La vejez, ese momento de la vida que llega sin prisa pero con certeza, es un tiempo en el que las preguntas se hacen más pesadas, más profundas. Y, a medida que los años se apilan, los adultos mayores y sus familias se enfrenten a la pregunta por lo que va a pasar con su cuidado en el futuro.
Esa pregunta marcó la vida de 30 adultos mayores que hoy residen en el hogar Sembradores de Esperanza, ubicado temporalmente en Prado, en el Centro de Medellín. Allí, entre pasillos agolpados de bolsas por el trasteo y camas apretadas una contra la otra, está la esperanza de encontrar un lugar definitivo donde pasar los años que les quedan, pues tuvieron que salir hace poco del lugar donde vivían.
José Ávila, director y representante legal del hogar, recuerda el día en que el abogado les notificó que debían abandonar su sede anterior, un lugar que había sido durante ocho años el hogar de 34 adultos mayores.
“El desespero fue total. Nos dijeron que ya nos iban a sacar, que venía la policía, el Esmad... no sabíamos qué hacer”, comenta. Un vecino, enterado de la situación, les ofreció su casa en Prado de manera temporal, pero no sin sacrificios. Cuatro de los abuelos fueron entregados a sus familias porque no había suficiente espacio.
La casa actual tiene apenas cuatro habitaciones, una sala, un pequeño patio y tres baños. Allí, en ese espacio reducido, conviven 30 personas mayores. Las camas están repartidas por todas partes: en las habitaciones, en la sala, en los rincones donde el espacio lo permite. Las pertenencias de cada uno aún están apiladas en bolsas marcadas con sus nombres, como si no terminaran de instalarse, como si nunca dejaran de estar en tránsito.
“Esto es temporal”, insiste José, consciente de que este lugar no es el adecuado para ellos: “Estamos buscando algo más amplio, pero no es fácil. Los arriendos están muy caros, y encontrar una casa que se ajuste a nuestras necesidades es muy difícil. Necesitamos un lugar con muchas habitaciones, con un patio o una sala amplia donde los abuelos puedan estar tranquilos, y que además sea económicamente viable”.
El hogar Sembradores de Esperanza no recibe apoyo de la alcaldía ni de ninguna organización. La mayoría de los adultos mayores paga una mensualidad de $950.000, pero algunos apenas logran aportar entre $300.000 y $500.000.
Y, como en muchas historias de abandono, hay cuatro adultos mayores cuyos familiares dejaron de pagar sin previo aviso. “Al principio, las familias son muy pendientes, traen cosas, preguntan cómo están. Pero después de unos meses, desaparecen”, lamenta José. “Nos toca inventar para cubrir esos gastos. Hacemos rifas, bingos con la vecindad, cualquier cosa para que estos abuelos no se queden sin lo básico”, agrega.
Socorrito, una de las residentes que no tiene pensión ni familia que se preocupe por ella, depende de las rifas y donaciones para su alimentación. “Nos toca inventar para salir adelante,” repite José.
Las necesidades son muchas: alimentación, pañales, medicamentos. Solo la minuta diaria para 30 personas es un desafío. “Hay que asegurarse de que coman bien, que tengan suficiente proteína, que la comida sea nutritiva. Además, algunos medicamentos no los cubre la EPS, y nos toca comprarlos. Hace unos meses tuvimos problemas porque no nos daban los medicamentos psiquiátricos que algunos necesitan”, relata José.
El hogar cuenta con cuatro cuidadores que se turnan para atender a los adultos mayores y con una cocinera que prepara las comidas diarias. José, por su parte, lo hace todo: es gerente, cuidador, financiero y supervisor del hogar. La nómina es apenas suficiente para cubrir las necesidades más urgentes, pero el esfuerzo que se hace día a día va mucho más allá de lo que cualquier sueldo podría compensar.
José no siempre trabajó en un hogar de personas mayores. Es gerontólogo profesional, graduado de la Universidad Católica de Oriente y, antes de fundar Sembradores de Esperanza, trabajaba en el hospital Pablo Tobón Uribe. Allí, en medio de pacientes con cáncer, comenzó a ver el sufrimiento y la soledad de los adultos mayores, especialmente aquellos que enfrentaban enfermedades como el alzhéimer o la demencia vascular.
“Me tocó el corazón ver cómo estos pacientes no solo estaban enfermos, sino que además estaban solos. Esa soledad en medio de la enfermedad fue lo que me impulsó a hacer algo más”, recuerda. Luego de trabajar en programas de atención a adultos mayores, José decidió abrir su propio hogar: “Empezamos con cinco abuelos y poco a poco fueron llegando más, gracias al voz a voz de las familias. Ahora tenemos reconocimiento en varios hospitales y clínicas”.
Para los adultos mayores, el reciente traslado a la casa en Prado fue una experiencia traumática. Después de ocho años en un lugar, el cambio fue difícil de asimilar. “Ellos no lo viven igual que nosotros. Para nosotros es una mudanza, pero para ellos fue muy traumático el cambio. Muchos pensaron que nos quedaríamos sin hogar”, confiesa José.
Francisco Luis Gutiérrez, de 74 años, es uno de los residentes. Fue uno de los primeros en llegar al hogar, lo hizo a los 66, después de que su esposa falleciera de cáncer de estómago. “He sido muy solo, aunque vengo de una familia de 15 hermanos, hace poco estuve hospitalizado y nadie vino a visitarme”, dice con una mezcla de resignación y tristeza. Su mirada, fija en algún punto del horizonte, parece buscar respuestas que hace tiempo dejaron de llegar.
A pesar de las dificultades, en Sembradores de Esperanza no dejan que el desánimo los consuma. Decoran la casa según las festividades; aunque el espacio sea pequeño, ya están preparando la decoración de Halloween y si no encuentran otro lugar para entonces, también adornarán para Navidad.
“Esto no es fácil”, admite José, “pero no podemos dejar que ellos sientan que nos rendimos. Este es su hogar”, aunque sea temporal. Mientras tanto, los adultos mayores siguen su rutina, algunos postrados en sus camas, otros caminando con dificultad, unos más conversando, riendo entre ellos, y otros simplemente mirando al vacío, esperando. Y así, el Hogar Sembradores de Esperanza sigue su lucha diaria. Como las montañas firmes y resistentes, este hogar se mantiene en pie, buscando un lugar definitivo donde puedan seguir sembrando esperanza para los años que les quedan por delante.
Si está interesado en hacer una donación o colaborar con este hogar, comuníquese al número 313 6635795, el lugar no cuenta con redes sociales ni otros medios de comunicación.