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¿Por qué los capos extranjeros vienen a buscar refugio en Medellín?

A muchos les ha sorprendido la captura de narcotraficantes mexicanos, ecuatorianos y europeos en Medellín; les contamos por qué vienen al Valle de Aburrá y cómo La Oficina se convirtió en una empresa criminal de seguridad que les da “garantías” a los mafiosos para que vacacionen y hagan negocios aquí.

  • Juan Carlos Castro, más conocido como “Pichi Belén”, uno de los principales cabecillas de La Oficina. FOTO CORTESÍA
    Juan Carlos Castro, más conocido como “Pichi Belén”, uno de los principales cabecillas de La Oficina. FOTO CORTESÍA

Fue la noche del pasado 26 de abril cuando un funcionario de la Alcaldía de Medellín advirtió que un hombre que intentaba entrar borracho a una discoteca del Parque Lleras era Juan Carlos Castro, mejor conocido en el mundo criminal como Pichi Belén. El hombre armaba un escándalo porque la seguridad del lugar le impedía el ingreso, pues, aunque tenía salvoconducto, está prohibido el porte de armas bajo los efectos del alcohol. El funcionario, que seguro se preguntó lo mismo que usted, amable lector —¿un delincuente que ya fue capturado, que se probó en su momento que estaba al servicio de los narcos, armado con permiso y campante por ahí a plena noche?—, le pidió a un policía que lo detuviera, que lo montara a una patrulla.

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La diligencia no duró mucho tiempo, un juez lo dejó en libertad argumentando que no tenía una orden judicial activa, pese a la flagrancia de los hechos. Pero lo particular de la escena dejaba una duda: ¿qué hacía Pichi Belén en la calle y armado? El dueño de un local vecino dijo que ese hombre lo había intimidado cuando a un extranjero con el que estaba le habían impedido la entrada a una fiesta.

Dio amenazas duras: “Usted no sabe con quién se está metiendo, yo puedo meterle un tiro si quiero”. Pichi Belén, hoy en libertad, estaba borracho por el Parque Lleras mientas iba de fiesta con dos extranjeros a los que servía de guardaespaldas, o de jefe de sistema de seguridad.

Crimen y seguridad

El excapo, llamado así mismo como un “duro de la vieja guardia de La Oficina”, cuenta su historia en medio de un par de cervezas. Ha sobrevivido a todas las guerras desde Pablo Escobar —de quien fue sicario por unos años— hasta hoy.

Lo primero que aclara es que la mafia organizada en Medellín no es solo un negocio de narcotráfico o microtráfico, encauza cualquier economía ilegal: la piratería en cualquiera de sus modos, la venta de lotes para los barrios de invasión, la explotación sexual y todo lo que se pueda ocurrir: “La Oficina organiza los territorios, que no se abran nuevas plazas de vicio, que a una persona que paga su cuota de seguridad en un barrio y que tiene un negocio de celulares no le monten una competencia desleal; aquí no se hace un gran robo sin el permiso ni el servicio de seguridad de La Oficina”. Parece una descripción sacada de El Padrino, el libro de Mario Puzo, del que luego hizo películas Francis Ford Coppola.

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Además de organizar la ilegalidad, esta empresa criminal se encarga de encauzar los ajustes de cuentas y dar protección a todos sus cabecillas. Dice el excapo, con los ojos extraviados después de hablar de los años de miedo y poder de los que fue protagonista en los noventa —este hombre hizo parte de los primeros grupos paramilitares que se enfrentaron a las milicias urbanas—: “¿Usted por qué cree que a Popeye —John Jairo Velásquez, terrateniente de Pablo Escobar— no lo mataron cuando salió de la cárcel si era un hombre que tenía tantos enemigos? Porque tenía la protección de uno de los duros de La Oficina, y para matarlo había que pedir permiso. Eso sucede con todos los que hacen parte de ‘la vuelta’; aunque usted haya pagado cárcel, cuando sale lo contactan y lo alinean, y aunque usted diga que se retira, siempre va a tener que rendir cuentas”.

No solo organizan venganzas, también cobran deudas cuando entre capos se deben platas o salen mal algunos negocios; La Oficina, dicen, ha llegado a cobrar deudas entre narcotraficantes mexicanos que se mueven en Colombia. Todo se hace por un porcentaje de la plata recuperada. Además, se cobra por la capacidad armada para responder a posibles retaliaciones. Esa característica, y con el auge de Medellín como ciudad turística en el mundo, hizo que mafiosos internacionales —desde latinoamericanos, hasta gringos y europeos— tomaran esta como su residencia: viven la gran vida de fiesta en fiesta y cuentan con el respaldo de una mafia respetada por delincuentes de todo el mundo.

Guardaespaldas mafiosos

Pero esta no es una historia de un excapo, sino que ha sido confirmada por otros hombres que tuvieron o tienen importancia en la llamada Oficina. También se asegura que por años los miembros de esta y otras estructuras criminales han venido prestando seguridad a miembros importantes de carteles extranjeros: “Hace algunos días estuvieron en Copacabana unos capos mexicanos, que contaron con un fuerte grupo de seguridad que le prestaban algunos miembros armados, reconocidos, de La Oficina, durante los días que estuvieron en Medellín”.

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Pero es un “servicio” para el que pague; uno que lo recibió fue el pedófilo canadiense Brent Ron William Harracksingh, a quien condenaron por abuso de menores en Bello y Envigado, quien se movía por la ciudad con escolta de La Oficina; todo esto mientras se presentaba como productor de sitios web, comerciante y administrador de sitios de estética en distintas partes del mundo. “El Gringo”, como era conocido, fue capturado en Sao Paulo, Brasil.

La historia

La vigilancia de La Oficina existe desde que se conocen las negociaciones con organizaciones transnacionales, teniendo a algunos reconocidos cabecillas que estuvieron por Medellín y otros municipios de Antioquia para hacer negocios y, de paso, conocer los atractivos legales e ilegales del departamento.

Uno de los casos más emblemáticos es el jefe de Los Zetas, Miguel Ángel Treviño Morales, más conocido como Z-40, quien estuvo presente en el Occidente antioqueño en el 2013 haciendo negociaciones con miembros del Clan del Golfo para la compra y envío de cocaína hacia México. La Oficina lo protegió por unos cuantos miles de dólares y parte de la ganancia del cargamento ilegal.

De acuerdo con las investigaciones judiciales, antes de su captura el 15 de julio de 2013 en Nuevo Laredo, México, el capo venía a Antioquia a hacer negociaciones con el ejército narcotraficante que comandaba Dairo Antonio Úsuga David, alias Otoniel. Treviño Morales tuvo múltiples visitas a Colombia para hacer las negociaciones y siempre contó con respaldo de vigilancia ilegal suministrada por organizaciones delincuenciales.

Otro de los reconocidos criminales transnacionales que estuvo presente en el país con el respaldo y la vigilancia de La Oficina, fue Jesús Alfredo Guzmán Salazar, alias Alfredillo, quien es hijo de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo Guzmán, máximo cabecilla histórico del Cartel de Sinaloa. Su estadía en el Valle de Aburrá fue más prolongada, ya que entre septiembre de 2016 y 2018 vivió varios meses en lujosos apartamentos de El Poblado y Envigado, adonde llegó tras ser liberado de un secuestro en Puerto Vallarta en agosto de 2016. Una investigación realizada por la revista Proceso, de México, informó que Alfredillo contó con custodia de miembros de La Oficina.

¿Qué vienen a hacer?

Los cabecillas vienen para hacer grandes negociaciones de tráfico de drogas. Según explicaron algunos expertos en el tema, Medellín es una de las principales ciudades para sostener estos encuentros y establecer las pautas para comprar cocaína o drogas sintéticas para luego enviarlas a Centroamérica, Estados Unidos o Europa.

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En este panorama se han presentado importantes capturas de cabecillas de todas las latitudes, además del asesinato de algunos miembros claves de organizaciones criminales transnacionales, siendo la más reciente la de Virginijus Labutis, un lituano que era buscando con circular roja de Interpol y que detuvieron en el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, cuando iba radicarse en Medellín.

En una situación similar se presentó la captura del peleador de artes marciales mixtas alemán Marcel Mühlbach, a quien cogieron en el aeropuerto José María Córdova, de Rionegro, por donde solía transitar sin problemas usando un pasaporte ecuatoriano falso; hasta que las autoridades se dieron cuenta y descubrieron que era uno de los narcotraficantes más buscados en Europa. Y así se pueden contar historias de capos ecuatorianos, mexicanos, peruanos, norteamericanos y del viejo continente en la ciudad.

“Medellín se ha convertido en una gran plaza para hacer negociaciones y para la diversión, puesto que acá encuentran muchas de las cosas que necesitan, tanto para mantener su negocio como para el entretenimiento. Cuentan con fincas, con redes de explotación que les ofrecen hombres y mujeres, de acuerdo con sus gustos, y además una gama de actividades legales e ilegales que hacen atractiva su presencia en la ciudad”, explicó un conocedor del conflicto armado en la ciudad.

¿Cómo se paga la protección?

Todo el servicio se muestra en un catálogo, hay paquetes por número de guardaespaldas, camionetas, motos y armas: “¿Qué quiere señor capo, dos ‘mancancanes’ o un ejército de alto impacto?”. De acuerdo con el paquete seleccionado y el perfil del extranjero que solicita este servicio se le hace el cobro, por lo que se desconoce el monto que pagan los criminales extranjeros por la vigilancia por la cantidad de días que permanezca en la ciudad, en caso de encontrarse en una visita temporal, o si este se le presta de manera mensual, en caso de que decida radicarse en la ciudad, tal como hizo Mühlbach durante cuatro años.

Pero como toda una cooperativa del crimen, también se brindan facilidades de pago: se puede hacer en efectivo o en especie, de acuerdo con el proceso de negociación que se surta entre el criminal interesado y la estructura que va a prestar la escolta durante su estadía en la ciudad.

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“Hay algunos casos en los que La Oficina, u otras estructuras que también brindan este servicio, negocian que la vigilancia se brinde como parte de un intercambio por el porcentaje de la exportación de la droga que se viene a transar, monto que se establece en el proceso”, explica otro conocedor de este fenómeno en la ciudad, quien afirma que esta modalidad es muy recurrente, principalmente, con carteles mexicanos.

En medio de estos acuerdos, el paquete de seguridad no solo se le presta a quien viene a negociar esta droga, sino también a la mercancía que va a ser exportada y que se debe movilizar dentro del territorio nacional para evitar que termine en poder de las autoridades, todo con el fin de obtener ganancias sobre este producto y no solo sobre la vigilancia.

Así quedó en evidencia el 5 de mayo de 2015, cuando un grupo de Comandos Jungla del Ejército Nacional desplegó un operativo en la isla de Barú (Bolívar), donde fueron sorprendidos dos hombres, identificados como Luis Camilo Ospina Ospina, de 31 años, y Héctor Bayron Zapata Bernal, de 42 años, presuntos integrantes del grupo delincuencial La Viña, quienes vigilaban un acopio de cocaína oculto en una vegetación que iba a ser transportado en lanchas rápidas hacia Centroamérica.

Terminamos con el excapo que habla en medio de unas cuantas cervezas: “El mundo criminal de Medellín está controlado por La Oficina, por el grupo colegiado de las bandas de Medellín, el que se quiera mover en la ciudad con algún negocio tiene que pagar y pedir permiso”.

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