habitantes de municipios cercanos al páramo de Almorzadero, en Santander, han reportado al menos una decena de avistamientos masivos de cóndores andinos. Doris Torres está feliz por la asidua visita que alegra el día de los labriego de la zona, aunque recuerda que hace pocos años la cosa era completamente diferente.
“Aunque son carroñeros había casos en los que cazaban ovejas. Para defender sus recursos de subsistencia los campesinos les ponían cebos con veneno que luego se los cóndores llevaban a sus crías. Aprender a vivir con ellos ha llevado varios años pero ha sido un proceso bonito. Hoy todo ha cambiado”, aseguró.
Tanto así que, según cuenta Doris Amilde, representante de la Organización Campesina Coexistiendo con el Cóndor, tienen serios indicios de que los avistamientos masivos se deben a que, además de alimentarse en Almorzadero, las aves estarían reproduciéndose en la zona.
Llegar a esta posibilidad ha sido fruto de una labor de casi 6 años liderada por la ONG Neotropical y la CAR de Santander, sobre todo en el municipio de Cerrito, el que mayor área tiene en el páramo de Almorzadero en el departamento (35.597 hectáreas).
El trabajo, cuenta Amilde, se centró en educar a la comunidad en todos los frentes, de casa en casa y hasta en los colegios. “Había en general mucho desconocimiento. Nuestros papás y abuelos los confundían con gallinazos. Hoy hasta nuestros niños los identifican plenamente. No podemos decir que ha sido un proceso perfecto; hubo hechos dolorosos, en 2018, por ejemplo, volvieron a aparecer dos cóndores envenenados, pero persistimos, al punto de que hoy somos los grandes protectores y garantizamos que el páramo esté libre de amenazas”, destaca.
A pesar de que el cóndor sigue figurando como “casi amenazado” en la UICN, acciones emprendidas por la comunidad en Cerrito para restaurar el hábitat, sumado a programas de conservación en cautiverio como el que desarrollan en el parque Jaime Duque, o el Parque de la Conservación (zoológico Santa Fe), han permitido que el país le ofrezca un mejor panorama al cóndor.
“Es un asunto de voluntad para propiciar un gran cambio. Lo que hicimos fue mejorar nuestros cercos para ganado, organizando viveros para no presionar el páramo y ahora esperamos que se puedan desarrollar algunos proyectos sostenibles, que las autoridades nos apoyen más en cuanto a alimentación y cuidado de ellos y seguir coexistiendo en este territorio”, dice Amilde.
Café con aroma a protección
El primer plan de conservación que tuvo el país fue en favor del oso andino, hace ya 19 años. Sin embargo, los avances han sido lentos.
Entre los principales desafíos se encuentran la dificultad de coordinación de las siete corporaciones autónomas con jurisdicción en los territorios en los que habita esta especie. “Los osos no conocen de límites, y eso nos pone en un reto”, expone Rodny García, experto en vida silvestre de Parques Nacionales.
El imaginario entre las comunidades de que el oso es un animal conflictivo ha sido otra gran barrera, creencias que han intentado desmontar minuciosos estudios que muestran a las comunidades que esta especie no ofrece una real amenaza para cultivos y animales de producción.
Entre las apuestas prometedoras en favor del oso andino se encuentra un proyecto con caficultores en El Águila, Valle del Cauca. Allí, una estrategia liderada por WCS, la fundación Argos, Smufit Kappa, la CAR y Parques Nacionales pactó con 10 familias para que cada una cediera una porción de territorio que permita crear un corredor para el oso, a cambio de capacitación y acompañamiento para lograr mejores procesos productivos.
Esto se tradujo en 376 hectáreas de corredor para esta especie, entre los parques nacionales Tatama-Farallones-Munchique.
Juan Carlos Troncoso, jefe del Parque Tatama, explica que el proyecto se ha propuesto la ambiciosa meta de unir un corredor biológico que involucra 5 departamentos y 12 parques nacionales. Para tal propósito han logrado 59 acuerdos de conservación con campesinos que permiten ahora tener 2.500 hectáreas para conservación del oso.
“El café Oso Andino logró en su segunda cosecha 2.300 kilos, los campesinos están recibiendo apoyo para lograr un gran producto y al tiempo han contribuido para que esta especie sombrilla (llamada así por su protección de ecosistemas estratégicos), encuentre un corredor para respirar de las amenazas que lo tienen en categoría vulnerable a la extinción”, cuenta Troncoso.
Otra región en la que intentan, a través de acuerdos, transitar el camino del conflicto hacia la coexistencia entre especies amenazadas y humanos es en el Oriente antioqueño y parte del Magdalena Medio.
La estrategia la lidera Cornare y consiste en capacitar a los campesinos de siete municipios en el manejo y protección de felinos como el jaguar, ocelote, oncilla, puma concolor, margay y yaguarundi, varios de los cuales están bajo amenaza.
70 familias reciben actualmente pago por conservación de entre una y tres hectáreas, la idea es reducir los conflictos generados por la cercanía de estos felinos en fincas y poblados ante la invasión de su hábitat.
Phil McGowan, investigador de la Universidad de Newcastle y líder del estudio publicado en la Conservation Letters, le dijo a The Guardian hace un mes que cuando se hablaba de la situación actual de la biodiversidad “solemos escuchar malas historias”, pero –declaró– que aunque el planeta está ante una amenaza monumental como la pérdida de especies cada acción positiva, aunque parezca pequeña tiene un efecto en cadena.
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especies, solo en la Amazonia colombiana, presentan diversos grados de amenaza (Instituto Sinchi).