La COP30 terminó en Belém con la misma tensión que marcó las dos semanas de negociaciones: una distancia amplia entre la urgencia climática y la voluntad política para afrontarla. Los países aprobaron un paquete de decisiones con avances puntuales, pero sin los acuerdos que definirían el rumbo de esta década: una hoja de ruta global para abandonar los combustibles fósiles y un plan vinculante para detener y revertir la deforestación. El resultado deja al descubierto los límites del multilateralismo climático en un momento crítico, cuando el planeta ya experimentó un año completo por encima de 1,5 °C.
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WWF lo resume sin ambigüedades: “los resultados de la COP30 no reflejan la urgencia de la crisis climática”. Aunque la presidencia brasileña y Colombia intentaron destrabar las conversaciones, las menciones directas a la transición energética quedaron por fuera de los textos formales. Tampoco prosperó un consenso para adoptar un plan operativo contra la deforestación, pese al respaldo de más de 90 países y a que la Amazonía fue el escenario simbólico de la cumbre.
Ahora bien, la plenaria final dejó un anuncio que intenta amortiguar el vacío: la creación de dos programas de trabajo de dos años para avanzar en las hojas de ruta de combustibles fósiles y deforestación. WWF destacó la decisión, señalando que permitirá diálogos de alto nivel y aportará informes técnicos a las próximas conferencias. Asimismo, cabe resaltar que Colombia tendrá un rol clave en la iniciativa: será sede en abril de 2026 de la primera conferencia internacional sobre combustibles fósiles, concebida para continuar el proceso iniciado en Belém.
Más allá de las decisiones oficiales, la calle impuso un tono inédito. Periodistas por el Planeta, presentes durante los 18 días de cumbre, describieron el ambiente con precisión: “Nunca antes la conversación sobre dejar los fósiles atrás sonó tan fuerte”. Las marchas y la presencia masiva de pueblos indígenas —con música, arte y reclamos— marcaron una COP donde la presión social logró filtrarse en las salas de negociación, es decir, donde se recuperó algo que las últimas cumbres habían perdido: color, creatividad y movilización.
Por otro lado, el liderazgo latinoamericano emergió como uno de los rasgos distintivos de esta edición. Colombia, México, Panamá, Uruguay, Chile, Perú y Costa Rica defendieron con firmeza la adopción de los indicadores de adaptación, un punto crítico para la región. Colombia, además, recibió el premio Ray of the COP por su protagonismo en promover la Declaración de Belém para la Transición de los Combustibles Fósiles. De igual forma, Brasil en su papel de anfitrión marcó la agenda con debates sobre desinformación climática y transición energética.
En clave de financiamiento, el anuncio más sólido fue el lanzamiento del Fondo Bosques Tropicales para Siempre (TFFF), con más de 5.000 millones de dólares comprometidos por Brasil, Colombia, Noruega y otros países, pues es la primera vez que una iniciativa de esta escala se centra exclusivamente en proteger bosques tropicales, aunque su implementación dependerá de las decisiones que se tomen en 2026.
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Sin embargo, el resto del panorama financiero fue decepcionante, porque como advirtió Periodistas por el Planeta, fue “uno de los grandes ausentes de esta COP30”. No hubo compromisos concretos de los países desarrollados para acelerar la provisión de recursos, y la hoja de ruta de Bakú a Belém —que prometía movilizar 1,3 billones de dólares para 2035— quedó reducida a un marco general sin obligaciones. El texto final apenas “destaca la urgente necesidad” de alcanzar 300.000 millones para adaptación, una meta ya acordada el año pasado.
El cierre también estuvo marcado por una fuerte controversia en torno a los indicadores de la Meta Global de Adaptación: la plenaria se suspendió abruptamente tras objeciones de varios países latinoamericanos, que denunciaron falta de transparencia y cambios de última hora en el documento presentado por Brasil. La región cuestionó que la propuesta final redujera a 59 los indicadores previamente consensuados, muchos de ellos difíciles de medir y alineados con posiciones africanas. El episodio dejó tensiones abiertas y expuso fisuras al interior de la coalición latinoamericana.
Para WWF, el problema de fondo es más estructural. Manuel Pulgar-Vidal advirtió que “la ausencia de un plan creíble para enfrentar la crisis climática y la falta de reconocimiento de sus causas fundamentales, como los combustibles fósiles, dicen mucho”. La frase sintetiza el sentimiento dominante entre organizaciones, científicos y comunidades: la ciencia avanzó más que la política.
El otro eje ausente en los textos fue el de los minerales críticos. Aunque aparecieron en borradores como parte de las discusiones sobre transición justa, la referencia desapareció en la decisión final. Observadores atribuyeron la oposición principalmente a China, que concentra el 70 % de la capacidad de refinación global, lo que revela la complejidad geopolítica detrás de una transición energética que demanda minerales estratégicos.
La presencia récord de lobbistas también influyó en el clima político. Al menos 1.602 representantes de industrias vinculadas a combustibles fósiles participaron en la cumbre, junto con delegaciones enfocadas en captura de carbono y agronegocio. El número, según Kick Big Polluters Out, fue el más alto registrado en cualquier COP.
Por último, cabe mencionar Belém una cumbre donde la integridad de la información climática ganó protagonismo, ya que 12 países firmaron la primera declaración formal contra la desinformación climática, un paso inédito que respondió a las alertas de investigadores como Thelma Krug, Paulo Artaxo o Carlos Nobre.
Así las cosas, la conferencia más importante a nivel global sobre cambio climático deja un balance mixto: progresos puntuales, señales de liderazgo regional y un nuevo impulso social, sin los acuerdos estructurales que el momento exige.